Un Camino Sobre la Nieve.

Capítulo 1: Siguiendo mis pisadas.

Estas en el sillón, silla o cama leyendo este libro con tranquilidad y ansias de que la acción empiece pero un copo de nieve cae en la página, justo en el acento de la A. Miras alrededor: está nevando, las paredes se desvanecen, las cortinas se desasen y todo se vuelve blanco como la nieve que ahora te rodea.

En la cima de la montaña, un barranco, una niña rubia de ojos celestes como el inmenso cielo que alguna vez viste en un día de verano, con una carta dorada en sus manos. Está en el borde del barranco, se tropieza y cae. Pero una mano robusta y áspera la agarra de la muñeca, cuelgan de la cima. Con un rápido movimiento de la mano misteriosa logra salvarla. Tirada en la nieve, la niña observa al dueño de la mano salvadora: Un hombre de pelo y ojos marrones, barba candado negra como la noche, cuerpo robusto y musculoso cubierto por un gran abrigo de piel de zorro blanco, un pantalón de la misma piel y unas gigantescas botas marrones en sus pies. Parece salir de él un aura luminosa que tanto a la niña como a ti les inspira respeto, una sensación de estar seguros y por primera vez en mucho tiempo los hace sentir tan valientes como él. A quien la niña con solo mirarlo lo nombro: Andy.

 

-Salvaste mi vida- dijo ella con voz dulce.

-No, yo quería salvar MI vida, salvando este sobre que por casualidad agarraste mientras estabas a punto de caer al vacío- respondió con brusquedad quebrando su aura heroica.

-Entonces... salvaste mi vida. ¿Solo para conseguir ese sobre?

-A veces hay que hacer sacrificios pequeños por algo mucho más grande.

-¿Y cuál es ese sacrificio? ¿Yo o el sobre?

En ese momento su mirada quedaría plasmada en mi memoria por siempre. Como si en ese mismo instante supiera el fin de una historia que ni siquiera había comenzado. Una historia en la que no quería participar. No quería, no debía suceder lo que ella ya había predicho con su mirada. Ella sabía que jamás lo confesaría, hasta el fin de la historia. Así que la fulmine con mi mirada y me fui sin decir una palabra. La historia había empezado. Todo con solo una mirada dulce, de una niña pequeña e indefensa.

Bajo por la montaña empinada con cuidado, mirando antes de pisar pero siempre con el orgullo en alto, sabía que ella me seguía tomando las mismas precauciones, como si estuviera imitándome. Odio que se copien de mí. Intento soportar su mirada, supongo que cuando llegamos al pie de la montaña se ira por su lado. Sin embargo, cuando al fin llegamos ella seguía detrás de mí.

-No tiene sentido que sigas persiguiéndome.

-Quiero seguir tus pisadas.

-Terminaras sin nada y lastimada.

-No será así.

Fue nuestra última conversación antes de llegar a mi casa. Entraría y le cerraría la puerta en la cara, en algún momento se iría a donde pertenece: En la oscuridad de mi mente. Se perdería para siempre allí y jamás tendría que verla ni recordarla, porque no habría imagen alguna. Ya que no había volteado a verla nunca desde nuestro encuentro en la cima de la montaña donde salve su... digo... MI vida: El sobre. Es lo único que de verdad importa, lo demás es basura, incluyéndola.

Abrí la puerta de mi asquerosa casa y la cerré de un golpe seco. Se escuchó un pequeño grito ahogado por parte de la pequeña basura. Por un momento me dio lastima pero enseguida recobre mi compostura y desplace ese pensamiento al lugar más oscuro de mi mente, donde ella también estaría en un par de horas.

Me desperté al día siguiente con el recuerdo borroso de un niño o niña en la cima de la Montaña Albor, sosteniendo el sobre dorado que me salvaría la vida. Recordé que, las palabras escritas con tinta de una fina pluma en un suave y perfumado papel escondido en los pliegues de un sobre dorado, me sacaría del medio de la nada donde estaba metido. Volvería a mi verdadera casa y todo sería como antes. Con un gran campo abierto para correr y dormir bajo las estrellas, sin la nieve helada que me congele hasta el más desconocido de mis huesos.

Prepare mi mochila de viaje con las pocas cosas que tenía y cuando ya guarde mi cepillo de dientes y no mi celular porque no me dejaron llevarlo, abrí la puerta con entusiasmo. Deseaba irme, olvidarme del único color que mis ojos veían y poder caminar solo con mis pensamientos hasta el pueblo más cercano, así estar un paso más cerca de mi casa. En el camino reflexionar de lo que haría, cuando nadie...

La niña de blanco y ojos celestes que pensé olvidada en la oscuridad de mi mente apareció apenas abrí la puerta, en la misma posición que estaba cuando la cerré en sus narices para que se vaya, cosa que obviamente no funciono. Su cara, su mirada, sus labios congelados, sus ojos llenos de lágrimas heladas. Todo en ella era... -borre ese pensamiento- malvado. Quería hacerme creer que la había lastimado. Solo para que la llevara conmigo y pudiera, con mi dinero, comprarle todo lo que ella quería. Seguramente eso pasaba por su cabecita retorcida. Aprovecharse. SÍ, eso quería.

Desvié la mirada de ella, cerré la puerta a mis espaldas y seguí con mi camino. Me dirijo hacia la libertad y mi hogar, hundiendo mis pies en la nieve no tan profunda. Pero además de mis pasos, también había otro sonido atronador, otro par de pisadas acompañadas por un insoportable tarareo. Su vocecita de princesa malcriada aturdía mis oídos y su mirada curiosa no me dejaban en paz. No entendía cómo podía seguir allí, no haberse congelado durante toda la noche. Una sobreviviente de corta edad con experiencia en seguir mis pasos sin error.




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