Un Camino Sobre la Nieve.

Capítulo 2: Parte 1. Soltando mis Miedos.

Sorprendentemente no te has cansado de leer y sigues con el celular adictivo entre tus manos, mientras los copos plateados dejan de caer, la nieve a tu alrededor se derrite y se evapora, los muros de una casa distinta a la tuya emergen del suelo como lava ardiente provocándote una sensación hogareña. Sientes el delicioso aroma del asado jugoso cocinándose y lo primero que ves es una puerta de vidrio entre paredes de mármol, detrás de ella, de espaldas a ti, hay una mujer de una larga cabellera rubia sentada en una silla de madera. Frente a la mujer que parece reír, hay un hombre que te resulta conocido pero su barba candado tan negra como la noche ya no está, en vez de eso hay una sonrisa de oreja a oreja y en sus ojos una luz que nunca habías visto.

El sabor a la carne recién asada y caliente recorre mi paladar como un reflejo que al instante se convierte en un líquido tan frío que me quema los labios y hace que me levanté de un salto. Estoy de rodillas en la nieve, escupiendo la asquerosa nieve que entró en mi boca mientras estaba desmayado. No recordaba cuando había caído dormido, lo único que sabía era que esa niña ya no estaba cerca de mi. Habia desaparecido como un fantasma caminando hacia la nada blanca que se extendia por todo nuestro alrededor. Me había abandonado.

Mi repentino desmayo me ayudo a recuperar las fuerzas y logre erguirme con rapidez. Observe hacia los dos lados, hacia atrás y al frente pero lo que mis ojos veían asombrados era el desierto blanco que tanto odiaba, más que a ella, más que a mi mismo.

Su piel blanca, sus ojos celestes cual cielo en verano, su pelo rubio como cascada, su sonrisa contagiosa, su risa melodiosa y su brillo angelical los veía en mi imaginación a cada momento, con cada respiro, con cada paso que realizaba en mi enorme mansión vacía.

Camino por los pasillos de madera y paredes de mármol hacia una puerta de vidrio corrediza que con apenas unos metros de cercanía se abre. Estoy en un patio, casi más grande que mi mansión, en una de las sillas de madera está ella de espaldas a mí, sin poder resistirme acarició su cabellera rubia y formó rulos desalineados. Se da vuelta y me observa con sus ojos celestes que me encandilan enamorándome como la primera vez. Sus labios se mueven pero no logro escuchar nada, su voz dulce empieza a intensificarse pero solo es un susurro que no puedo entender, su rostro es sumiso sin embargo esta gritando y esta vez, la escucho a la perfección:

-¡ANDY! ¡DESPIERTA!

Todo es borroso, mi querida esposa desaparece y sus ojos celestes son los de la pequeña niña que había desaparecido. Me desmaye otra vez sin saberlo. La pequeña hace gestos con las manos para que me levante y con gran esfuerzo puedo hacerlo. Sigo caminando como si siempre hubiera estado allí, como si nunca me hubiera abandonado del mismo modo que Anna hace tantos años.

-Necesitas descansar, has caminado todo la noche y casi todo el día de hoy.

La observe sin comprender lo que decía. Mire el cielo sin nubes y sin la Cruz del Sur perplejo al no recordar lo que había sucedido desde mi primer desmayo. Desvié mi mirada hacia ella envidioso de su buena salud y poco cansancio.

-Tu no necesitas descansar, entonces yo tampoco.- Dije mientras miraba al frente pensativo y dispuesto a llegar a mi objetivo aunque los pies quemaran, las piernas temblaran, los brazos se congelaran, los dedos se entumecieran y los dientes tiritaran. Seguiría caminando hasta el siguiente desmay... Un sonido me rasgó el corazón y al darme vuelta estaba de rodillas, con las manos desnudas sobre la nieve y tosiendo, escupía algo blanco que parecían ser copos de nieve. Me quedé perplejo, sin saber qué podría hacer si esa pequeña niña moría ante mis ojos. Poco a poco levantó su cabeza y me observó suplicante.

-Debemos descansar.- Lo único que logré hacer fue asentir como un perro fiel a su dueño.

Al terminar de armar una pequeña carpa que logre meter en mi mochila, ambos entramos justo antes de la oscuridad total. Es una carpa individual pero ella es pequeña y podemos entrar ambos con nuestras mochilas. Me acuesto de espaldas a ella y usando mi mochila de almohada cierro los ojos pero no logro dormir. Me estremece no recordar nada desde mi desmayo, empiezo a pensar que fue lo que pasó: Encontré la constelación Crux, seguí a Acrux con la niña persiguiéndome, ella hablo a pesar de mi condición, le dije su nombre y luego...

-Te desmayaste después de decirme su nombre.- Dijo la niña con suavidad como si estuviera completando mi frase. Anna. Su nombre. El que me parecía el más bello de todos pero también el más doloroso que era dueño de mis sueños más dulces y pesadillas más atemorizantes.

-No puedo recordar nada desde mi primer desmayo.- Confesé casi tan bajo que pensé que no me escucharía. Sin embargo respondió y con una voz aguda comenzó a hablar:

-Cuando te desmayaste viste a tu padre, me lo contaste al despertar. Él estaba vestido con uniforme militar, sostenía en sus manos una bolsa transparente con un pez dorado. Te dijo, con lágrimas en los ojos, que lo cuides como si fuera oro. Pero en vez de eso lo trataste como oro puro, te adueñaste de él y cuando tu padre no volvió, fue lo único que de verdad amaste hasta que ella llegó. Anna. Me dijiste que era la mujer más bella y que la amabas más que...




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