Un caos llamado Dean

Prólogo

Concentrado en mi tarea, tomo el pequeño coche al que le faltan dos ruedas, y le ayudo a deslizarse por el gastado y sucio suelo de madera. Antes de poder llegar a la meta un estruendoso ruido me detiene, salto asustado pero no me muevo. Estiro el brazo y le ayudo a llegar a la pequeña marca que había nombrado como meta. Sonrío, habíamos ganado la carrera.

Los gritos no tardan en rebotar contra las rotas y sucias paredes del piso, esas paredes repletas de boquetes que ese hombre provocaba cada vez que se enfadaba. No siento miedo, pero la preocupación no tarda en recorrerme al pensar que pueden despertar a la pequeña Holly.

Un golpe en seco a mi lado me hace levantar la cabeza, su mirada venenosa esta sobre mi. Y mamá, mi hermosa mamá, se encuentra atrapada bajo sus manos. Su puño se adhiere con fuerza con su bonita melena rubia y mientras la obliga a arrodillarse ella llora y suplica por sus hijos.

—Lárgate de aquí, mocoso —ladra. —. ¡Fuera! —lanza una patada a mi estómago ya lastimado por él en los días anteriores.

Me encojo sobre mi lugar antes de levantarme sobre mis cortas piernas y correr fuera del salón. Los gritos de mamá cada vez sonaban más fuertes, y a pesar de mis cortos siete años, sabía el sufrimiento que la estaba consumiendo.

Por eso, salgo de la sala con un único pensamiento; acabar con él.

Sin titubeos tomo el gastado mechero que descansaba en el mueble de la entrada, y de entre los productos de limpieza, encuentro ese bote que mamá tanto temía que cogiese. Me acerco nuevamente al salón, papá se cierne sobre mamá bruscamente mientras ella grita y suplica clemencia. Se mueve rápido, lastimándola, los ojos de mamá caen sobre mi, reflejan el horror y el pánico.

—¡Huye! —exclama antes de que él le propine un golpe sobre su rosada mejilla.

Aprieto mis pequeños puños, sintiendo por primera vez la rabia, esa que desde este día me consumirá. Y, sin pensarlo, vacío el líquido de olor insoportable por toda la moqueta y el pasillo. Entonces, aún con los gritos de mi reina taladrando mis oídos, tomo el mechero y lo dejo caer. Las llamas se reflejan en mis ojos al instante, y demasiado rápido lo bañan todo. A los gritos de mamá se unen los de papá, y mientras pienso que así ella está a salvo, corro escaleras arriba en busca de mi pequeña hermana.

La tomo entre mis brazos sin despertarla, tomo su pequeño peluche, ese que nunca suelta, y abandono la habitación para buscar a mamá. Sin embargo, antes de poder alcanzar el final de las escaleras, el fuego ya está avanzando hacia nosotros.

—¿Mamá? —sollozo. El miedo comienza a recorrer mi sistema, mi corazón se acelera y la realidad comienza a hacerse presente. —¿Mamá estás allí?

Sin embargo, la única respuesta es el sonido de las llamas consumiéndolo todo. Consumiendo, sin saber, todo lo que me hacía ser yo.

(...)

—¡Es solo un niño! —exclama la mujer desconocida.

—Ha intentado asesinar a toda su familia. —sentencia el hombre que la acompaña. Una libreta sobre su mano, una pistola sobre su cadera. Detrás de él visualizo a Nina la hermana de papá. Y entonces, pequeños recuerdos de lo sucedido comienzan a atacarme.

—¿Quiénes estaban ahí? —pregunta tía Nina.

—Tú hermano Linc, su mujer Bella y la hija Holly. —nombra, hojeando el papel.

—¿Alguno vivo?

—Bella y Dean son los únicos supervivientes. Tú cuñada está gravemente herida, lo lamento señora.

—Yo sí que lo lamento. —pronuncia gélida, su mirada cargada de odio sobre mi.

—El niño irá a un centro. —anuncia el hombre a pesar de la negación de la mujer.

—Que se pudra. —masculla, antes de salir por la puerta y dejarme con una realidad que no soy capaz de asimilar.

Es, a partir de ese día, cuando mi corazón desparece, convirtiéndome en el peor ser que puede habitar la tierra.

(...)

—Por fin libres, hermano. —López deja caer su mano sobre mi hombro.

Una sonrisa ladina se expande por mis labios. —Vamos a adueñarnos de todo, quiero a todo el jodido mundo bajo mis pies.

Sin mirar atrás dejo a mis espaldas el horrible centro en el que llevo más de diez años metido, y avanzo, todavía sin rumbo, por las repletas calles. Visualizo a la gente riendo, charlando sin preocupación y lo primero que pasa por mi mente es en el jodido dolor que pienso crear a todos y cada uno de los valientes que se atrevan a cruzarse por mi camino.

Un jodido monstruo han creado, uno sin escrúpulos que piensa crear el caos allí donde vaya. 
 

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ANDREA FERNÁNDEZ ©

 




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