Un caos llamado Dean

01

DEAN ©
Capítulo 1

Risas, suaves y dulces carcajadas se cuelan por mis oídos perturbando la extraña calma que me consumía. Cada vez se vuelven más fuertes, molestándome. ¿Quién demonios necesita reírse como una foca? Y lo peor de todo, ¿quién coño se atreve a hacer algo que no soporto? Odio las risas, me dan asco, me ponen enfermo.

Con dificultad logro abrir los ojos, esta vez, las brillantes luces parecen no molestarme ya que, rápidamente, consigo girar el rostro y enfocar a la causante de tal atroz ruido; la niña. Observa algo en una tablet mientras estalla en sonoras carcajadas que le hacen incluso soltar varias lágrimas.

—Cierra la jodida boca —mascullo con molestia, presionando con fuerza mis párpados y volviendo mi vista al techo.

El silencio llega de golpe, ahora es mi turno de sonreír.

—¿Sabes una cosa? —elevo las cejas, expectante a la cercana tontería que va a soltar por esa sucia boca —. Eres un grano en el culo.

—¿No te dejé claro lo que te haría si te atrevías a hablarme de ese modo? —le recuerdo, ansioso por educar esa lengua.

—No me das miedo, don cavernícola —vuelvo a enfocarla, encontrándola con los brazos cruzados y una mueca que, si su intención es dar miedo, falla considerablemente.

—Debería dártelo, puedo acabar contigo —aseguro.

—Ahora mismo no estás en condiciones de decir eso. En mi opinión, te encuentras bastante... —ladea la cabeza, atrapando su labio inferior pensativa —, dominado —finaliza con una gran sonrisa.

—¿Eso crees? —trato de levantarme, pero algo me lo impide. Confuso barro mi cuerpo, encontrando mis brazos atrapados contra las barras de la cama —¿Qué demonios...? —ríe nuevamente, realmente se atreve a hacerlo.

—¿Qué? Ya no eres tan fuerte, ¿verdad? —eleva sus cejas con valentía, una que en cuanto me suelte le arrancaré.

—¿Quién coño me ha atado?

—Tú amigo lo ordenó. Por cierto, es muy agradable, podías coger un poco de su encanto —maldita lenguatera.

—Te aseguro que mis encantos van mucho más allá de la amabilidad —mascullo, luchado por soltar la dura tela que me mantiene preso —. Y también te aseguro que su encanto acabará destrozado cuando le rompa la cara —espeto, incapaz de liberarme.

—¿Todo lo solucionas de ese modo?

—Te sorprendería lo bien que funciona.

—Hablar también resulta efectivo —divaga en un susurro.

—¿Para qué perder tiempo hablando? En mi mundo eso no resulta.

—¿Cuál es tu mundo?

Dejo de luchar y me centro en ella. Esa curiosidad que la come la acabará metiendo en problemas, mi vista cae a sus labios cuando atrapa el inferior entre sus dientes. Una soga allí se vería demasiado bien... debe ser un placer inmenso verla callada por más de dos segundos.

—Uno que no debes conocer —me limito.

—¿Por qué?

—Maldita sea niña, ¿no puedes cerrar la boca? —inquiero molesto.

—Me aburro —eleva los hombros sin interés —. Eres mi primer compañero de habitación en meses.

—Y seré el último como no te calles.

—Cavernícola... —susurra por última vez antes de sumirnos en un hermoso silencio, únicamente interrumpido por el sonido de las máquinas que se encuentran conectadas a mi cuerpo.

En cuanto la tranquilidad parece envolverme todos los recuerdos bombardean mi cabeza. Lo estábamos pasando bien, mientras mis hombres se follaban a unas putas, yo bebía disfrutando de mi poder, de mi victoria. Todo había salido como planeábamos, la droga cruzó el océano sin interrupción y el dinero llegó a mi cuenta bancaria de inmediato. No teníamos nada por lo que preocuparnos salvo ese mal nacido hijo de perra.

Nos atacó cuando menos lo esperábamos, estábamos distraídos, borrachos, algunos incluso drogados. No tuvimos tiempo de reacción y con ello varios de mis hombres cayeron. Él intentó matarme y su gran error fue no cerciorarse de que su misión iba a ser bien ejecutada. Esperaría el tiempo necesario y acabaría con él, poco a poco. Matarle sería demasiado sencillo, incluso mostraría compasión por él. Lo que se merece es que su familia sea destruida, dejándolo a él como última persona del clan con vida. Una vida que yo mismo me encargaré de hacer desaparecer.

Si queremos que las cosas salgan como deseamos, debemos hacerlo nosotros mismos. Sería demasiado sencillo mandar a mis mejores hombres a acabar con su vida, nada placentero e increíblemente cobarde. Abruzzi se ha atrevido a intentar asesinarme y no se puede imaginar lo mucho que le va a pesar el no haberlo conseguido.

• • •

—¡Esto es un auténtico asco! —bramo hacia la enfermera. No solo me tienen atado como a un perro, sino que me alimentan como tal. ¿Quién demonios se puede comer semejante escoria?

¿Quién aparte de la niña ingeriría esto como si se tratase del mejor vino?

—Señor Kellerman me temo que si no va a poner de su parte deberé irme.

—Lárgate y cómete tú esta mierda.

Sin pronunciar palabra alguna se levanta y abandona la habitación. Gruño furioso, harto de que nadie acate mis orden, cansado de que todos se crean en el derecho de poder controlarme. Soy yo el que manda, yo tengo el poder sobre todas y cada una de las personas del país por la sencilla razón de que, con tan solo un chasquido de dedos, puedo arrebatar sus vidas.

—Deberías darle una oportunidad, una vez que te acostumbras no está tan mal —sugiere. Habla con la boca llena de esa horrible pasta, regalándome una vista tan asquerosa que no puedo evitar arrugar el rostro en una mueca.

—No pienso ensuciar mi boca con esa basura.

—Así enfermarás —pronuncia apenada —. Y también tardarás más en salir de aquí.

—Te aseguro que en cuanto me libere nadie me detendrá.

Tuerce los ojos con cansancio. Puedo ser molesto, más para la gente que no cede. En mi vida nunca encuentro la palabra no, todo lo que deseo lo tengo y sin demasiada dificultad. El mundo está a mis pies, soy un jodido Rey que tiene todo cuanto quiere y más. Y me da igual tener que utilizar la violencia, amenazas e incluso las armas para conseguirlo. Por lo tanto, tener que lidiar con esto me estaba volviendo loco.




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