DEAN ©
Capítulo 2
Observo a mi mejor hombre con recelo, contengo todos los impulsos que me quieren hacer saltar sobre él y destrozarle la bonita cara que posee. Se encuentra tranquilo, acomodado en una pequeña silla mientras me mira sonriente. Suspiro con fuerza, apretando los puños sin importarme el dolor que viaja hasta mi hombro derecho.
—Te veo bien —comenta, señalando las vendas —. Si sigues así en menos de un mes volverás al trabajo.
—Deja de soltar mierdas Iván y sácame de aquí de una vez —exijo furioso, perdiendo poco a poco la diminuta paciencia que poseo —. Os estáis riendo de mí a la cara, ¿quién coño os crees que sois?
—Tú maldito amigo, Dean. Eso soy. Y por esa misma razón necesito que te recuperes —deja la silla, aproximándose —. No te imaginas la que hay montada ahí afuera, estamos de cacería amigo. El hijo de perra de Abruzzi no tendrá lugar donde esconderse de nosotros.
—No. No es a él a quien quiero.
—Bien, buscaremos a su mujer e hijos. ¿Qué debemos hacer con ellos? —sonrío, es fácil que mi mejor hombre sepa qué es exactamente lo que deseo.
—Cáusales tanto dolor como puedas, y después, envíale un pequeño regalo a esa escoria —asiente en respuesta —. Y otra cosa, cámbiame de habitación.
—No puedo —responde con una gran sonrisa. —. ¿Problemas con esa monada?
—Jodida mierda Iván, esa niña es un incordio —espeto molesto, recordando sus malditas risas, sus preguntas continuas y esos malditos adjetivos que se atreve a decirme. En cualquier momento acabaré perdiendo la paciencia y le recordaré cómo debe tratar a un rey.
—¿Te gusta?
—Tiene quince jodidos años.
Se encoge de hombros, paseando por el pequeño cuarto —. Es guapa.
—Es una niña.
—Adolescen... —pretende corregir, sin embargo, antes de acabar estampo mi puño contra su cara. Iván cae con fuerza contra el suelo, golpeándose en el proceso con la silla que anteriormente ocupaba —. ¡Cuál es tu problema!
—No te acerques a ella Iván, ni siquiera la pienses —amenazo.
—Mierda Dean, qué jodida mierda te importa —escupe, expulsando sangre.
—Esa jodida niña no tiene la culpa de haberse topado con nosotros, la quiero aparte.
—No la puedo cambiar, ha sido la única orden del médico —se incorpora con dificultad, sujeta su nariz intentando que la sangre no brote de ella —. Tendrás que aguantarla hasta que salgas de aquí —sisea y parece divertido.
—Te divierte, ¿verdad? —me acerco a él, golpeando sin ningún cuidado su estómago. Iván cae de inmediato, sus gemidos de dolor me hacen sonreír —. Soluciona toda esta mierda, cuando salga de aquí lo quiero todo en orden.
—Pienso patearte el culo —masculle desde el suelo.
Abandono la habitación que nos han dejado para hablar con una enorme sonrisa. Ese hombre es uno de los mejores por la simple razón de que es igual que yo, incluso peor. Mi código no me permite lastimar a menores, es algo que tengo demasiado claro. Sin embargo, él no tendría ningún problema en meterse con una cría como el incordio que debo soportar. Eso me hace odiarle tanto que, si no fuese por sus trabajos bien hechos, le hubiese matado hace mucho tiempo.
• • •
—¡Hola!
—Niña —saludo, caminando al servicio.
—Te veo mejor —comenta detrás de mi, observándome a través del espejo. —. ¿Te irás?
—¿Quieres que me vaya? —abro el pequeño grifo y humedezco mis manos, la poca sangre que mantenía desaparece por el desagüe.
Ladea la cabeza, meditando la respuesta —. Eres un amargado, pero eres mucho mejor que la soledad —se encoge de hombros y me regala una sonrisa divertida. Creo que comienza a saber lo mucho que me molestan sus adjetivos, y aún así, no parece tener problema en soltarlos.
—¿No te avisé? —inquiero ronco, encarándola.
—¿De qué? —con una sonrisa retrocede cuando avanzo hacia ella.
—De lo que te haría si volvías a hablarme de ese modo.
—Oh, sí —asiente varias veces —. ¿Y yo no te avisé? —elevo las cejas, expectante a su respuesta —¿No te avisé de que no me das miedo, cavernícola?
Sus piernas chocan contra la cama, impidiendo que siga moviéndose. Sonrío para mis adentros, su valentía parece flaquear cuando me coloco justamente frente a su cuerpo. Queriendo verse valiente eleva la cabeza, conectando nuestras miradas a la vez que eleva las cejas con soberbia.
—Oh niña, no deberías haber hecho eso —de un rápido movimiento la atrapo contra mi cuerpo. La hago girar, logrando que quede de espaldas a mi, y presiono sus brazos sobre sus espalda, manteniéndola completamente indefensa.
—¡Suéltame! —chilla, ladeando la cabeza, dejándome ver el pánico en sus ojos y el calor en sus mejillas.
—¿Ya no eres tan valiente niña? —susurro sobre su oído, empujándola hasta hacerla caer sobre la cama. La pequeña bata que cubre su cuerpo se eleva, regalándome una imagen de su trasero que si no fuese por lo niña que es me habría puesto jodidamente caliente —¿Ahora me tienes miedo? —aprieto sus manos, lastimándola ligeramente.
—No —masculle nerviosa, sin embargo, no forcejea.
—Debes tenérmelo —ordeno sobre su espalda. —. Témeme más que al diablo, niña.
—No pienso tener miedo de alguien que no es malo.
—Soy malo, demasiado malo. Y no me siento mal por ello —finalizo, alejándome de ella. Se incorpora de inmediato, acomodando la tela que la cubre. Su cara se encuentra roja y de un momento a otro bañada por las lágrimas.
—No vuelvas a hacer algo así —reprocha con torpeza.
—No vuelvas a hablarme de ese modo, mucho menos te atrevas a decir que no soy malo. Porque para tu información, niña, el jodido diablo es un santo a mi lado. ¿Te queda claro?
—Vete al infierno —masculle con rabia, dándome la espalda cuando se acomoda sobre su cama.
—¿De dónde crees que vengo? —susurro, observando su melena.
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Editado: 21.09.2021