Un caos llamado Dean

05

DEAN ©
Capítulo 5

Paso mi vista por las imágenes que se encuentran repartidas por la sucia mesa. El placer punza en mi pecho, y la envidia de no haber podido apreciar el rostro de Abruzzi me jode. He dicho que nunca he matado inocentes, y aunque ahora tenga frente a mi las fotografías de una auténtica masacre, sé que nada ha sido en vano. La mujer conocía de antemano con qué clase de persona iba a formar una familia, era tan mala como él al saber las atrocidades que cometía y no hacer nada al respecto. Y sus pequeños hijos, ellos sólo eran en claro reflejo de lo que Abruzzi alguna vez fue. No era demasiado difícil averiguar, qué clase de hombres serían con más años. Simplemente he quitado maldad con antelación.

—¿Abruzzi? —pregunto, caminando hasta la ventana. Enciendo el cigarro y dejo que su sabor queme mi garganta.

—Lo apreció todo, incluso fue partícipe.

Una sonrisa torcida se dibuja en mis labios, López y sus juegos a la hora de matar. Él no solo disfruta, sino que también busca la manera de divertirse. Y qué mejor que crear un juego donde, depende de lo que respondas, hará una cosa u otra. Macabro, pero eficaz. Así es Iván.

—¿Sus hombres?

—Con esos no pude divertirme, Tyler y los demás se encargaron de ellos —una mueca de disgusto surca su magullada cara.

—Bien. No lo quiero como en un hotel, nada de agua y comida.

—Solo lo necesario hasta tu llegada —asiento.

—¿Cómo tardaste tanto? —inquiero, lanzando el cigarro y acercándome a él —. Ha pasado más de una semana.

—Hice bien mi trabajo Dean, eso lleva tiempo —resuelve.

—No quiero juegos López. Un simple atisbo de que me la vas a jugar y que te corto la cabeza —amenazo tranquilo, analizando esa calma en su mirada.

—¿Ahora dudas de mi? —inquiere molesto —. ¿Qué mierda te ha metido esa cría en la cabeza?

—Deja a la niña de lado —mascullo.

—Si tus hombres ven en lo que te estás convirtiendo, no dudarán en darte una patada en el trastero —habla severo.

—Sigo siendo el mismo López.

—El Dean de antes no habría rechazado liberarse con una buena puta  —da un paso hacia mi, acercando nuestros rostros —. El Dean de antes jamás dudaría de mi.

—¿También debo contar contigo para enterrar mi polla en alguien? —le empujo —. Llevo aquí encerrado demasiado tiempo, confío en ti López, pero sé lo que el poder es capaz de hacernos. No quiero que te confundas, aquí el líder soy yo.

—En ese jodido internado fui yo el que te cuidó, te prometí que jamás traicionaría a mi hermano. Cuando salimos a la calle, ¿quién estuvo contigo a pesar del hambre? ¿Quién se negó a declinar tu jodida idea de ser los reyes de la ciudad Dean? Nos llovieron golpes, casi morimos en tu lucha, y aún así, aquí me tienes.

—No pretendas hacerme creer que todo ha sido por mi. Te conozco López, adoras estar donde estás, amas el poder que ser mi hombre te otorga. Te quedaste conmigo, porque lo que viste en mí no lo habías visto en nadie; crueldad. Y no dudaste ni un segundo en que sería exactamente eso lo que nos llevaría a la cima.

Golpeo su hombro cuando paso por su lado y abandono la habitación. Estar aquí cada vez se vuelve más desesperante, Iván jamás será capaz de traicionarme, pero temo que no sea consciente de que él es solo el segundo en el trono. Sus ansias de poder lo han metido en problemas en más de una ocasión, y no me gustaría tener que atravesar su cabeza con una bala si se vuelve a dar el caso.

Necesito salir de este jodido hospital, el calor que parece emanar de las paredes me consume, el olor se vuelve repugnante y la certeza de no saber cómo están saliendo las cosas revienta mi cabeza. Esta semana tengo un gran encargo, González vendrá desde España para ultimar los detalles y no ser yo el que le espera me revienta la cara. López es eficaz, el mejor en cuanto al trabajo sucio, más los negociantes solo desean hablar con el líder.

Detengo mis pasos cuando las voces de la habitación suenan demasiado fuerte. La niña suele hablar sola mientras ve sus series o pinta sus uñas, más esta vez otra la acompaña. Parecen sumergidas en una plática agradable ya que la niña ríe, y no me hace falta verla para adivinar su bonita sonrisa sobre los labios.

Ingreso en la habitación sin llamar, a fin de cuentas, también es mía. Me arrepiento al instante en el que veo esa melena canosa de espaldas a mi. La niña me visualiza por encima de su hombro y cualquier rastro de gracia desaparece en cuanto aprecia mi mueca. La mujer ladea la cabeza, siguiendo la vista de la niña, enfocándome. Una sonrisa emocionada tira de sus labios arrugados, y en sus ojos tristes de por vida, se refleja un brillo feliz.

—¿Madre, qué haces aquí? —inquiero tosco, apretando los puños con fuerza. Las heridas casi cicatrizan, el dolor a penas es notable y eso no ayuda a la hora de buscar autocontrol.

—Hijo, ¿cómo no me avisas de lo que te pasa? —con dificultad se incorpora. En cuanto su cuerpo queda girado al completo hacia mi puedo ver la gran marca que cubre la mayor parte de su cara. Mi estómago se revuelve ante ello, y los cientos de recuerdos no tardan en reflejarse frente a mis ojos.

—¿Se te olvida que no soy de tu incumbencia? —recuerdo asqueado. La decepción cruza su mirada, debilitando su sonrisa, sin embargo, rápidamente se recompone.

—Pasen los años que pasen, los hijos siempre serán de la incumbencia de sus padres —se acerca a mi. Sus ojos, grises como los míos, me reflejan —. Nunca dejarás de ser mi pequeño hijo Dean, da igual lo mucho que te esfuerces —le es complicado elevar la mano hasta mi mejilla, pero lo hace, ocasionando que me aparte y me haga a un lado.

—¡Dean! —la niña, que hasta el momento se ha mantenido al margen, exclama molesta. La enfoco sobre la cama, esta vez es un pijama de osos lo que la cubre. Sonrío, su nariz se encuentra roja a causa del calor y sus mejillas parecen arder. La corta melena la lleva recogida en un desastroso moño del que se escapan demasiado mechones. Perfecta.




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