Un caos llamado Dean

10

DEAN ©
Capítulo 10

Estoy jodido y asquerosamente atemorizado. La bola de mi pecho brinca sin control, se desboca nerviosa y parece embriagarse de eso que llaman felicidad. La niña me hacía sentir tan bien, tan jodidamente en calma, como si el huracán de mi interior pareciese desaparecer con su simple cercanía.

La última vez que sentí esto tenía siete años, era un simple crio inocente, demasiado feliz sin saberlo. El desenlace que tuvo mi felicidad me hacía temer el volver a sentirla, desde aquel día, me hice creer a mí mismo que lo mío no era ser feliz. Que podía tener todo el éxito que desease, los bolsillos a rebosar de dinero pero que jamás volvería a sonreír y hacerlo de verdad.

La felicidad, el sentirme querido se sentía algo tan imposible de alcanzar. Yo mismo me sentía tan poco merecedor de ello. Pero entonces, el maldito destino preparó bien sus cartas y puso en mi camino a la pequeña niña. ¿Cómo podía algo tan escuálido hacerme sentir tan bien? ¿Cómo puedo yo, un jodido monstruo, estar sintiendo algo más que maldad en mi interior?

Las mujeres nunca han sido importante para mi, Dios, han sido tantas las que pasaron por mi cama que ya he perdido la cuenta de lo cerdo que he llegado a ser. Solo he visto coños para usar y desechar, mujeres fáciles que se abrían de piernas con tanta facilidad que me sorprendía. He podido tener bajo mi cuerpo a la mujer que todo hombre desearía, y me he sentido vacío en cada jodido momento.

Sin embargo, unos ojos verdes, una maraña oscura y una sonrisa atrevida a la par que inocente ha conseguido rendirme. Sin demasiada complicación, sin siquiera proponérselo, la niña me tiene a sus pies. Y nunca me ha pasado esta mierda, joder ni si quiera me lo he llegado a plantear.

Siempre me he reído de los enamorados, de esas personas que parecían cortarse la polla y entregar su corazón a una única persona. Débiles gritaba en burla, estúpidos y jodidos idiotas. Pero ahora que comenzaba a sufrir los estragos de un creciente sentimiento, me doy cuenta de que todas esas burlas, esas palizas que les propinaba a mis hombres por acostarse con la misma puta en más de una ocasión, se debían única y exclusivamente a la maldita envidia que me consumía al no poder hacer lo mismo. Al encontrarme rodeado de soledad, al sentirme vacío.

Pero ahora que la niña me había abierto los ojos, ahora que por fin sonreía con calma y serenidad, que todos mis demonios parecían apaciguarse y que, por fin, podía aceptar el querer a alguien, no pienso, bajo ningún concepto, dejarla escapar.

Unos toques en la puerta me hacen abrir los ojos con pesadez, los tallo con cansancio antes de enfocar el despacho frío y solitario en el que me encuentro. Han sido largas horas e interminables noches las que he pasado aquí encerrado, he follado, he asesinado, he tomado las decisiones más importantes y siempre lo he visto como el lugar más cómodo. Pero ahora que por fin había conocido lo que se siente al estar rodeado por unos brazos cálidos, este lugar me parecía una auténtica mierda.

—¿Qué coño te has hecho en el pelo? —López ingresa sin previo aviso. Me observa ceñudo y no tarda demasiado en carcajearse.

Gruño en respuesta, dándole la espalda. Resulta que, por muy sencillo que sea cortar el pelo, la niña parece haberme destrozado. El lado derecho de mi cabeza está tremendamente corto, mientras que el izquierdo se encuentra medianamente largo. Quise darme un maldito puñetazo cuando, en la mañana, me vi frente al espejo. Mientras ella se reía sin control, asegurando que había avisado con antelación, no pude hacer otra cosa más que apretar los ojos y joderme con mi estúpida decisión.

»—¿Algo que ver con la niña? —cuestiona divertido.

—Le pedí que me lo cortase —mascullo, jugando con el vaso entre mi mano.

—¿A la cría? ¿En serio? ¿Qué tienes en la cabeza hermano? Digo, aparte de un nido de pájaros mal hecho —bromea. Su risa molesta como cientos de disparos junto al oído, sin embargo, me mantengo en silencio.

—¿Están en el hospital? —formulo, recordando cómo en la noche, mientras dormía sobre mi, tuve que esforzarme como nunca para irme.

¿Yo con dificultades para dejar a una mujer? Mierda, una y otra vez. Más cuando el jodido control desapareció de mí y me permití el gusto de saborearla. Prometí no hacerlo, ¡joder! Es una jodida cría todavía, y menor. Sin embargo, en cuestión de pocas semanas la he proclamado mía y no he podido controlar esos malditos instintos que arañaban mi pecho por probarla.

Durante los primeros días quise engañarme a mí mismo, me traté de convencer de que esas palabras que grité, solo habían sido la excusa perfecta para protegerla, para lograr mantenerla a salvo. Pero la jodida realidad, esa que parecía estar riéndose de mí, era demasiado diferente. Dije lo que dije porque así lo deseé, porque la bola en mi pecho ardía por expulsarlo fuera. Y ahora, maldita sea, ya no había forma de recular.

—Ivanov y Teddy están allí —informa, ese tono amargo sobre su voz —. Hermano, no creo que sea buena idea utilizar a nuestros hombres para eso. ¿Son niñeros ahora?

—Son lo que a mí me salga de los cojones López, ¿sabes por qué? —le encaro, el cristal entre mi puño parece crujir —. Porque son mis hombres, acatan cualquier tipo de orden que yo les dé y no rechistan. Soy su jodido líder, algo que tú pareces estar olvidando.

—No me gusta esa cría —sisea.

—¡Joder! —lanzo el vaso contra él, lo esquiva rápido, logrando que se estampe contra la puerta y estalle en mil pedazos. El líquido que poseía lo salpica todo, creando un jodido charco asqueroso —. ¿Cuál es tu maldito problema con ella?

—Te debilita, Dean. Los hombres no quieren un líder con corazón, necesitan a alguien que les proteja, no que solo tenga ojos para un bicho —pronuncia gélido, alzando la barbilla.

—Pregúntales, a esos hombres que tanto pareces conocer, si tienen algún jodido inconveniente con que la persona que les permite vivir quiera tener a alguien a su lado. ¡Ten cojones y ofréceles estar bajo tu mando! ¿A quién crees que elegirán? ¿Al rey o al jodido plebeyo? —su mandíbula se aprieta, desea golpearme.




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