Un caos llamado Dean

13

DEAN ©
Capítulo 13

Me paseo de lado a lado en el viejo y sucio sótano donde arrebatamos de la manera más cruel posible todas las vidas que se nos antojen. Todo el mundo teme morir, pero lo que refleja la mirada de todo aquel que acaba aquí es el pánico puro, la derrota. Y, como el enfermo que soy, eso se siente jodidamente placentero.

El obeso se menea brusco sobre la silla, lucha por liberar sus extremidades y buscar algo de oxígeno; el saco sobre su cara lo dificulta. Inhalo una profunda calada antes de detenerme frente a él y lanzar el cigarro al suelo.

Esta mañana, justo cuando mi cama iba a ser ocupada por otra persona, recibí la llamada de López. Aseguraba que había encontrado al hombre que, junto con el rubio, ayudó a Abruzzi. No dudé en correr como un psicópata, el deseo de sangre picaba tras mi cabeza desde la noticia, y ahora que lo tenía enfrente no sabía cuánto sería capaz de resistir.

—¡Soltadme! —brama desesperado, revuelve su cabeza y retuerce sus brazos; inútil —. ¡Tengo una hija, por favor!

López ríe ante el comentario, se encuentra apoyado en la mesa de materiales. Su mirada detalla cada parte del hombre, muy probablemente imaginando lo mucho que se podría divertir con él. Sin embargo, esta presa es mía.

—¿Sí? Entonces también pasaremos un buen rato con ella —sugiere con diversión. Volkov le acompaña, pero Tyler solo aprieta la mandíbula, manteniéndose impasible.

—¿Crees que le gustaremos? ¿Abrirá sus piernas para nosotros? Si no es así tampoco nos importará demasiado, nosotros mismos haremos que las abra —añade el ruso, carcajeándose como el enfermo que es.

—¡No la toquéis! ¡Juro por Dios que os mataré si le hacéis algo!

—No estás en situación de amenazarnos, bola de grasa —siseo. Cansado de esperar, alzo la mano y arrebato la tela que cubre su cara. Al momento de hacerlo me arrepiento. Eleva la mirada, parece estudiarme con detenimiento, dándose cuenta a los pocos segundos dónde me ha visto —. Fuera —exijo.

—¡Dean! —reprocha López.

—¡Que os larguéis! —exclamo. Los encaro uno a uno, dejando que vean lo que les haré si no desparecen de mi vista. Tyler no duda en obedecer, siendo seguido por Volkov y, finalmente, es Iván el que nos deja completamente solos. Inspiro con fuerza, enfocando nuevamente al hombre.

—No le hagas daño, por favor —suplica asustado.

—¿Por qué lo has hecho? —inquiero ronco, apretando los puños.

—Necesitaba el dinero señor, pero por favor no le hagas daño es solo una niña —tropieza con sus palabras con pánico, y antes de poder acabar, está llorando.

—¿Quién te contrató?

—La tarde que estuve allí un hombre me abordó en el aparcamiento, me ofreció treinta mil por ayudar a Abruzzi.

—¿Os ayudó alguien de dentro?

—¡Sí! —asiente efusivamente, pierde la mirada por todas partes en lo que parece pensar —. ¡Josh se llama! Él me facilitó el entrar a por Abruzzi, y después, nos ayudó a escapar sin ser descubiertos.

—¿Te das cuenta de la tontería que has cometido? —cuestiono en un suspiro, alzo mi vista al techo y cierro los ojos.

—Mi hija necesitaba ese dinero, ella lo necesita... —solloza aterrado.

—Amor va a sufrir mucho tu pérdida —finalizo, encarándole. Abre los ojos con asombro, negando repetidamente.

—Por favor, por favor, por favor —con torpeza arrastra la silla hacia atrás —. Ella me necesita, soy lo único que le queda.

—Ahora me tiene a mi —sentencio, caminando hacia la mesa. Barro cada material de tortura, rabioso por las dudas que me atacan —. Por ser su padre acabaré rápido —estiro el brazo hasta alcanzar la cuerda de metal.

—¡Jamás te lo perdonará!

—Jamás lo descubrirá —atajo en un susurro, acercándome. Juego con el metal entre mis manos, lo enrollo en cada puño y estiro levemente —. Creerá que la has abandonado.

—¡Nunca se creerá eso, soy su padre! La amo, le prometí que siempre estaría a su lado y sabe que nunca rompo mis promesas —asegura sudoroso. Su pecho sube y baja a gran velocidad, mantiene mi mirada con temor, pero no por su vida.

—¡Joder! —sin cuidado pataleo la columna tras de mí. Llevo mis puños a la cabeza y los aprieto con fuerza. Soy un monstruo, ¡maldita mierda no debo dudar! —. Lo creerá porque tú mismo se lo dirás —con la respiración agitada empujo su silla hasta acercarlo a la mesa. Hago a un lado los materiales y le tiendo un papel y un bolígrafo –de esos que mantenemos en una estantería para estos casos– —. Escribe una despedida —ordeno, liberando una de sus manos.

La eleva nervioso, su brazo tiembla sin control y cuando acerca el bolígrafo a la hoja lo único que logra hacer son varios tachones sin sentidos.

»—Hazlo bien —rujo, lanzando un golpe a su cabeza. Suspira entrecortado, pero consigue escribir y que se entienda. Trato de no pensar en el dolor que sentirá la niña cuando la lea, lucho por no verme debilitado por ella, pero fracaso considerablemente cuando la angustia me complica el respirar.

Jodida mierda, jodida puta mierda. López tiene la maldita razón, ella me hace débil. E igualmente no pensaba alejarme.

—Por favor, cuídala —suplica, el agua salada resbalando por sus mejillas —. Y no la lastimes, ella es fuerte, pero si de verdad te quiere, jamás podrá recuperarse.

—Cuidaré de ella, te aseguro que nadie le hará daño.

—No la dañes tú.

—Jamás —acorto la distancia, colocándome tras él. Cierro los ojos con fuerza, repitiéndome una y otra vez que lo que voy a hacer es lo correcto; nadie se burla de mi y sale ileso. De ser así, todos mis hombres dudarían de la clase de líder que soy. Expulso el aire con detenimiento mientras dejo que la cuerda rodee su cuello, entonces, aprieto.

El hombre se retuerce con dolor, lucha por conseguir oxígeno, pero no cedo. Yo mismo peleo contra las contradicciones que atacan mi cerebro, no me dejo vencer, esto está en mi naturaleza; nadie lo va a cambiar.




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