DEAN ©
Capítulo 14
Se ríe exageradamente, cayendo hacia atrás y atrapando su barriga. El chico que la acompaña, vestido con una bata de hospital, palmea sus muslos y estalla también en sonoras carcajadas que solo logran incrementar las de la niña. Inevitablemente los celos me consumen, aprieto los puños con fuerza y avanzo, cerrando la puerta y dejando atrás el molesto sonido de los enfermeros.
El ruido que produce la puerta les hace dejar de reír y encararme, la sonrisa de la niña se borra para, segundos después, extenderse. Salta de la cama y se acerca, abre los brazos e intenta abrazarme pero antes de que llegue a mi, soy yo el que acorta la distancia. Con ganas atrapo su cara, y sin preguntar, uno nuestras bocas. En un principio se mantiene estática, quizás sorprendida, quizás avergonzada. Pero en cuanto mi lengua roza sus labios para entrar, todo su cuerpo cede a mi. Sus manos atrapan mi nuca, acariciando y arañando, las mías, no dudan en viajar a su cadera, bajar a sus muslos y elevarla. Sin separarnos la obligo a sujetarse en mi cadera, y entonces, atrapo ese culo que tanto me apetece nalguear.
Suspira impresionada ante la impresión, pero no emite queja y tampoco lucha por alejarnos. Sus labios cada vez se sienten más expertos, bailan sobre los míos con intensidad, chupa, saborea y no duda en mordisquear y disfrutar tanto como yo.
—Dean... —susurra, logrando separarse. Su aliento pesado golpea mis labios con fuerza, sus pequeños dedos hormiguean tras mi cabeza y, esta maldita postura, me hace sentirla tanto que la erección ya está presente.
—Mía, niña —recalco celoso, aprieto sus nalgas y la hago suspirar en deseo —. ¿Sí? —asiente con torpeza, sus ojos cerrados y su cabeza nublada —. Entonces qué haces con ese crio —averiguo ronco, molesto.
Inmediatamente sus ojos se abren, la vergüenza se refleja en ellos mientras lucha por separarse, sin embargo, no se lo permito. Así que, gira el rostro con desespero y baña el cuarto, suspira aliviada al darse cuenta de que no se encuentra aquí, entonces, me encara.
—¿Dónde has estado? —cuestiona con dulzura, acaricia la barba de mis mejillas, dibujando pequeños círculos con sus pulgares. Cierro los ojos por unos segundos, agradecido a ese gesto.
—Trabajando.
—Has estado cuatro días sin venir a verme —reprocha, su ceño hundido y los interrogantes en su mirada. Sí niña, quizás tratando de sentirme menos hijo de puta por haber matado a tu padre y ahora querer actuar como si no supiese nada. Niego lentamente tratando de acercarme a sus labios, lo impide presionando la palma de su mano contra mi boca —. ¿Crees que puedes desparecer y después besarme como si nada?
—Ya lo he hecho —elevo las cejas socarrón, causando que se moleste. Evito carcajearme ante su mueca y simplemente nos mantengo pegados.
—Bájame —exige, pataleando.
—Bésame —resuelvo con gracia.
—No voy a volver a besar a alguien me ignora durante días —formula entre dientes, cruza sus brazos y se deja caer hacia atrás.
—¡Niña! —rápidamente tomo su espalda y me encargo de que no se golpee contra el suelo. No suelta sus caderas, así que, aparte de incómodo en caliente. Con una sonrisa elevo una de mis cejas y, lentamente, camino hasta que mis rodillas chocan contra el colchón —. ¿No vas a ponerte bien? —niega infantil, y no necesito nada más; suelto su espalda, chilla asustada pero entonces impacta contra la cama. No le doy tiempo a incorporarse, me coloco entre sus piernas y sujeto sus manos —. ¿Por qué te esfuerzas por hacerte la dura cuando me deseas tanto como yo a ti? —ronroneo sobre sus labios sellados. Ante su negatividad comienzo un movimiento de cadera, sé que me siente, es por eso que, sus piernas se aprietan ligeramente contra mi cuerpo.
—Dean... pa-para —exige en un suspiro.
—Bésame —con ansias eleva la cabeza e impacta sus labios contra los míos. Le dejo llevar el control, me besa como quiere, a un ritmo suave pero jodidamemte caliente.
—Ahora —me aleja y nos conecta —, dime por qué no has venido a verme —repite con molestia —. Prometiste que vendrías todos los días.
—Lo sé niña, lo sé... —rendido pego mi frente a la suya, su suave respiración, ese olor dulzón y la suavidad de su piel consiguen relajarme y hacerme sonreír —. He metido la pata hasta el fondo, solo intentaba arreglarlo.
—¿Te pasó algo malo? —niego ante su preocupación —. ¿A otra persona? —sin querer hacerlo asiento, el silencio que le sigue a mi gesto duele como cien puñetazos en la cara. Ella se esfuerza por verme como un ángel, y por mucho que lo intente creer, siempre acaba cayendo en la realidad de la clase de persona que soy —. ¿Se lo merecía?
—Liberó a la persona por la que ingresé —su cuerpo se tensa. Libero sus manos y dejo que las mías viajen hasta su rostro, la acaricio con suavidad, cuidado, sintiéndome sucio por hacerlo con las mismas manos que arrebataron la vida de su padre.
—Entonces no te sientas culpable —musita, abro los ojos con sorpresa y me alejo ligeramente para observarla —, la persona que hizo eso sabía perfectamente dónde se estaba metiendo. ¿Para qué jugó con fuego?
—¿Defiendes a un asesino?
—Solo digo que, si se metió con el hombre que te disparó, no debía ser mucho mejor que él —se encoge de hombros —. No sé, las personas somos muy estúpidas, pero también lo suficientemente inteligentes como para saber qué consecuencias tendrán nuestras decisiones.
¿Pensarías lo mismo si te dijese que se trata de tu padre?
—Como necesitaba verte —susurro sobre sus labios —. Eres una jodida adicción, la más dulce y placentera —le regalo un casto beso sobre sus labios para desplazarme a sus mejillas y continuar por su cuello.
Ahora que estoy aquí con ella y me siento tan tranquilo, soy capaz de darme cuenta de lo mucho que la necesito. Joder, con sólo verla la angustia pareció disiparse, dando paso a todo lo bueno que ella produce en mi.
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Editado: 21.09.2021