Un caos llamado Dean

19

DEAN ©
Capítulo 19

—¿Qué hace aquí, jefe?

Sin demasiado interés giro el cuello para enfocar a Tyler. Me observa desde arriba, tan serio como de costumbre, pero con algo que reconozco como preocupación en su mirada.

No le contesto, solo vuelvo mi vista al oscuro cielo, demasiado atento a la tormenta que está comenzando a formarse. Evito moverme demasiado, todo el cuerpo me dolía, aunque sabía de primera mano que no se trataba de un dolor físico.

»—¿No cree que Amor estará esperándole? —lo escucho acomodarse a mi lado, y sin ver a su rostro, sé que me observa fijamente.

—¿Por qué me esperaría? —inquiero torpe, mi lengua se enreda y sé que es difícil de entenderme. Las cinco últimas botellas que había ingerido habían calado profundo en mi organismo.

Pero no me importaba. Necesitaba esta mierda, o al menos eso creí.

Quería aliviar el repentino dolor que sus palabras crearon en mi. Quería, de una vez por todas, tener la fuerza suficiente para vencer a ese dolor que había aflorado sin permiso.

Hacía tantos años que no sufría, que encontrarme ahora mismo destrozado, era algo que se escapaba de mis manos. Me dolía el pecho, con tanta intensidad que hasta respirar se volvía difícil. Los recuerdos aparecían con rapidez, golpeándome con fuerza, destruyéndome en segundos.

Creí que el alcohol lo aliviaría como tantas veces había hecho. Sin embargo, esta vez estaba la diferencia de que el dolor era infinito, causado por todo; por Holly, por mi madre, por lo vivido en el orfanato, por la pérdida de tantos amigos. Por darme cuenta de que, en estos momentos de miseria, era en los brazos de la niña en los que quería estar.

No me avergonzaba necesitarla, pero sí lo hacía el hecho de sentir dolor y darme cuenta de que ella es la única en poder calmar esas emociones tan desconocidas para mí.

—No la conozco demasiado, pero si está aquí con usted, no es difícil intuir que le quiere —responde con calma, como si lo que acababa de decir no fuese algo jodidamente extraordinario.

—¿Quererme? —me carcajeo, ni una pizca de gracia me recorre —. Alguien como ella no sería capaz de querer a alguien como yo.

—¿Y qué hace aquí entonces?

—Arruinar su vida —sentencio amargamente.

—Déjala ir entonces —aconseja.

—No puedo.

—¿Por qué? —aprieto mis ojos con fuerza ante la pregunta.

¿Por qué niña, por qué ya no puedo vivir sin ti? Resultaba tan fácil deducirlo, sin embargo, era tan difícil expresarlo.

—Porque la necesito —acoto.

—¿Por qué?

—A dónde coño quieres llegar, Tyler —gruño molesto. Le enfoco, topándome con su ceño fruncido y sus ojos demasiado brillantes.

—Quiero que me diga por qué no puede dejar que esa niña se vaya si sabe que le está arruinando la vida —niego lentamente, agachando la cabeza y apretándola entre mis manos —¡Vamos jefe! Dígame de una vez por todas a qué se debe tanto descontrol en sí mismo.

—Todo es culpa de ella —susurro decaído.

—¡Por qué! ¿No era usted el hombre que no tenía pelos en la lengua a la hora de hablar? ¿Qué le pasa ahora? ¿Tiene miedo? —pregunta sin parar, gritándome, buscándome, causándome tanta molestia que en cualquier momento estallaré.

—No le temo a nada —aprieto mis puños, casi parecen crujir.

—Habla entonces, cobarde —brama y el muy estúpido se atreve a golpear mi hombro.

—¿Qué coño quieres que te diga? —sin ningún cuidado me tiro sobre él, mis manos toman su cuello y no dudan en apretar. No se resiste, no pelea —. ¿Que la necesito? ¡Sí, la necesito! No puedo vivir sin ella, ¿entiendes? Me hace sentir... vivo. ¡Es cómo encontrarme en un cubo dando vueltas sin parar! ¿Sabes por qué? Porque ella aleja todo el dolor de mi interior, pero también me causa mucho más. Me hace recordar, extrañar, me hace replantearme si todo lo que he hecho y todo lo que hago es lo correcto. ¡Y eso es una puta mierda! Antes hacía las cosas sin pensar en nada, solo me importaba conseguir lo que quería. Pero ahora... ahora lo medito todo, sobretodo los daños que puedo causar a los demás. Los daños y el dolor que le puedo causar a ella.

—Aléjala si tanto mal le hace —habla con dificultad. Su rostro está rojo, las venas se marcan por toda su frente y sus ojos parecen brillar.

—No lo entiendes —me mofo sin sentir gracia. Entonces, le suelto y me alejo, acomodándome donde anteriormente estaba.

—Sí lo hago —su mano aprieta mi hombro. Un gesto cálido, reconfortante que se sentía bien —. Es usted el que todavía no entiende qué es lo que pasa.

—Qué dices.

—Aún teme —suelta pensativo antes de levantarse —. Le aconsejo que vuelva con ella, le está esperando.

Gruño en reproche, como un crío estúpido, mientras el frío y la oscuridad me rodean, logrando mostrarme la profunda soledad que me acompaña cuando ella no está conmigo. Esa niña me estaba volviendo loco, me estaba jodiendo como nunca nadie se había atrevido, y lo peor de todo es lo agradecido que estaba ante ello. Amor era tan pura, tan inocente que, todo lo que conseguía conmigo, lograba hacerlo sin esfuerzo, sin siquiera proponérselo.

Sin darse cuenta me estaba haciendo feliz, y eso es algo que jamás nadie había sido capaz de conseguir.

Sin embargo, toda esa felicidad que, de mala manera, me había permitido a mi mismo experimentar, era una auténtica desventaja a la hora de vivir una vida como la que yo tengo. Si eres feliz, tarde o temprano, sentirás la pesada lona de la tristeza aplastarte. Por el contrario, si vives en el fango, sin ningún tipo de emoción en tu interior, no habrá ningún momento en la vida que te pueda hundir más de lo que estás. Por eso, haber salido de las garras del vacío, no solo me había traído algo bueno.

Y lo peor de todo, es que ahora que la había conocido, ahora que había experimentado la increíble sensación de tenerla entre mis brazos, ahora que por fin conocía lo que es sentirse en paz, ahora que alguien me miraba sin miedo sin reproches... ¿Cómo podía alejarla sin sentir que arrancaban todo mi interior?




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