DEAN ©
Capítulo 20
—¿A dónde vamos? —su suave y emocionada voz me hace mirarla. Aprecio, durante pocos segundos, la belleza de su sonrisa, la atracción de su mirada y la destrucción de todo ello junto.
No sabía muy bien por qué la estaba llevando a ese lugar que, desde hace años, no visito. Al principio me resultaba fácil acudir allí y actuar como si todo mi interior no se revolviese con odio ante los recuerdos. Pero según pasaban los meses, los ataques de ira, las rabias y las ansias de sangre crecían más y más rápido, con más fuerza y descontrol.
Tanto que, a pesar de saber que muchos allí me apreciaban, me negué el volver. No tenía sentimientos, siempre lo pensé, pero jodida mierda que cada día que pasaba junto a este niña, más recuerdos me bombardeaban y más claro me dejaban que, todo lo que creía, era una auténtica farsa.
»—¿Vas a contestar o vas a seguir comiéndome con la mirada? —su pregunta atrevida me hace volver a la realidad. Me observa divertida, con las cejas elevadas y ese labio tan apetecible atrapado bajo sus dientes.
—Comerte es algo que ansío cada jodido día, no me tientes.
—No desvíes la pregunta —reprocha, el rojo tiñendo sus mejillas. Evito carcajearme y simplemente dejo que el silencio nos vuelva a envolver. Claro, que eso para la niña es demasiado complicado —. ¿A dónde vamos? —repite, esta vez con más impaciencia en su voz —. ¡Contéstame!
—¿No puedes, simplemente, disfrutar el viaje?
—No, quiero saber a dónde vamos.
—¿Por qué? ¿Temes que te vaya a hacer algo?
—Serás estúpido —sin cuidado golpea mi hombro, me río en su cara, sin embargo, ella parece de repente demasiado preocupada —. Las medicinas, no las he cogido.
—No te preocupes, yo las cogí —sin importarme la carretera la observo, esa mueca contraída parece disiparse con rapidez —. ¿Crees que no voy a cuidar de mi chica? —inquiero con sorna.
—No sabía que tu eras de esos —canturrea, volteando hacia la ventana como si no quisiese verme a mí. Imito sus movimientos, centrándome en la carretera, por el contrario, no doy el tema por zanjado.
—¿De esos?
—Sí, ya sabes —menea la cabeza, pensativa —. De los que cuidan a las chicas.
—Tu no eres una chica cualquiera, eres mí chica —recalco con intención —. No solo te voy a cuidar, vivirás como la jodida reina que eres para mí.
—¿No te importa lo que puedan decir? —la pregunta llega en un susurro apenas audible, sin embargo, la entiendo a la perfección.
¿Alguna vez me ha preocupado lo que las demás personas pudiesen decir o pensar de mí? No. Por eso, lo que les pase por la cabeza respecto a mi relación con Amor me importaba una mierda. O, más bien, la única importancia que podía causar en mí se debía al hecho de que alguien tuviese en su jodido cerebro la idea de lastimarla o causarle algún daño. Esa la única importancia que encontraba en los pensamientos de los demás.
Porque tras haber acabado con la vida de tantas personas que ya he perdido la cuenta, tras haber amenazado, golpeado y lastimado a demasiadas personas. Tras haberme permitido el lujo de vivir como el rey del infierno, sin pensar en otra persona que no fuese yo mismo, ¿cómo tener en cuenta lo que digan los demás respecto a mi única y nueva compañía?
Yo soy el rey, yo lo decido todo, yo lo controlo todo y nadie, absolutamente nadie, tiene ningún tipo de control sobre mí.
—¿A qué viene esa pregunta? ¿Alguien te ha dicho algo?
—No, solo...
—Niña, no me mientas —interrumpo tosco. El enfado parece recorrer cada canal de mi cuerpo con rapidez con tan solo imaginar que alguno de los psicópatas a los que protejo se haya atrevido siquiera a dirigirle la palabra.
—Solo sé en la clase de mundo en el que te mueves, no es difícil adivinar que si te ven más humano de lo normal se molesten.
—¿Más humano de lo normal? ¿Qué era antes? ¿Un helicóptero?
—¿Por qué mafioso y no cómico? Habrías tenido mucha fama —gruñe y no duda en lanzar un golpe a mi hombro —. No lo niegues, antes te movías por la vida como un auténtico monstruo recién salido del infierno. Ahora, al menos, te mueves como un monstruo enamorado. Das menos miedo —se encoge de hombros y con total normalidad centra su atención en los espesos árboles que se difuminan por la velocidad del coche.
Yo, por el contrario, siento como toda la sangre de mis venas se detiene al notar como la jodida bola de mi pecho se salta varios latidos. ¿Había oído bien? Quiero reírme en su cara por tal estupidez, sin embargo, algo en lo más profundo de mi ser me lo impedía.
Nunca he amado a ninguna mujer que no fuese Holly, nunca me he preocupado siquiera interesado en nadie. Con la niña todo era diferente, nuevo, extraordinario... Pero esas sencillas palabras que soltó como si no tuviesen ningún peso no podían sentirse más acertadas como erróneas. Quería pensar que era posible que, por fin, podía sentir amor por alguien. Sin embargo, la puta realidad me dejaba demasiado claro lo que podía llegar a pasar si confesaba o siquiera me daba cuenta de que lo que siento por ella va mucho más allá de un mísero y absurdo cariño fruto de mi jodida estupidez.
Mi amor por la gente acaba destruyéndola, reduciéndola a nada.
No quería eso para ella, no para mí ángel.
—No seas absurda —siseo, apretando mis puños sobre el volante. No quería lastimarla, pero hacerlo tal vez era la única manera de salvarla —, no lleves esto a lo personal.
—¿Cómo? —su jodido hilo de voz dolía. Me obligo a mantenerme firme, sin tomarme el tiempo de observar la decepción en todo su rostro, sin tener en cuenta el dolor que le voy a causar.
—Me molas nena, pero pensar que estoy enamorado de ti es lo más tonto que ha salido de tu boca desde que te conozco. Eres una niña, siempre lo he tenido claro, pero no creí que podías llegar a ser tan ingenua —me mantengo impasible, como si no me importase, como si no me estuviese muriendo por detener el coche y tirarme sobre ella para gritarle que, tal vez, en otras circunstancias, en otra vida, me habría permitido el lujo de amarla sin miedos, preocupaciones e inseguridades.
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Editado: 21.09.2021