Un caos llamado Dean

23

DEAN ©
Capítulo 23

El regreso a casa se hace demasiado corto, las tres horas de viaje se habían sentido como cinco minutos. Desde que salimos la niña no había parado de hablar, parloteó toda su infancia, sus aventuras en el colegio, sus primeras fiestas en el instituto y cómo siempre acababa metida en algún lío. Era una chica normal, una adolescente con demasiadas ganas de vivir, experimentar y disfrutar hasta que el primer dolor apareció. A partir de ahí su vida cambió, a penas podía hacer otra cosa más que estar postrada en una cama retorciéndose de dolores. Así acabó en un hospital, viendo como todo a su alrededor seguía avanzando mientras ella se estancaba en aquella habitación.

Ahora que el nuevo medicamento funcionaba no volvería a sentir jamás las garras de la depresión sobre ella, volverá a vivir, a disfrutar. Conmigo experimentará, conocerá, descubrirá y jamás le faltará de nada. Es la promesa que llevo tratando de cumplir desde que la conocí, y una vez que esos hijos de perra estén bajo tierra podré cumplirla.

Porque era lo único por lo que ahora vivía, por ella, su seguridad, su bienestar, su felicidad. Quiero dárselo todo, cumplir cada sueño, hacerla conocer cada parte del mundo, demostrarle que jamás volverá a sentirse sola.

Amor me amaba, todavía no era capaz de creerlo. Se sentía tan bien, parecía estar en la cima del mejor piquete sin poder bajar. Me encontraba eufórico, feliz, agradecido y orgulloso de que una persona como ella quiera a un caos como yo. Y tenía miedo, joder como un puto crio, pero era inevitable no pensar en lo que le pasó a Holly, en lo que les pasa a todas las personas que aprecio.

Ahora que ella se había atrevido a confesar sus sentimientos, sabía que era mi turno. Sin embargo, cada vez que lo intentaba, siquiera lo pensaba, una bola se instalaba en mi garganta impidiéndome gritarle lo que tanto ansío.

Es peligroso tenerla conmigo, pero lo es más todavía amarla. Si lo hago, si me permito la libertad de hacerlo, la condenaré a mí.

Prefería seguir viviendo en nuestra burbuja de deseos por cumplir antes que hacerlos realidad y llegar a destrozarla. Jamás me lo perdonaría.

—¿Me ayudas con el cierre? —despego la vista del móvil y me centro en ella. Se retuerce en medio de la habitación luchando por alcanzar la cremallera del vestido. Sonrío divertido.

—Ven aquí —exijo. Se acerca sin rechistar, golpea sus rodillas contra mis piernas y entonces se gira.

Ni siquiera necesito levantarme de la silla para alcanzarlo, así que con facilidad hago que el cierre caiga, abriendo la tela y mostrándome su espalda desnuda y libre del sujetador.

—Gracias gusanito —pretende alejarse, pero soy más rápido y la detengo. La rodeo con mi brazo y la hago retroceder hasta su posición inicial —. ¿Qué haces? —una sonrisa ladina toma mis labios ante su tono nervioso.

Con lentitud me incorporo, dejando que lo primero en rozar su cuerpo sea mi pecho, seguido de mis manos aprisionando sus caderas, y, por último, mi erección contra su culo. Un jadeo escapa de sus labios, sus manos aprietan mis brazos, y entonces, su respiración se detiene.

—Has ido sin sujetador —susurro ronco sobre su oído —. ¿Sabes lo que habría pasado si me llego a dar cuenta? —niega con lentitud. Hago más fuerza con mi brazo, presionándola más contra mi cuerpo, dejándole claro lo caliente que me ha puesto sin siquiera proponérselo —. Te habría bajado las bragas y te habría azotado por salir así, cuando tuvieses ese culo bien rojo te habría abierto las piernas y te habría follado sin compasión alguna.

—Dean... —suspira, casi parece un gemido.

—Es tan difícil no querer abrirte de piernas a cada segundo, eres una tentación niña, tu boca pide a gritos rodearme la polla, tu coño suplica por mis embestidas, todo tu cuerpo exclama por mí —gruño contra su cuello —. Me revienta tener que resistirme, tener que verte cada día y no poder hacerte perder la cabeza.

Mi mano derecha cae sobre la piel desnuda de su muslo, la arrastro con lentitud hasta colarme en el interior de este. Su piel se eriza cuando mi mano asciende hasta detenerse en el borde de sus bragas.

>—Quiero follarte —continúo mi camino, encontrando su clítoris.

Lo acaricio por encima de la tela, sintiendo a través de ella la humedad que emana de su cuerpo. Su pelvis se golpea contra mi dura erección ante el primer roce de mi mano, sus manos aprietan mi brazo, pero no me detengo. Comienzo un movimiento sobre su coño que parece volverla loca; la niña se retuerce entre mis brazos, menea su cadera contra mi entrepierna, gime sin control y balbucea cosas sin sentido.

—Y yo quiero —susurra entre jadeos. Sonrío.

—¿Sí? Dime, ¿qué es lo que quieres?

—Dean...

—Dímelo —ordeno.

—Quiero...

—¿Quieres esto? —hago a un lado sus bragas y dejo que mi mano se cuele entre sus pliegues. La humedad que me recibe me hace gruñir con deseo —. No, no es suficiente para ti, ¿verdad? —asiente —. Entonces, dime niña, ¿qué es lo que quieres?

—Quiero que me folles —exclama, la vergüenza de su voz se mezcla con la lujuria que la domina.

—Cuando llegue el día te arrepentirás de haberlo deseado tanto, pienso romper ese coño sin importarme tus súplicas —aseguro.

—Quiero que lo hagas.

Mi polla palpita bajo la tela de los pantalones, se alza con necesidad y comienza a doler al no darle lo que desea. La excitación me nubla la cabeza, es por eso por lo que, sin cuidado, saco el vestido de su cuerpo y arranco esas bragas rosas rompiéndolas. Un grito escapa de sus labios, pero no se impone, ni siquiera rechista cuando la hago caminar hasta uno de los sillones de la habitación. La hago sentarse, por primera vez veo su rostro; el rojo sobre sus mejillas, el brillo en su mirada, la saliva sobre sus labios, su respiración agitada y cada parte de su cuerpo deseándome, anhelándome y sufriendo por no poder tenerme.




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