Un caos llamado Dean

25

DEAN ©
Capítulo 25

Mis puños se aprietan con fuerza sobre el volante, a medida que nos acercábamos mis ansias de sangre aumentaban, consumiéndome, nublando por completo cualquier rastro de cordura que pudiese tener y dejando una única cosa latente en mi interior: la sed de venganza, la necesidad de asesinar y hacer sufrir, de acabar con esos hijos de perra que trataron acabar no solo conmigo, sino con Amor.

La oscuridad hacía varias horas que se había comido el día, la espesa lluvia la acompañaba, dándole el toque final a esta noche donde la masacre final se producirá.

Varios de mis hombres nos escoltaban desde sus propios vehículos, todos venían preparados con sus armas y no dudarán en vaciar el cargador contra cualquier persona que yo desee. La orden ya está dada, hoy estamos de caza y, cuando los lobos salen a por sus presas, no hay ni una sola que quede con vida.

Reduzco velocidad y dejo que mis hombres me adelanten y exploren el perímetro antes de poner un solo pie en el viejo almacén donde, según una banda aliada, tendría lugar una pequeña reunión en la que, tanto Abruzzi como ellos, acudirían. No estábamos seguros de nada, en cualquier otro momento ni siquiera se nos habría ocurrido presentarnos aquí y, a pesar de que mi gente se cercioro de que eso era cierto, nunca se podía estar seguro del todo. Pero la desesperación por la seguridad de la niña me consumía a diario, no era capaz de conciliar el sueño al saber que esos hijos de perra seguían sueltos y a la espera de dañar a lo que, a día de hoy, más me importaba.

No fue demasiado difícil para ellos averiguar con qué pueden joderme de verdad, lo que no han tenido en cuenta es que, si alguien toca o daña lo que es mío, no tendrán segunda oportunidad para volver a hacerlo.

Abandono la calidez y el espeso silencio del coche cuando Rudy me indica que todo está en orden. El frío de la noche me golpea el rostro con tanta fuerza que parece cortar mi piel, sonrío ante ello, es solo el inicio de todo lo que espera. Seguido por Tyler y Volkov avanzo hasta alcanzar la entrada, todo está sumido en un silencio perturbador, a penas soy capaz de apreciar algo más que no sea la espesa y profunda oscuridad. Pero no me asusta, esta noche tenía un objetivo y más me valía cumplirlo si no quería estar nuevamente como al principio.

Mis hombres se despliegan a mi alrededor con las armas en mano, cargadas y preparadas para estallar cuando sea necesario. Es mi turno ahora de tomar la pistola de mis vaqueros y caminar hacia el interior con el objetivo fijado en mi retina. No soy el primero en entrar, sería estúpido exponerme a una posible trampa, es por eso por lo que, diez de mis veinte hombres ingresan cuidadosamente. Les sigo, y no es hasta que cruzo el amplio portón que las primeras voces llegan a mis oídos.

Una macabra sonrisa se expande por mis labios, la sangre se acelera sobre mis venas, el latido de mi corazón se intensifica, y entonces, se detiene de golpe.

—¿Qué sucede, jefe? —Tyler aparece a mi lado, parece perdido por mi actitud y no demora en tomarme del hombro en busca de respuestas.

—Esa voz —camino decidido, importándome una mierda el poder acabar con una bala en la cabeza. Mi gente me sigue, como siempre fieles, pero ya no me importa que estén aquí, porque para lo que acababa de escuchar no podía ser protegido.

No me detengo hasta tener a los dueños de las voces frente a mí, justo delante, bajo una tenue luz y en medio de toda la mierda que se reparte por el almacén está el doctor, parece nervioso, se pasea de lado a lado mientras gesticula de manera exagerada. Junto a él se encuentran varios hombres a los que rápidamente reconozco por el dibujo de sus cazadoras: son los estúpidos conejillos que la banda delatora ha engañado para ayudarnos. Ninguno de todos ellos se llevan mi atención, no cuando mi vista cae en la persona que se encuentra enfrente de todos ellos. Parece relajada, incluso se permite el lujo de acariciarse el canoso pelo mientras su otra mano descansa en la gastada muleta.

La saliva se seca sobre mi garganta, el corazón se detiene sobre mi pecho, los pulmones parecen contraérseme y la furia, esa que me había traído hasta aquí, desaparece. En cuestión de segundos me reduzco a nada, todo se derrumba en mi interior, golpeándome con fuerza en el proceso y, entonces, la daga atraviesa la bola de mi pecho sin previo aviso. Por un momento me siento caer, mientras observo a la mujer que me dio la vida y comprendo que ella también está detrás de esto, también desea verme muerto.

La odiaba tanto, durante todos estos años no he sentido nada más que repulsión hacia ella, asco y rencor por como condenó la vida de Holly y como destrozó la mía por su jodida avaricia y su egoísmo. Pero ahora que la veía con los enemigos, con esas personas que tanto deseaban verme muerto, la decepción abría cada arteria de mi cuerpo y me obligaba a sufrir como un jodido imbécil.

—¿Qué hacemos, jefe?

—Seguir el plan —pronuncio gélido, únicamente centrado en mi madre.

—Es su madre jefe, ¿Está seguro...?

—Haz lo que te ordeno Tyler, no es hora de que te hagas el psicólogo —le encaro, demostrándole con tan solo una mirada la realidad de mis palabras.

He venido aquí a acabar con los enemigos, ella siempre ha sido uno y es hora de hacerla desaparecer también.

>—Atacar, pero a ella dejármela a mí.

En cuanto acabo de dar la orden mis hombres estallan en gritos y disparos mientras avanzan hacia ellos. Ni siquiera tienen tiempo de defenderse, así que los primeros en caer, tal y como hemos acordado, son los conejillos de indias que han enviado. El doctor pretende disparar en contra de los míos, pero no es lo suficientemente rápido, así que no tarda demasiado en caer al suelo con una bala en su muslo.

Dejo de observar la escena cuando Volkov avanza hacia él, sabe lo que tiene que hacer. Me centro en mi madre entonces, mira a su alrededor alarmada, el miedo se refleja en sus orbes y para cuando trata de huir, ya es tarde.




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