Un caos llamado Dean

27

DEAN ©
Capítulo 27

—¿A dónde estamos yendo exactamente?

La miro de reojo, sorprendido por haberla escuchado después de tres horas en un silencio tan molesto como incómodo. Hoy no lucía como otras veces, tres días habían pasado desde que leyó la carta y, desde entonces, todo lo que creía conocer de ella había desaparecido. Ya no era capaz de apreciar el brillo en su mirada, tampoco pude deleitarme con una de sus sonrisas, esas que había tenido la suerte de que me regalase. Tampoco había rastro de sus bromas, de ese entusiasmo por vivir. Simplemente todo se había esfumado, tan rápido como la vida de su padre, esa que yo extinguí y que me pesaba como ninguna otra.

—¿Puedes hablar? Creí que en sueños te había cortado la lengua —bromeo, esperando cualquier vestigio de humor por su parte, pero, simplemente, vuelve su vista al exterior. Suspiro, aferrándome con fuerza al volante.

En cualquier otro momento, con cualquier otra persona, no me estaría esforzando de este modo. Joder, lo único que habría hecho sería mandarla a la mierda. Sin embargo, Amor me importaba tanto que, dejarla tirada sin tenderle la mano, era algo que se alejaba demasiado de mis planes.

Aun sin saber cómo solucionar el mayor error de mi vida, pensaba dar todo de mi por volver a ver la bonita mueca de una sonrisa sobre sus labios. Y, es tal vez por eso, que la estaba llevando a ese lugar tan desconocido para muchos, pero tan doloroso para mí.

No sabía con certeza qué era lo que estaba haciendo, ni siquiera tenía claro qué hacía conduciendo en esa dirección, mucho menos por qué la llevaba conmigo. Mucho menos tenía por seguro que, lo que pretendía a hacer, fuese a funcionar. Pero quizás necesitaba demostrarle que después de toda la oscuridad, sí es posible visualizar esa suave luz que nos puede salvar.

>—A un sitio muy especial —musito, perdido.

Reduzco velocidad cuando ese camino terroso aparece en mi campo de visión. Con demasiada dificultad nos introduzco en él, dejando que el espeso bosque nos rodee y que los altos árboles nos priven de la calidez del sol.

El ambiente pareció cambiar en cuanto nos sumergimos en él, todo se encontraba húmedo, repleto de charcos, con frío lastimoso y una sensación de muerte impregnada en el aire. Nada había cambiado, el lugar seguía adaptado a todo lo que había sucedido y, por mucho años que pasasen, parecía no ser capaz de cambiar.

Todo ello era el vivo recuerdo de lo que pasó aquel día, el día que el bosque se tiñó con la sangre y el sufrimiento de quien más quería. El día que todos fueron testigos de mi condena.

Me aferro al volante con fuerza, por muchos años que pasasen, el volver aquí siempre tendría poder sobre mí. Todos los recuerdos, el dolor y la agonía me atacaban de golpe, con fuerza, luchando por derrumbarme, por hundirme sin piedad. Y yo, incapaz de otra cosa, me dejaba arrastrar por todo ello porque me lo merecía, más que nadie en este mundo me merecía sufrir.

Respiro con fuerza, lastimándome. Ni siquiera soy consciente de lo que pasa a mi alrededor, mi vista se ha nublado y solo veo oscuridad. Esa que, durante tanto tiempo, había sido mi única compañía. Esa que siempre me recordaba por qué era ella la única en estar a mi lado.

—¿Dean? —su suave voz se escucha lejana, como si no estuviese aquí —¡Dean! —un fuerte golpe en la mejilla me hace volver, el camino vuelve a reflejarse frente a mis ojos y entonces soy consciente de la velocidad tan exagerada a la que estaba conduciendo.

Freno de golpe, aun con la respiración agitada y el malestar sobre mi pecho. A lo lejos podía visualizar la destrozada construcción y, a pocos metros, el viejo cementerio que ya nadie utilizaba.

>—¿Estás bien? —sin preguntar toma mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarla. Su ceño fruncido, sus ojos inquietos y esa preocupación exagerada en su mirada me hacen sentir todavía peor.

—¿Me has golpeado? —inquiero, ignorando su pregunta.

—Sí, te he dado un puñetazo de hecho —se centra en mis ojos, una pequeña sonrisa adorna sus labios y no necesito más para lanzarme sobre ellos.

La beso con necesidad, deleitado por su sabor, derretido por suinexperiencia, alocado por su mismo deseo. Sin cuidado la tomo de lanuca, presionándola contra mí, exigiendo más aun sabiendo que eso no era posible.Me moría por hacerla mía una y otra vez, a cada jodido momento y me mataba el tenerque controlarme de este modo.

>—Si sé que para tenerte así solo necesito golpearte, lo haré más a menudo.

—¿Ahora bromeas? —tanteo sobre sus labios.

—No sé exactamente dónde estamos ni qué hacemos aquí, pero si algo tengo claro es que esto te afecta y, aun así, lo estás haciendo por mí —de manera tierna roza nuestra nariz —. Así que, aunque no entienda nada, muchas gracias gusanito.

—Pronto lo entenderás niña, confía en mí —le regalo un último beso antes de alejarme y retomar el corto camino que nos queda hasta lo que una vez fue mi hogar.

La angustia seguía presente, sin embargo, la pequeña y cálida mano de la niña sobre la mía reducía considerablemente esa incontrolable sensación de descontrol.

Pocos metros después nos encontrábamos frente a los restos destrozados y quemados de la casa donde me crie. Nadie se había molestado en arreglarlo, la maya policial aun seguía rodeando el terreno y los escombros ya se había mezclado con la salvaje maleza.

Cuando era pequeño me parecía hermoso vivir aquí en el bosque, en medio de la nada. Podía jugar por donde quisiese, pues sabía que no corría peligro ninguno. ¿Cómo imaginar que el peligro se encontraba dentro de mí casa?

Eran pocas las visitas que recibíamos, y cada vez que alguien se acercaba al lugar lo hacía únicamente por el viejo cementerio que se encuentra justo al lado. A día de hoy solo un cuerpo yace allí, los demás restos habían sido trasladados tras el incendio.




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