Un caos llamado Dean

28

DEAN ©
Capítulo 28

Me encuentro absorto, enfocado únicamente en el líquido ámbar que baila de un lado a otro en el vaso entre mis manos. El sol que se colaba por la ventaba lo hacía brillar, derritiendo el hielo que flotaba en el con mayor velocidad. Suspiro cansado, llevándolo a mis labios y bebiéndomelo de un solo trago.

Extrañamente, tras volver del lugar que destrocé, en lugar de sentir la fuerte presión en mi pecho que me imposibilitaba respirar incluso cuando pasaban los días, me encontraba sumergido en la calma absoluta. Como si todo aquello ya no fuese capaz de tener tanta fuerza sobre mí, como si Amor la hubiese derrotado. Todo esto, en lugar de mantenerme relajado, me hacía estar destrozado. La necesitaba tanto que dolía, dolía como la mierda el no saber en qué momento la cagaré lo suficiente como para que todo lo que estábamos comenzando a crear juntos, se esfumase.

Porque alguien como yo no puede tener por mucho tiempo algo bueno en su vida, tarde o temprano se acabará. Así funciona mi mundo, así ha ido pasado con todos y cada uno de los hombres que, aun siendo unos jodidos monstruos, encontraron a la persona indicada que les hacía sentir menos odio hacia si mismos. No hay otra forma, tenemos el destino escrito.

—Dean —elevo la vista, enfocando a López —. He llamado, creí que te habías dormido y por eso no contestabas.

—¿Qué quieres?

—Saber cómo estás —se acomoda sobre una de las sillas frente a mi escritorio, observándome con detenimiento.

—De maravilla López, ¿no me ves? —abro los brazos, mostrándole mi estupendo estado físico.

—No tienes por qué fingir hermano, no conmigo —insiste con suavidad —. Es tu madre la que se encuentra a la espera de tu visita, eso destrozaría a cualquiera.

—Tu más que nadie sabes lo que siento por esa mujer.

—Sí, lo sé...

—Entonces, ¿de verdad crees que me afecta lo que voy a tener que hacerle? Es lo que más ansío —siseo irascible, mis puños se aprietan y mis rabias aumentan.

—La has mantenido con vida todo este tiempo, te has encargado de que no le faltase de nada, has velado por su bienestar, ¿y ahora quieres hacerme creer que no sientes absolutamente nada? —inquiere con molestia disfrazada de asombro.

—Siento mucho, sobre todo odio —me inclino hacia adelante, aproximando a él sin importarme la mesa que nos separaba —. Planeaba matarme, ¿tu cerebro diminuto es capaz de entender eso? Estaba trabajando con el doctor y con Abruzzi para acabar conmigo, ¿y sabes cómo lo harían? Yendo a por Amor, ¿acaso crees que después de eso puedo sentir algo más allá del asco hacia ella? —finalizo asqueado, dejándome caer nuevamente sobre el asiento. Tomo la botella y la llevo a mis labios, propinándole un gran trago. El ardor sobre mi garganta se sentía bien, sin embargo, no disminuía esas rabias incontrolables que me atacaban.

—Si la niña no estuviese metida, ¿la matarías? —le enfoco desconcertado.

—Es probable.

—¡No, no lo es! —brama, golpeando la mesa —. Si ese bicho no estuviese en medio jamás serías capaz de dañar a tu madre, ¿es que acaso no ves en lo que te está convirtiendo?

—Mi madre tenía que haber muerto el mismo día que Holly dejó de existir, todos teníamos que haber muerto allí. Llevo deseando su muerte desde entonces —sentencio, ignorando las inmensas ganas de romperle la cara.

No comprendía a dónde quería llegar, pero así es Iván; un gran en el culo. Un ser molesto e incompetente que se buscaba a cada segundo que le pateases el culo. Sin embargo, también es un compañero fiel que se preocupaba demasiado y que no merecía morir por ello. Aunque eso no le evitaba las hostias que pensaba darle en cuanto tuviese oportunidad.

—Hermano, te vas a arrepentir toda la vida.

—No te metas en mis decisiones López —amenazo con calma, manteniendo su mirada molesta.

—¿Qué pensaría Amor de lo que estás a punto de hacer? —sugiere, cruzándose de brazos y elevando la barbilla.

—¿Disculpa?

—Digo, si tu querida niña se enterase de que, después de haberla cagado matando a su padre, estás dispuesto a matar a la tuya, ¿cómo se lo tomaría? ¿Seguiríais viviendo en vuestro mundo de unicornios y arcoíris?

—¿Me estás amenazando? —me carcajeo ante su valor, niego divertido por su falsa seguridad.

—Solo me gustaría saber por cuánto tiempo te durará la película que te has montado con ella —se encoge de hombros, desafiándome con la mirada.

—¿En serio tienes los cojones de irrumpir en mi despacho, meterte en mis decisiones y de amenazarme? Te creía un cobarde, ya sabes, después de lo de tu padre —toco el tema con intención y me regodeo en ese dolor que brilla en sus ojos.

—Todo lo que digo es por ti —farfulle cabizbajo.

—¿En qué momento he pedido tu ayuda? No la necesito, joder, sería lo último que haría.

—La necesitaste.

—Sí, así es Iván, la necesité. Hace casi diez años necesité tu ayuda para ser libre, hace casi diez años necesité diez años para obtener el control de toda la ciudad, hace casi diez años necesité tu ayuda para convertirme en el rey. En pasado Iván, deja de estar estancado en lo que todos hemos olvidado con el único fin de sentirte menos inútil a día de hoy —espeto con crudeza.

—¿Yo vivo estancado? ¿Quién es el mantiene a una niña encerrada con el único fin de que la bonita película de amor que os habéis montado no acabe jamás? Porque lo sabes, ¿verdad? Sabes que tarde o temprano lo que sea que tenéis, acabará.

—Cuanta envidia hay en el aire —una sonrisa torcida toma mis labios, elevo las cejas y le observo con indiferencia —. Sabes que jamás nadie te mirará como Amor me mira a mí, nunca nadie te querrá tan locamente como ella me quiere, morirás solo López, porque ni siquiera un perro estúpido sería capaz de aguantar a alguien tan imbécil como tú.

—Hace mucho tiempo que comprendí que la persona a la que amo jamás tendrá ojos para mí —musita. Parece derrotado tras soltar esas palabras, incluso puedo apreciar el agua salada acumulándose en sus orbes.




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