Un caos llamado Dean

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DEAN ©
Capítulo 31 | Final parte 2

Ya no escuchaba las pisadas de mis hombres, todos parecían encontrarse demasiado lejos. Podía oler la sangre emanar de los cuerpos desde aquí, sin embargo, sabía que esto todavía no había llegado a su fin. Abruzzi es inteligente, ha tenido que barajar la posibilidad de que mi madre confesase, probablemente tenga diez opciones más para destruirme.

Freno de golpe, observando con desconfianza la puerta que aparece frente a mi cuando alcanzo el final. Nada tiene que ver con el resto del lugar, está nueva, limpia, todavía huele a pintura fresca.

—¿Es aquí donde quieres tenerme Abruzzi? Al menos haber estado presente para recibirme —la abro, no dudo —. Niña...

Bajo el arma, dejándola sobre mi cadera. Amor está ahí, su pequeño cuerpo maniatado sobre una silla, pero, por suerte, ningún rasguño adorna su piel. Me acerco con desesperación, acunando su rostro. Sus ojos llorosos me observan, puedo apreciar el espanto en ellos, pero no me importa.

—¿Estás bien? ¿Te han hecho algo? ¿Te han tocado? —barro cada centímetro de su cuerpo con el pánico a que la hayan lastimado recorriendo cada parte del mío. Sin embargo, todo está orden, y no sé si sentirme jodidamente tranquilo o preocuparme.

—Estoy bien —musita, su voz apagada, fría —. Pero él no —mira a su derecha.

Sigo el recorrido de su mirada, encontrándome con Iván. También está maniatado, pero a diferencia de Amor, su rostro está irreconocible, repleto de hematomas, hinchazones de los cuales la sangre brota a borbotones. Me acerco él, algo punza mi pecho cuando con demasiado esfuerzo, levanta el rostro. Sus ojos acuosos me observan con felicidad.

—Hermano... —pronuncia pastoso, con dificultad —. Intenté protegerla Dean, traté de luchar... pero no lo conseguí —su voz se rompe, dando paso a las espesas lágrimas —. Lo sabe todo, cada maldita muerte, cada negocio, cada aliado... Lo siento mucho Dean, te he fallado y...

—Hermano —tomo su rostro, conectándonos —, has sido un héroe.

Sonríe, observándome orgulloso.

»—Ahora te llevaremos a casa, todo va a estar bien —trato de acercarme, pero me detiene.

—¡No! —grita con las pocas fuerzas que le quedan. Le miro preocupado, sin entender una mierda de su actitud, pero entonces la dirección de sus ojos me muestra lo jodido de la situación.

—Hijo de puta... —un fuerte zumbido ataca a mis oídos, el mareo se apodera de mí y la incertidumbre me domina.

—Yo me encargo —pronuncia Tyler a mis espaldas. Asiento, aun sin poder despegar la vista de Iván —. ¿Ambos estáis conectados? —inquiere hacia López, el cual asiente, observándome como si no lo fuese a hacer jamás.

Y es que, aunque Tyler fuese un experto desactivando todo tipo de explosivos, todo indicaba que no íbamos a tener un buen final.

»—Si lo levantamos a él, la silla de ella explotará. Y si la levantamos a ella... —deja la frase en el aire, concentrado en los cables que conectan bajo las sillas.

Mi pecho sube y baja a gran velocidad, todo el control que pudiese conservar acababa de desaparecer. Las emociones se mezclaban en mi pecho con fuerza, quedando como única predominante la desesperación. Por eso me acerco a la niña, a pesar de que me odie, de que me tema y de que ahora mismo quiera verme muerto, me acerco porque ella es la única capaz de hacerme entrar en razón, de alejar todo el mal y traer algo de calma.

—Todo va a salir bien —susurro, acuclillándome frente a ella. Elevo el brazo hasta poder acunar su mejilla, niega, dejando escapar las lágrimas, pero no se aleja.

—Todo está mal Dean.

—Vas a salir de aquí niña, te lo prometo.

—¿Y después qué? ¿Vuelvo a vivir encerrada con el asesino de mi padre? —su verde me taladra con rencor, bajo la mirada, asumiendo la realidad.

—Lo siento mucho —acoto, alejándome.

Camino hasta la puerta, quiero gritar, romper todo cuanto hay a mi alrededor, matar a todo aquel que se me acerque y hacer desaparecer así todo lo que me destrozaba. Pero, por encima de todo, quiero su perdón. Las ganas de llorar me atacan, haciéndome sentir tan débil como cuando estaba en el orfanato. Desde un principio vi ridículo apreciar a la niña como lo hacía, como si fuese un ángel, mí ángel y quise negarme a todo lo que provocaba en mí, pero no pude. Por primera vez en veinticuatro años quise permitirme el lujo de ser feliz, porque eso era lo único que sentía cuando estaba con ella, la jodida felicidad que tanto tiempo me había costado alcanzar.

Y he sido egoísta, porque aun a sabiendas del daño que le podía causar, no la solté. Por el contrario, cuantos más días pasaban a su lado, más claro tenía que jamás la iba a dejar ir. Ella es mía, tan mía que debía ser así por siempre.

Ahora todo se había ido a la mierda, todo estaba acabado, destruido, arrasado. El único culpable he sido yo, no estoy hecho para nadie, pero ella está tan hecha para mí...

—Déjalo Tyler, pierdes el tiempo —López niega, sonriendo.

—Cállate Iván, vas a salir de aquí —gruñe Tyler.

—Entonces la niña morirá y Dean lo hará con ella.

—He dicho que te sacaré de aquí, os sacaré a ambos.

—No quiero que lo hagas.

—No digas gilipolleces, Iván —intervengo con molestia.

—Llevo toda la vida dejando que me des órdenes Dean, ya es hora de que tome yo alguna por mi propia voluntad.

—¿Te suicidas? ¿Crees que así se borrará todo el mal que has hecho? —increpo, aproximándome.

—No hay nada en el mundo que pueda compensar todo el daño que he causado, pero si desaparezco de él no tendré oportunidad de seguir haciéndolo.

—Eres un imbécil —ladro a escasos centímetros de su rostro —. Tyler te sacará de aquí, así que deja de lamentarte.

—Al menos a él le pesa la conciencia —habla Amor.

—¿Crees que a mí no? —inquiero con frialdad, se acabó la amabilidad, el controlarme, se acabó el tener que ser como no soy —. No hay ni un solo día que no me arrepienta por lo que te hice.




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