Maximiliano
El niño de papá
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Me encuentro en el salón de clases y se puede percibir la ansiedad que todos cargan, el ambiente realmente está muy tenso y puedo notar como las chicas ferozmente muerden sus uñas y los chicos simplemente mueven una de sus piernas mientras que tienen la mirada fija en el reloj que se encuentra en medio del aula. Faltan solamente cinco segundos para que todos griten y salgan como animales salvajes del salón. ¿La razón? Ya por fin son vacaciones y después de un periodo extremadamente intenso y difícil debido a los exámenes finales que presentamos y qué estos mismos prácticamente se encargan de decidir nuestro futuro, al fin podremos descansar.
Todos comienzan a contar felizmente los segundos faltantes en cuenta regresiva.
<<¡5...4...3...2...1!>>
Y justo como lo predije, todos salieron como animales sin siquiera tener la delicadeza de despedirse de aquella profesora que durante todo el año trató de ayudarnos y apoyarnos para alcanzar nuestras metas.
—¡Qué groseros y malagradecidos son! ¿verdad Elizabeth?—suelto con sarcasmo mientras me acerco a la señorita Elizabeth, mi más querida y joven profesora.
—¡Qué maleducado e irrespetuoso es usted, señor Mendoza!—responde con una sonrisa muy traviesa.
—Vamos señorita, usted claramente sabe que conmigo no van las formalidades y más, cuando estoy frente a una mujer tan supremamente hermosa-protesto, devolviéndole aquel acto de coquetería.
—Muy bien Mendoza, pero yo soy tu profesora y soy cuatro años mayor que tú, así que para ti, no soy "Elizabeth" más respeto—Advierte seriamente, sin embargo, sé que le encantó mi cumplido.
—Sí, tiene muchísima razón querida profesora, perdóneme por favor
-decido acompañar mis palabras con un pequeño acto de reverencia.
Noto como trata de retener la risa pero por más que lo intenta no puede así que termina soltando una bochornosa carcajada.
—De verás qué es imposible contigo Maximiliano, mejor ya ve a casa que tu padre se va a preocupar porque su niño aún no llega y a mí me van a regañar por estar riéndome con un puberto.
—¡Auch! Eso dolió mucho señorita, no se pase-llevo la mano hacía mi pecho dramáticamente.
—Considero mucho a la pobre loca e infeliz que llegue a aguantarte, en serio chico—niega varias veces con la cabeza—tú eres un caso perdido.
—Amor, risas y...mucho sexo qué sin duda, no le faltarán, maestra. Sé lo puedo asegurar—remojo mis labios pícaramente.
—Deja de ser tan travieso y ponte las pilas para el nuevo ciclo que comienza en tú vida. Ya sabes, cero fiestas, cero alcohol y más responsabilidades.
<cómo si yo saliera ¡Ja!>
—Bla, bla, bla. Ya vas a empezar Elizabeth, mejor me voy, espero que disfrutes de tus vacaciones.
—Lo mismo te digo chico travieso, disfruta de tus vacaciones y por favor, asegúrate de conseguirte una novia, tal vez así al fin maduras, eso sí, cuando suceda no te olvides de mí, eh—sonríe dulcemente.
Definitivamente la señorita Elizabeth es la mejor profesora del mundo. Es una mujer hermosa y segura de si misma. Tiene un carácter muy fuerte pero su sentido del humor es inigualable. Encaja a la perfección conmigo y cualquiera pensaría que estamos enamorados pero no, yo solo la veo como una gran amiga y ella a mi, cómo un niño mal criado. Elizabeth se ha convertido en mi apoyo y casi en mi hermana mayor. Cuida de mí como una madre y se lo agradezco aunque suele exagerar. Afuera es mi mejor amiga pero dentro del aula de clases es mi maestra y en serio la respeto. Sin duda, es una chica muy profesional.
Salgo del salón de clases con rumbo hacía mi casa. Emprendo mi camino felizmente, mientras me pongo a pensar muy emocionado en todo lo que se supone que haré en éstas vacaciones.
<<Definitivamente las aprovecharé al máximo>> me digo a mi mismo.
Quince minutos después llego a casa. Todos los días me voy caminando al colegio y así mismo, vuelvo a casa, porque sencillamente me gusta hacerlo. Bien podría coger el auto de papá pero para mí, caminar es terapéutico, además de que también contribuyo al cuidado del medio ambiente así que se convirtió en mi rutina diaria.
Saco las llaves de mi mochila dispuesto a abrir la cerradura de la puerta pero papá me sorprende al abrirme él. Casi nunca lo hace porque es un adicto al trabajo, por ende, casi nunca está en casa.
—Padre, estás aquí—lo observo divertido.
—Si, hijo. Estoy aquí, ¿vas a pasar o no?—blanquea sus ojos y se hace a un lado para cederme el paso.
¿Blanquear los ojos? Un gesto demasiado adorable para él.
—Uy pero que genio el que traes, ¿Qué te hicieron esas locas mujeres en el trabajo? —bromeo un poco.
—Conmigo no te hagas el chistosito Maximiliano
—reprende mientras se dirige a la cocina.
—¿Vas a comer hijo?—me pregunta, ya estando a punto de calentar la comida.
—Esta bien papá pero comamos juntos, ¿si?—hago un pequeño puchero colocando mi carita de perrito regañado; mi efectiva táctica.
—De verdad que nunca vas a cambiar, ya es hora de que madures Max, tienes 17 años—cruza los brazos a la altura de su pecho y me mira preocupado.
—Vamos pa, no exageres. Además madurar es para las frutas y qué yo sepa, yo soy todo un papucho de carne y hueso—sonrío con orgullo y altanería.
Me encanta bromear con papá, sacarle aunque sea una pequeña sonrisita, hacerlo feliz aunque sea por un segundo. Sé que papá mantiene deprimido y aunque no me dice nada, sus acciones y forma de vivir, me lo confirman.
Después de la partida de mamá, papá nunca más volvió a enamorarse y se convirtió en un adicto al trabajo y eso me entristece demasiado porque es un gran tipo. Siempre me pregunto, ¿Cómo mamá pudo dejarlo y más, dejarme a mi? pero bueno, eso no es tema de conversación.
Papá es una persona muy seria, sin embargo sé que disfruta muchísimo de mis bromas por más que no lo acepte porque es un cabeza dura, actitud que tristemente heredé.