Maya
No me caracterizo por tener buena memoria, pero, sí, por ser muy ordenada con todo, y algunos, dicen obsesiva con la limpieza, por lo que, es muy obvio mi cabreo tan de mañana cuando la cocina es un desastre por culpa de Adrien y su intento de "hacer el desayuno", así mismo, tomo cómo mi responsabilidad el limpiar lo que ensucio solo porque él no puede hacerlo bien.
Como me diría a mí misma, olvídalo y piensa en otra cosa.
Con ello en mente escapo de la casa de locos y me refugio en mi amado campus de Columbia con buenas noticias matutinas como que le he cerrado la boca a Parson en el primer segundo de clase.
Me auto felicito por colocar mi alarma, y decirme obligadamente que debía leer el primer capítulo del libro que solicitó para este semestre.
Me he ganado una A+ por contestar una pregunta muy difícil según mi profesor, aunque mi odio por él no ha bajado ni un poco.
La razón de aquello es que Parson es muy fastidioso.
Me recuerda a este personaje parlanchín de The Big Bang Theory, ese que es un sabelotodo y fastidia un poco cuando se vuelve insistente. Por ende, mi jodido profesor de Psicología de la comunicación es el símil de Sheldon Cooper y cree fervientemente que sus estudiantes somos unos simios en primera fase de la evolución humana.
Menudo idiota está hecho.
¡Oh, no! ¡Alerta, zona de hipócritas!
Tara Andrews me intercepta en la salida de mi aula de clases.
Sus uñas acrílicas largas puntiagudas filosas pintadas de un rosa horrible se detienen en mi hombro; su mirada verdosa me da una gélida orden que obviamente no obedezco, y con fingida sonrisa aparto su mano de mi cuerpo y ella hace una queja sonora como sí le hubiera arrancado un brazo.
—Pero ¡qué te pasa, idiota! —grazna ella con enojo desbordando de su fachada de princesa y los demás la ignoran al pasar.
Y claro que la ignoran, ya que, ella no es ni de cerca la abeja reina de Columbia.
La verdadera líder es Rebecca Pullman y detrás de esta se encuentra su séquito de seguidoras, y a ese complot diabólico; los estudiantes del campus, le hemos denominado "La Tríada Rubia". Pero, es notable saber que, Pulman jamás aparecería por aquí, no sin una razón poderosa.
—A mi nada, Andrews ¿y a ti? parece que te has equivocado de facultad y de aula, incluso de persona. —cruzo mis brazos sobre mi pecho y coloco mi mueca usual de "Dilo rápido, no tengo tiempo".
—¿Dónde está, Bucky? —pregunta ella con un horroroso puchero en los labios.
Sí, las chicas creen que hacer aquello las hace ver tiernas, te aseguro que Tara Andrews llegó tarde a esa clase porque parece un chivo conteniendo flatulencias.
¿Bucky? ¿Bucky? ¿Por qué me suena ese nombre?
¡Oh, ya recordé! ¡Jo, mencionó a Bucky Queens y Tara Andrews!
¡Espera, ellos rompieron, ¿cierto?!
—¿Queens? No lo conozco, o no lo hacía hasta hace un segundo cuando me has preguntado por él. —menciono y la veo pisotear el suelo con enojo.
Luego, parlotea sobre él huyendo de ella, y se aleja de mi murmurando estupideces que ni al caso.
Estoy por salir, pero, soy detenida por una mano sobre mi muñeca, por tanto, delineo mi mirada sobre mi hombro, y veo a un chico de unos centímetros más alto que yo que lleva el cabello algo rizado, mucho para mi gusto.
Ha perdido el atractivo con ello, sus ojos marrones me miran agradecidos y no entiendo ni un poco el por qué.
—¡Oh, lo siento! —pronuncia rápidamente hacia mí.
Supongo que mi cara de asesina serial como dice Jo, le ha hecho soltarme.
No es que lo haga con intención, bueno, sí, que lo hago, pero, esa expresión de "asesina en serie" me libra de conversaciones que no deseo mantener como de pretendientes indeseados.
—¿Maya Healy? ¿cierto? —pregunta y asiento sin ganas.
—Te debo una, Maya. —hago una mueca de cero, entendimiento.
Él sonríe mostrándome una dentadura sin imperfecciones.
Tiene una bonita sonrisa, pero, está a punto de perderla sí no me deja ir enseguida, muero de hambre y solo tengo veinte minutos de receso para comer algo antes de la siguiente clase.
—Soy Bucky Queens. —mis ojos se abren enseguida y una sonrisa divertida se escapa de mi rostro junto a una carcajada que no puedo evitar.
—Bien, como sea. No fue nada, pero, quiero irme, Queens. Necesito comer y solo me estás retrasando. —directo y al punto.
Su sonrisa cambia a una de disculpa y ruedo los ojos enseguida, eso me hace recordar a McDuggents, y eso me lleva a pensar en Ross Hamilton.
¡Maldita seas, memoria!
Queens asiente, y me retiro enseguida del aula con el pensamiento de que hoy debo entablar contacto con Ross Hamilton, y, por ende, encontrarme con su equipo de seguidores con cerebro del tamaño de una nuez.
🏈🩺
El día termina muy bien, a pesar de todo, con la mayor resignación del mundo me dirijo al campo de juego donde entrenan Los Lions, a medida que, marco mis pasos por el césped artificial más ganas tengo de dar media vuelta y marcharme, pero, no soy cobarde, debo hacerlo porque de esto depende mi máxima nota en este semestre y en esa clase.
El número veinticuatro hace su movimiento final en una tacleada para luego retirarse al vestidor como cada uno de los jugadores por orden del entrenador.
Mi intento de sonrisa al entrenador me da alivio.
El hombre gruñón me la devuelve, no sin antes, mencionar que todo debe mantenerse profesional y que no debo distraer a su preciado mariscal.
Estoy por preguntar por qué me lo dice a mí, pero, para mi buena o mala suerte, McDuggents es el primero en salir y echa al entrenador con un suave: "Entrenador. Colton y Prince están jugando de nuevo con Porcky".
No sé quién rayos es Porcky, pero, me ha salvado de una penosa charla con el hombre de cuarenta años que parecía un padre hablando con el pretendiente de su hija y advirtiéndolo sobre no lastimar el corazón de su "pequeña".