Maya
Esperar a que terminemos de digerir la comida fue fácil.
Absolutamente cuando Ross Hamilton fue el primero en terminar su ración exuberante de comida, y ahora, se dedicaba a jugar con mis preciadas notas sobre el trabajo.
Frunciendo el ceño, no muy cómoda con lo que está haciendo, llamo su atención.
—Deja de hacer eso, Hamilton. —regaño terminando mi bebida.
—¿Hacer el qué? —pregunta con la vocecilla de un niño bueno.
—Juguetear con mis papeles, son importantes. —expreso, quitando los papelillos de sus manos, encontrándose a salvos en las mías.
—Oh, eso. —murmura sonriendo divertido.
Un suspiro sale de mis labios, y no pasa desapercibido del jugador.
Tengo su absoluta atención en mí; esos orbes culpables de destrozar el sistema nervioso de mujeres junto a esa boca curveada en una sonrisa baja bragas se mantienen compitiendo hacia mí, pero, lo ignoro.
Debo hacerlo.
Esto es meramente profesional y tampoco deseo involucrarme con un jugador de fútbol, al menos, no con alguien de Los Lions.
—El trabajo se centra en una problemática hacia los atletas universitarios. En esta temática entra todo tipo de trastorno. Incluyendo la adicción a las drogas.
Agregó lo último con cautela.
Sus azules me miran con genuina curiosidad.
—No consumo drogas, Healy. Ni yo, ni mis muchachos. —asegura serio.
Las estadísticas de adicción en los atletas universitarios son muy elevadas, y tengo entendido, que hace cinco años hubo un problema de drogas, en especial en el equipo de Los Lions, y quién encabezaba todo era su mariscal.
No obstante, no quiere decir que yo lo esté acusando, o algo por el estilo, eso fue hace mucho, y él no se encontraba aquí, es decir, todos los jugadores actuales de Los Lions son de la promoción del año anterior, y este año, no hay ningún rostro conocido de ese escándalo.
Y de los que estaban involucrados, la mayoría se graduó y el resto fue despedido del equipo.
—No quiero esa mierda ni en mi sistema, ni en la de mis chicos. Ellos lo saben. Desde que soy el capitán, puse las reglas claras, además, el entrenador y las autoridades de Columbia se encargan de realizarnos antidopings una vez por mes. —explica con calma frunciendo el ceño a medida que expulsa las palabras.
Asiento de acuerdo con ello y anoto aquello en mi bloc de notas del trabajo investigativo.
Lo he psicoanalizado desde que fui a buscarlo al campus de juego hasta este momento.
Podrán decir que es algo incorrecto, pero, sinceramente, quiero hacer bien este trabajo, que depende de la máxima nota en esta asignatura y en mi semestre.
Sé que puede sonar poco ético, pero la presión es mucha, así que, para aligerar la culpa, decido ser honesta al respecto.
—Bueno, no es que quiera ser impertinente, pero, te he estado evaluando desde el campus hasta aquí... uh, ¿cómo decir esto?, bueno, seré directa y honesta, perdona de antemano. Entonces, no parece que tengas complejos narcisistas, no has hecho nada para mejorar tu apariencia, ni has hablado mucho de tu puesto en el equipo.
Esperaba una grosería de su parte, creo que es la reacción normal de las personas, al menos, de quiénes se sientan ofendidos, por lo que, acabo de decir, pero, no Ross Hamilton.
El mariscal de Los Lions no se siente ofendido.
Él lanza una fuerte y contundente carcajada al aire que me tiene temblando las piernas por la sensación desestabilizadora que provoca ese sonido ronco y jugoso saliendo de sus labios.
Su rostro se contorsiona de manera adorable, sus ojos se entrecierran tanto que esconden sus orbes azules, sus mejillas suben ascendentemente hasta marcar líneas de expresión y un par de hoyuelos.
Sus labios se mezclan en una sonrisa de boca abierta, su cabello se mece de adelante hacia atrás junto a su cuerpo vibrante.
¡Atractivo! ¡Atractivo! ¡Atractivo!
—No me lo puedo creer, no eres de las que andan con rodeas, ¿verdad? —arrulla divertido lanzándome una mirada traviesa que me hace rodar los ojos con una sonrisa divertida.
Se sintió tan natural que termino por volver a mi innata seriedad dejando atrás su broma.
—No, claro que no. —murmuro. Acomodo mi cabello detrás de mis orejas y carraspeo. —Seriedad, Hamilton. Seriedad. —pido dejando una mínima sonrisa que se completa al visualizar su rostro.
Estoy al tanto de cómo se calma para darme una sonrisa sincera antes de responder.
—Me sorprende que me analizarás, o sea, supongo que una cierta parte de mi lo esperaba un poco, pero, quise creer que no. —menciona.
—Es parte de mi trabajo, Hamilton. Mi responsabilidad es identificar esos trastornos, ya sea a través de una conversación o un psicoanálisis. No se trata de juzgar, sino de comprender. —le informo.
—Lo tengo entendido, Healy. Me alegra saber que no soy un ególatra imbécil. —asegura y lanzo una risilla.
—Oh, por supuesto que sí eres un imbécil. Un imbécil engreído. —bromeo y Ross me inspecciona antes de lanzar otra risa ronca que intercepto de mejor manera esta vez.
—Deberíamos empezar esto, Healy. —pronuncia Ross. —Tengo una buena sensación. —agrega.
🏈🩺
Pensé que la frasecilla "Deberíamos empezar esto, Healy" indicaba empezarlo justo ahí mismo.
Pero, no, Ross Hamilton es cero predecible, así que, me arrastró a su vehículo monstruoso de nuevo para luego terminar sentada en la zona verde debajo del puente Brooklyn con él a mi lado.
—Cuéntame de ti, Hamilton.
Hemos iniciado, y lo mejor de analizar algo es mediante el diálogo, sobre todo, sí la persona se siente en confianza.
Lo he dejado descansar unos diez minutos en este lugar antes de desplazar algún movimiento.
—¿Estamos teniendo una charla médica, Healy? —pregunta entrecerrando sus ojos con cansancio, pero, con un toque de diversión.
—Estamos realizando el trabajo, Hamilton. Sin presión, responde lo que quieras responder, sí no te sientes cómodo házmelo saber.