Un Cliché Peculiar

Capítulo 06: Falling For Ya.

Maya

La mirada de Ross se vuelve intensa de repente, casi como si algo dentro de él se tensara con mis palabras.

Sus ojos azules, normalmente vivaces y hasta un poco burlones, ahora están fijos en mí, duros, esquivos, inquietos. No es solo impaciencia lo que hay ahí. Es incomodidad. Es defensa. Algo que no esperaba tocar, pero lo hice.

Su postura lo delata antes que su silencio.

Aprieta la mandíbula apenas, lo justo para que yo, que he aprendido a leer estos gestos, lo note. Sus hombros se tensan, el cuerpo adopta esa rigidez que no es natural en él.

Deja de moverse como si se protegiera instintivamente. Hay algo detrás de esa reacción, algo que no me dice… pero que grita en su lenguaje no verbal.

Y entonces lo entiendo. He rozado un punto delicado. Un recuerdo, una herida, tal vez una verdad que aún no está listo para mirar de frente.

No era mi intención. No quería incomodarlo, ni mucho menos presionarlo. Sé que hay tiempos para todo, y que hay espacios que deben ser respetados. Pero no puedo evitar notar lo que veo, y ahora mismo, Ross está luchando contra algo que desconozco.

—Economía. ¿Es divertido? —pregunto mientras juego con la envoltura de mi bebida.

El ruido del papel plastificado parece exagerarse en medio del silencio suave de la noche.

El aire lleva consigo el olor a césped y a comida rápida recién hecha. Ross da un soplo leve, no exactamente un suspiro, más bien un escape controlado de aire, como si se diera permiso de relajarse solo un segundo.

No deja de mirarme mientras lo hace, sus ojos fijos, casi pensativos, bajo la luz cálida del faro más cercano que resalta los contornos de su mandíbula.

—Lo es cuando no lo mezclas con política —responde, desenvolviendo su segunda hamburguesa con manos firmes, pero algo apresuradas—. Cosa que sucede todo el tiempo.

Asiento con un pequeño sonido de aprobación, pero mi mirada se queda atrapada en sus dedos, en la forma casi mecánica en que abre el papel cerrado, como si necesitara tener algo que hacer para evitar pensar demasiado.

— ¿Es lo que querías estudiar? —pregunto, mi voz suena más suave de lo que pretendía.

Él deja de masticar por un segundo. Sus labios se curvan en algo que no es exactamente una sonrisa.

—Es lo que estaba disponible para mí, Healy. —murmura.

Esa última palabra cae pesada en medio de nosotros, como si de pronto el espacio entre ambos se encogiera con el peso de algo no dicho.

—¿Crees que no merecías elegir lo que te gusta?

Se toma su tiempo. Mastica, traga, bebe un sorbo de su gaseosa. El sabor a cola flotante en el aire, mezclado con el sonido burbujeante del hielo derritiéndose en los vasos de cartón.

—Creo en que elegí algo que a futuro me servirá —responde al fin, sin mirarme ahora, enfocándose en una grieta invisible sobre la banca en la que estamos sentados.

— ¿Cuál era la carrera que hubieras elegido en lugar de economía? —pregunto, apenas un susurro.

Se pasa una mano por el cabello, como si eso lo ayudará a ordenar los pensamientos que aún no se atreve a soltar.

Su mirada regresa a la mía, vulnerable por un segundo. Un destello de una verdad que lleva guardada mucho tiempo.

—Quería ser director de cine.

La confesión me toma por sorpresa, pero no por la elección, sino por la emoción con la que lo dice. Hay un rastro de arrepentimiento y nostalgia suave, una grieta honesta por donde se asoma la versión de él que pudo haber sido.

Y, por un momento, todo se vuelve silencioso. Solo están nuestras respiraciones.

Siento el aire deslizarse por mi rostro llevándose consigo algunos de mis cabellos.

La garganta se me seca, y unos segundos más tarde, caigo en cuenta que estoy siendo abducida por el inquietante momento en que el acento sureño atractivo de Hamilton se ha activado contra mí.

Disipo las ideas, y carraspeo un poco.

—Hollywood.

El tono bajo de Ross me hace mantener la guardia alta.

Profesionalismo, Maya Healy.

—¿Hollywood?

—No era fácil empacar mis maletas, venir aquí y luego ir a Hollywood. Las películas más populares nacen de allí, no de New York, ni mucho menos de Texas.

Sigo cada movimiento facial, desde su sonrisa torcida hasta la formación de líneas de expresión que me indican desgano.

—No todos triunfan —dice Ross, encogiéndose ligeramente de hombros mientras juega con la servilleta en su mano—. Economía está bien para mí, Maya.

—La masacre de Texas se filmó en Texas, Hamilton —murmuro, con una ceja alzada y tono conspirador—. El diablo visita la moda en Nueva York. Gossip Girl , Friends , Cómo conocí a vuestra madre … la ciudad respira cine y televisión.

Sus labios se curvan apenas, y esa media sonrisa que se dibuja en su rostro es tan genuina que no puedo evitar devolverle el gesto. La noche, de pronto, se siente menos pesada.

—Pudiste hacerlo —añado con suavidad.

—Eres muy terca, ¿no es así? —pregunta él, con una mezcla de resignación y diversión en la mirada.

—Eso es lo que dicen —respondo, encogiéndome un poco, divertida, como si ese comentario no fuera más que otra medalla que cuelga de mi cuello con orgullo.

Los ojos azules de Ross se desplazan por mi rostro.

El viento me ataca de nuevo haciendo que mi cabello se agite oscilando los mechones sueltos.

El aroma de talco y desodorante en aerosol se filtra por mi nariz. Hamilton está muy cerca, y mirándome.

—Quiero creer que sí, Maya. En algún otro universo, yo estaría haciendo lo que en verdad deseara.

Mi respiración se queda atorada; mis manos se aferran a mis vaqueros, mi cuello se alza, y el azul contra el marrón de nuestras miradas no deja la batalla.

—¿Eres feliz, Ross? —murmuro mojando mis labios que de pronto se sienten resecos.

Ross sigue el patrón de mis labios con sus ojos y moviéndose antes de responder.

—Una parte de mí lo es, Maya.



#5321 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 08.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.