Maya
Es tan diferente que me causa intriga, como si una corriente nueva se estuviera formando entre nosotros.
Desvío mi mirada al frente, mis ojos siguen el juego de luces de los edificios que se reflejan en las ventanas, parpadeando con ritmo, como si la ciudad misma respirara.
Mis manos, frías por el clima helado de Nueva York, se sienten rígidas, casi como si la temperatura hubiera atravesado mi piel. De repente, siento algo cálido sobre mis hombros, un toque suave pero firme. Ha puesto su sudadera sobre mí.
Entonces, giro mi rostro lentamente y ahí está, la sonrisa de Ross Hamilton. Esa sonrisa que ilumina su rostro y, por un instante, me olvido de la ciudad que nos rodea, de todo.
—Tienes frío. No quiero que pesques un resfriado, Maya. —asiento, pasando el material por encima de mi cabeza, mientras lo miro desplazarse para tomar en sus manos una bolsa que dice "Subway".
Se acerca nuevamente, y sin decir una palabra más, se deja caer en el suelo junto a mí. Levanto una ceja, sin poder evitar sonreír ante su actitud relajada. Sus ojos se iluminan con un destello travieso mientras toma mi mano y me ayuda a sentarme a su lado. En un solo movimiento, se asegura de que no me caiga, su toque firme y seguro.
Una risa suave se escapa de mis labios. Me pasa un submarino delicioso, y no me tardo ni un segundo en tomar un bocado. El sabor me llena.
—¿Todo bien? —murmura, observándome de cerca mientras lanza una mordida a su propio sándwich.
Su tono es bajo, como si intentara leerme entre las palabras no dichas. Me acerco con una servilleta para limpiar las comisuras de su boca manchadas de mostaza, y al hacerlo, me encuentro con su sonrisa, tan genuina que hace que mi corazón dé un salto.
Es un golpe de realidad: mi pulso se acelera, pero no por el miedo, sino por una sensación diferente. Me doy cuenta de lo cerca que estamos.
—Si todo bien. —murmuro. Doy otra mordida, y noto algo que hace que mis mejillas se sonrojen. —Ya me conoces, Hamilton. Sin aderezos. —pronuncio, sintiendo cómo un calor familiar se extiende por mi pecho.
Él asiente, y aunque su expresión es de confianza, hay algo en sus ojos que me dice que está más pendiente de mí de lo que debería.
Toma un vaso de plástico con tapa y pajilla, y me lo pasa. Acepto sin pensarlo y tomo un sorbo del batido de mora, saboreándolo lentamente. La suavidad del líquido calma mi garganta, pero no detiene la sensación de nerviosismo que crece en mí.
—Me gusta esta cena, Hamilton. —digo, haciendo un esfuerzo por aligerar el ambiente.
—A mí también, Healy. —responde, y por un momento, su mirada se suaviza, como si estuviera buscando algo más en mis ojos. Algo que no puedo identificar.
—¿No tenías trabajo esta noche? —pregunto, apartando un mechón de cabello que me cae sobre los ojos para no perderme en su mirada azul. Mi gesto es ligero, pero siento que todo lo que hago alrededor de él está cargado de una tensión casi imperceptible.
—Me despidieron. Recorte de personal, dijeron. —murmura, y noto cómo su voz se torna más baja, cargada de una ligera frustración que no le había visto antes.
Su mirada se desvía a otro lugar, a algún punto en el horizonte, y es entonces cuando siento una punzada de preocupación. Sin pensarlo, sostengo su mano, mis dedos enredándose en los suyos sin querer soltarlo.
Mi estómago da un vuelco. ¿Qué estoy haciendo?
Su rostro gira hacia el mío, y la cercanía se vuelve casi incómoda, pero no me aparto. Es como si un magnetismo invisible nos atrajera. Mi respiración se vuelve más pesada de lo que debería.
—No te desanimes. Siempre puedes buscar otro empleo. —respondo rápidamente, pero la verdad es que no estoy segura de sí mi voz suena tan convincente como debería.
Mis palabras, aunque sinceras, se sienten un poco vacías.
—Es difícil ahora. Con la postemporada cerca, mis horarios son terribles. A menos que trabaje en las madrugadas con un buen sueldo, voy a tener que dejarlo por un tiempo.
Mis dedos empiezan a cosquillear en la palma de su mano. Cuando sus dedos se desplazan y entrelazan los míos, siento cómo una corriente de electricidad recorre mi cuerpo, y aunque es un sentimiento extraño, no puedo negar lo agradable que es.
Mi corazón late con tanta fuerza que casi me siento fuera de mí. La cercanía, la conexión, todo se mezcla en una sensación tan intensa que no puedo concentrarme en nada más.
—¿Y qué hacías en ese trabajo? —pregunto. La necesidad de saber más sobre él me consume.
Mi mano, que ha quedado atrapada en la suya, se guarda rápidamente en el bolsillo de su abrigo cuando me doy cuenta de lo mucho que la he estado sosteniendo.
Él se queda en silencio un momento antes de carraspear, su mirada levantándose hacia el cielo como si estuviera buscando palabras en el aire.
—Limpiaba pisos y baños en un lugar de comida rápida. —dice con una ligera tristeza en su voz, como si se sintiera avergonzado de decirlo.
Mi pecho se aprieta al escuchar sus palabras. No sé qué más decir, solo que mi mente está llena de preguntas que no sé cómo hacer. Asiento lentamente, procesando la respuesta.
El silencio entre nosotros es cómodo, no obstante, siento que algo está cambiando, algo que aún no logro entender del todo. Pero sé que, por alguna razón, quiero estar aquí, cerca de él, y todo lo que surge en mí en este momento me deja con una extraña sensación de incertidumbre.
De repente, busco algo más para decir, algo para desviar mi mente de lo que acaba de ocurrir y darle un giro al ambiente. Me inclino un poco hacia él, mi curiosidad tomando el control.
—Eres sureño, obviamente por tu acento, pero... eres de Texas, ¿verdad? —pregunto, con una ligera sonrisa en los labios. Su acento, ese toque inconfundible, siempre me ha intrigado, y no puedo evitar mencionarlo. —El martes comentaste algo de Texas. —añado.
Es una forma de aligerar la conversación, de volver a algo más ligero, pero también me sorprende a mí misma lo ansiosa que estoy por saber más sobre él.