Maya
El estacionamiento está desierto, y el eco de nuestros pasos se mezcla con el murmullo lejano de las conversaciones en el campus.
Jo avanza con determinación, como si estuviera siguiendo un camino que ya ha recorrido mil veces, mientras yo, atrapada en mi propio dilema interno, me esfuerzo por no ser arrastrada por la corriente.
Sé lo que estamos a punto de hacer, lo he sabido desde el momento en que ella dijo que él iba a sufrir, y esa sensación en mi estómago lo confirma todo: estamos cruzando una línea que no podemos borrar.
Parson me odia, lo sé, y aunque a veces trato de no darle importancia, no puedo negar que ese odio me consume un poco. Pero Jo... Jo es diferente. Ella nunca hace preguntas, nunca duda cuando ha tomado una decisión, incluso si esté en el extremo opuesto de lo correcto.
Lo que para ella es una misión, para mí se está convirtiendo en un maldito desastre.
Y, aun así, sigo caminando.
Lo peor es que no puedo dejar de preguntarme por qué sigo aquí. ¿Será porque quiero ver hasta dónde nos lleva esta locura? ¿O porque simplemente me he acostumbrado a seguir a Jo, como si tuviera una fuerza gravitacional que ni yo misma puedo resistir?
Esto es tan típico que casi me da risa. Si mi vida fuera una película de adolescentes, este momento sería el más obvio de todos: chica insegura siguiendo a su amiga a un desastre.
El tipo de escena que todos hemos visto mil veces, pero que parece que nadie se atreve a evitar, no importa cuán obvio sea.
Y aquí estoy, atrapada en el guion. En un parpadeo, nos hemos adentrado en las sombras del estacionamiento. Los autos se alinean como guardianes de secretos, y las luces tenues no hacen más que resaltar lo inevitable: estamos haciendo algo que no deberíamos hacer, y nadie lo sabe... aún.
—Seremos chicas malas esta tarde, May. —pronuncia, mi mejor amiga, a la par que suelta su icónico peinado dejando al aire libre su melena castaña, que cae en ondas despreocupadas sobre sus hombros.
—Soltarte el cabello no es romper las reglas, Jo. —bromeo, soltando una risa baja que oculto rápidamente contra mi mano para que no me escuche.
—Oh, no seas tan maldita.
—Me amas. —río, divertida.
—Presumida. —farfulla ella y tira de mi mano para movernos hacia el siguiente auto. Un Dodge Challenger de color rojo fabuloso, que nos grita: "Soy lo que buscan".
Parson es un grano en el trasero, pero, ama a su auto con su vida. De hecho, es un gran fanático de los autos clásicos, y este vehículo es el mayor logro que puede llegar a tener ese jodido profesor.
Jo me da un intento de sonrisa malvada. Me coloco a su lado y mi primer movimiento es fruncir el ceño ante los neumáticos pinchados del auto.
¿Qué demonios?
Jo también luce confundida.
—¡Mierda! Alguien se nos adelantó. —murmura ella, fastidiada.
Se cruza de brazos evaluando nuestro próximo movimiento, por ende, me aventuro a opinar que lo mejor sería marcharnos, pero no logro decir nada porque una voz conocida me interrumpe.
—Healy, ¿Qué haces? —grita.
Salto por la sorpresa y una maldición se me escapa por lo bajo. Giro sobre mi hombro con inmediatez, encontrando el rostro atractivo del número veinticuatro en la cancha.
Trae su cabello pelinegro mojado, supongo, que acaba de salir de su entrenamiento, esos vaqueros le sientan tan bien al igual que su camiseta y chaqueta.
Dios bendito, sí que es sexy como el pecado.
¡Basta, no es momento de pensar en eso!
Ross Hamilton sonríe con una chispa de curiosidad parpadeando en su mirada, así que, no tarda en acercarse y dejar caer su presencia ante nosotras.
—Yo... bueno... —Trato de buscar alguna excusa o inventar una mentira, pero, no lo logro. Jo maldice a mi lado.
—¡Joder! ¡Debemos irnos, ahora! —Escucho el chillido nervioso de mi mejor amiga.
Eso llama la atención de la otra persona que está con Ross, y cuya presencia no había notado hasta ahora.
Dann McDuggents frente a mis ojos me da una sonrisa ladina y me comparte un saludo con su mano mientras guarda su teléfono dentro de su chaqueta deportiva de Los Lions.
—¿Por qué debemos irnos? —pregunta, ojos grises y centra su atención en mi mejor amiga.
Enarca una ceja con interés, y enseguida distingo esa sonrisa de puma formarse en su boca.
—Porque...
Jo se queda corta cuando otro grito llena el lugar espantándonos.
Los cuatro giramos la cabeza al mismo tiempo como la niña del exorcista, encontrándonos a un hombre robusto con rostro enojado que aparece en nuestro campo de visión.
El uniforme sobre éste me hace soltar un grito de desesperación. Un maldito guardia de seguridad. Un jodido policía del campus.
— ¿Qué carajos? —pregunta McDuggents, frenético, como si hubiera aterrizado en una pesadilla y no tuviera ni idea de cómo salir de ella. Pero Jo no tiene tiempo para responderle.
—Dioses , eso no importa. —Es todo lo que le dice, una respuesta de "no me hagas perder el tiempo". Y, en ese momento, mi cerebro se apaga por completo.
La adrenalina me golpea de lleno, y en cuestión de segundos, los nervios se apoderan de mí. La lógica huye y el caos se convierte en mi única guía.
—Jo , ¡Jo! ¿Qué hacemos? —grito, la confusión volviendo mi voz más aguda, buscando desesperadamente una salida sensata.
—¿Es que no es obvio? —Jo suelta con una mueca, su sarcasmo afilado como siempre. Y, de repente, todo cobra sentido.
Pero no hay tiempo para celebrarlo, porque justo en ese momento, otros dos miembros de la seguridad del campus aparecen en la esquina, con caras de pocos amigos, listos para hacer lo que sea para atraparnos.
Quiero matar a Jo, y luego, sinceramente, me quiero matar yo misma. Esto es tan de película que da miedo.
—¡Corran por su vida! —añade Jo, apenas mirando hacia atrás. Está a punto de amarrar su cabello a la liga de nuevo.