Un Cliché Peculiar

Capítulo 10: Fantasmas.

Ross

Me siento como la mierda. Y, no es esa clase de malestar que se esfuma con una ducha caliente o una buena canción, sino de esa que se instala en el pecho, como una losa que aprieta con cada intento de respirar.

Lo he sentido desde el martes por la noche, desde que Maya me dijo que no, con una calma que partía más que si me hubiese gritado en la cara. Desde entonces, todo lo que hago, cada paso, cada palabra, cada intento de distraerme, está atravesado por ese "no". Uno que no fue explícito, pero brutal.

Un rechazo disfrazado de excusa. Como si yo no importara tanto. Como si lo que sentí entre nosotros hubiera sido solo una historia que inventé en mi cabeza.

Esta noche tengo dos opciones. Puedo sentarme aquí y dejar que el recuerdo me desangre lentamente, revivir cada segundo de ese maldito momento hasta perderme en la desesperación, o puedo hacer lo que se supone que debo hacer: fingir. Fingir que nada pasó, que su ausencia no pesa, que su risa no me falta como el aire.

Fingir que Maya no es un eco constante en mi cabeza. Y concentrarme en el juego. En lo único que sé hacer sin arruinarlo.

Elijo lo segundo. Porque es lo más fácil. Porque si me quedo quieto un segundo más, voy a romperme. Y no puedo permitirme romperme ahora.

Me levanto del banco del vestuario, estirando el cuerpo como si pudiera sacudirme de encima esta opresión en el pecho.

El mundo sigue girando aunque yo sienta que me estoy cayendo a pedazos. Las risas de los muchachos me alcanzan, cálidas y despreocupadas, y por un momento me agarran de vuelta a la superficie. Sonrío. Una sonrisa que no me pertenece del todo, pero que sirve. Que engaña. Que mantiene la fachada.

Y por un segundo, aunque sea uno solo, puedo fingir que todo está bien.

Mi campo de visión recepta enseguida a Colton y Prince que están dándose golpes con las toallas como niños pequeños. En la otra esquina se encuentra Dann, carcajeándose hasta que apenas puede manter los ojos abiertos, mientras los graba con su teléfono.

Algunos de los chicos ya están en lo suyo. Jimmy Walters, mejor conocido como Deadshot por su puntería casi ridícula, bromea con Rush mientras se acomoda las hombreras como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Fury, siempre callado, se concentra frente a su casillero con una seriedad que parece esculpida en piedra. Entre risas, codazos y bromas internas, el ambiente tiene ese peso eléctrico que solo se siente antes de un partido importante. Yo no estoy en ese estado. No del todo.

Me coloco las hombreras sin mucha prisa, intentando no pensar demasiado. Mis movimientos son automáticos, como si mi cuerpo supiera lo que debe hacer mientras mi mente sigue atrapada en otra parte.

Entonces Dann pasa a mi lado a toda velocidad, casi tropezando con su propio equipo, y su energía me arranca una mueca. Él siempre corre como si llegara tarde al destino más importante de su vida.

Agarro el jersey, lo paso por encima de mi cabeza y lo acomodo sobre el equipo ya ajustado en mi torso. El número en el pecho cae en su lugar como un recordatorio. Este soy yo. Esto es lo que hago. Esto es lo que me mantiene entero. Cierro el casillero con un golpe seco, y el sonido retumba en mis oídos como una campana de inicio.

No sé si estoy listo. Pero estoy aquí. Y eso tiene que ser suficiente.

Los demás se mueven rápido, ya casi es hora. Faltan diez minutos para salir al campo y todo el vestuario vibra de energía. Gritos, risas, cascos chocando. Yo no me muevo.

Me siento, flexiono las piernas y meto la cabeza entre las rodillas. El murmullo de mi respiración me ayuda a hacer un conteo rápido. Uno, dos, tres. Otra vez. Cuatro, cinco, seis. No es miedo. Es otra cosa, algo que trepa por mi pecho como si quisiera estallar.

Repaso las jugadas en mi mente, buscando foco, buscando silencio. Pero Maya sigue ahí, ocupando espacio. Y lo odio, porque la necesito fuera. Solo por esta noche.

—Está noche es la más importante para todos nosotros. Dentro de poco daremos por comenzada la postemporada. —La voz llena de seriedad y autoridad del entrenador llama mi atención.

Levanto la cabeza y lo veo de pie en el centro. Los jugadores están a su alrededor.

—Ustedes mis muchachos van a dar batalla en ese campo, por lo que, no existen nervios ahora, no existen pensamientos negativos. —se escuchan murmullos.

»¡Nos hemos preparado para esto! La palabra "ganar" adquiere otro significado hoy. No ganaremos para ser unos fanfarrones con ello como los del Queens Collage, ganaremos para avanzar para lograr lo siempre nos proponemos. Llegar a las finales de los playoffs y luego a los drafts. No jugamos con la mente, muchachos. ¡Jugamos con el corazón!

—¡Sí, entrenador! —resonamos al unísono, como una sola voz que sacude las paredes del vestuario. Una sonrisa se asoma, fugaz, en mis labios, como un reflejo involuntario.

—¡Arriba los Lions! —grita Prince, alzando el puño con una energía que prende fuego al ambiente.

En segundos, el lugar estalla en un coro de rugidos. Puños en alto, cascos chocando, gritos que rebotan por las paredes. El eco de la manada antes de la guerra.

—Hamilton. ¿Algunas palabras?

Doy unos pasos hacia el frente, hasta quedar junto al entrenador. Siento las miradas de los muchachos, todos esperando esa frase inspiradora, esa línea de película que los encienda. Pero esta noche no tengo tiempo para discursos de Hollywood.

—Saldremos a ese campo y dejaremos todo. Confío en ustedes. Eso basta. Porque allá afuera no hay destino, no hay guion escrito. No hay mierda de suerte. Es todo o nada. ¡Todo o nada, carajo! ¡No mente, sino corazón!

Los aplausos me sacuden. Palmas contra mi espalda, risas, empujones. El grito de guerra vuelve a rugir: "¡Arriba los Lions!"

Uno a uno, los muchachos comienzan a salir del vestuario, listos para morir con las botas puestas.

El entrenador se queda atrás. Me lanza una mirada que no necesita palabras. Un dejo de orgullo, tal vez. O de advertencia. Tal vez ambas.



#9455 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 12.05.2025

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