Llevaba dos horas en esa casa, y no podía evitar la sensación de que el aire se había vuelto espeso, sentía todo caluroso. Para mi desgracia, Renato se había instalado en la habitación como si fuera supervisor de planta, y yo, por supuesto, me encontraba en pleno caos emocional.
«¿Cómo demonios llegué a esta situación?»
«Ok, Katya, respira. Todo está bien», me repetía a mí misma mientras trataba de actuar como si todo estuviera bajo control. Pero no lo estaba.
Él me miraba constante y fijamente. Parecía que me estaba haciendo una radiografía con la mirada, como si estuviera esperando que hiciera algo brillante, alguna acción impresionante. Y yo… no podía hacer nada, y mucho menos bien. Tropecé con el borde de la alfombra, derramé agua sobre la mesa y, claro, mientras intentaba arreglarlo, sentí que sus ojos no me dejaban ni un segundo.
Cada vez que pensaba que todo estaba resuelto, un nuevo desastre se desataba. Mi corazón latía tan fuerte que seguro Renato podía escuchar el sonido.
«¡Maldita presión!»
Después de una hora bajo su mirada penetrante, simplemente no pude más. Me escapé al reservado de la planta baja como una niña pequeña que no sabe manejar sus emociones. Me senté en el inodoro, respirando profundo.
—Ok, Katya, cálmate —me dije—. No todo está perdido.
Con el teléfono en la mano, le escribí a Mara:
“¡Mara! ¡Necesito que me digas qué hacer! ¿Cómo me metiste en este embrollo? Me dijiste que solo íbamos a estar Claudia, la domestica y yo. ¡Pero aquí estoy yo, atrapada con un papacito bajado del cielo y sin saber qué hacer! No me quita la mirada de encima. No estoy preparada para este nivel de tensión. Ayúdame.”
No pasaron ni dos segundos cuando el teléfono vibró.
—¡Mara! —dije en un susurro al contestar—. ¿Para qué carajos me metiste en este lugar? No sé qué hacer, y ese hombre no me quita la mirada de encima.
—¡¿Cómo que un “papacito”?! —Fue su respuesta entre risas.
—No te hagas —le dije incómoda, y apoyó la mano en la puerta evitando que la abrieran—. Eso sí, nunca me dijiste que esa señora muerta tenía un hijo que estaba tan bueno.
—¿Renato? ¿De verdad? ¿Qué carajo fue a hacer él ahí? —preguntó—. No me digas que le tienes miedo a un hombre hermoso.
—Deja de decir idioteces. ¡No estoy hablando de eso! ¡Estoy hablando de que no sé cómo lidiar con él con su mirada encima de mí! él espera a una enfermera… Yo si acaso soy una mata de desastres. Para donde me muevo ahí está. Él está observándome todo el tiempo, y como no tengo una pinche idea de qué hacer con esa vieja ahí tiesa, quiero salir huyendo. ¡Esto está fuera de control! —le dije sin respirar y susurrado.
—Ay, Katya, te va a dar algo. Tranquila. Y si te atrae tanto, ¡mejor disfrútalo! Él ni se da cuenta de que tú estás sudando como un pollo asado, así que no te preocupes. Solo actúa como si todo estuviera bien. ¡Improvísalo! Como siempre, haz lo tuyo.
—No puedo improvisar más. Dime que vas a venir y finjo una emergencia. No sé… ¡SÁCAME DE AQUÍ!
—Jajaja, ¿y qué tal si le dices que necesitas espacio personal para evitar un colapso nervioso? Y si eso no funciona, dile que te gusta y que lo estás evitando porque estás completamente arruinada emocionalmente. Después, vas a ver qué pasa.
Mara estaba disfrutando demasiado de esta situación.
—¡Mara, me vas a matar! —le dije—. ven, por favor.
Escuché pasos afuera y como si estuviera en un maratón mi corazón se aceleró. No podía quedarme más tiempo allí.
—Lo estoy pasando divino con mi amor —respondió Mara—. Seguro me entiendes… Ya se te ocurrirá algo. Siempre resuelves. Nos vemos mañana temprano. Eres un sol, te quiero.
La muy descarada colgó y me dejó sin saber qué hacer. Miré la puerta y no me quedó más que respirar hondo, me miré al espejo y, con toda la dignidad que pude reunir, salí del baño y volví a la habitación de Claudia.
Lo primero que vi fue a Renato, que seguía allí, tranquilamente sentado en el sillón, con esa mirada profunda y extremadamente intensa. Cada centímetro de su presencia me hacía sentir como si estuviera siendo sometida a un juicio. Sentí como si de alguna manera tuviera que dar una respuesta a la expectante calma con la que me observaba. Pero… ¿qué decir? ¿Qué rayos hacía una persona en mi situación?
Decidí, entonces, improvisar una vez más. Mi mente me gritaba que era una mala idea, pero mi cuerpo ya había hablado.
—¿Puede dejarnos solas unos minutos? —le pedí y él arqueó una ceja—. Debo revisar a la doña… —me miró raro—. Perdón a la paciente. Y creo que será incómodo hacerlo con usted aquí. A menos que no le incomode ver a su mamá como vino al mundo.
La mirada de Renato fue tan expresiva que me causó gracia. Mantuve la actitud profesional que no tengo.
Pero, para mi sorpresa, Renato sonrió. Era una sonrisa enigmática que, por alguna razón, me hizo sentir aún más confundida.
«¿Qué piensa? ¿Acaso cree que soy un maldito desastre? ¿O me estaba tomando el pelo?
—Para nada —dijo luego haciendo muecas de desagrado ante la idea mientras se acercaba a mí. Pese a eso su expresión era condenadamente provocadora—. Haz tu trabajo. Ya pensaba que no harías nada.