Un Coma De Amor

Lo que el ojo no ve

Narrador Omnisciente:

Aunque el mundo pensaba que su enfermedad la había dejado sin voz ni movimiento, Claudia para siempre, desde su inmovilidad, absorbía cada acontecimiento con una lucidez que pocos podían percibir. Como si fuera una espectadora de su propia vida, condenada a permanecer en el silencio de su cuerpo paralizado, mientras su mente seguía tan lúcida como siempre, en una condición que todos creían irreversible, podía verlo todo, cada detalle, cada movimiento, cada palabra.

Hoy, por ejemplo, acostada en su prisión de sábanas blancas, compadeciéndose al inicio mientras escuchaba a su hijo, Renato, derramar lágrimas por la ruptura con su prometida, una mujer que ella, como madre experimentada, había considerado siempre una oportunista. Amelia, la ex prometida de Renato, era una de esas mujeres que se peinaban frente al espejo tres veces al día y se miraban a sí mismas con una mezcla de vanidad y desprecio por los demás. Era una especie de reina egocéntrica cuya prioridad era lo que pensaban de ella y no lo que realmente sentía su pareja. Pero claro, Renato, cegado por un amor que su madre nunca aprobó, decidió escuchar a Amelia antes que al ser que le dio la vida, la dejó abandonada, con enfermeras que venían y se iban, negándole la atención que ella necesitaba, y se volcó en una mujer superficial, mientras su madre, la única persona que realmente lo conocía, se veía relegada.

«¡Muchacho tonto! No aprende, no parece mi hijo” pensó Claudia con una sonrisa irónica en su mente. «¿Cómo es posible que siga martirizándose por sus estúpidas ilusiones? Si yo con mi ojo de madre pude verlo ¿Por qué él no?».

Ahí estaba, observando a Renato en su momento de vulnerabilidad, sin ser capaz de consolarlo como una madre lo haría. Pero, claro, la vida le había dado a Claudia algo mucho más valioso: el poder de observar y juzgar desde la distancia. Y desde ahí, desde su cama, podía ver todo: la manera en que su hijo se aferraba a sus recuerdos, a su dolor por la ruptura.

«¡Cómo si valieran de mucho!» pensaba,

Se sorprendió cuando vio a Katya, la nueva enfermera que, sinceramente para ella, no se veía como una enfermera, ni por casualidad. Tropezaba por la habitación, derramando agua sobre las máquinas, luchando con su torpeza de manera que ni el más novato de los aprendices podría haberlo hecho.

«Esta mujer es un desastre», pensó mirando a Katya.

«Pero no puede ser tan tonta, ¿O sí?», pensó Claudia, cuando en la torpeza de Katya vio algo en Renato, intentaba reprimir una risa y no delatarse. «Quizá sí. Tal vez es tan tonta que ni siquiera se da cuenta de lo que está pasando aquí...».

Claudia observaba la escena entre Renato y Katya, ese extraño y ridículo vaivén de miradas furtivas entre ellos, los nervios de ella, algo completamente fuera de lugar para ser tan... patético. Pero, al mismo tiempo, le dió la impresión de que Renato, de alguna manera, momentáneamente olvidó su dolor. No de la mejor manera, claro, sino en ese modo torpe en el que la chica parecía encender el espacio con el caos que era, y hacerlo volver a la realidad.

«Físicamente no está mal, es una bomba de tiempo, es bonita, y no creo que tenga tiempo para ser como la otra, pues tanta torpeza no le permite centrar su atención en algo tan burdo como creerse superior», pensó Claudia mirando de reojo a Katya.

Observante de todo, de pronto una idea llegó a la mente agotada de Claudia.

«¿Por qué no había visto esto antes? Tal vez, solo tal vez, esa ruptura con Amelia es más que oportuna».

Claudia, con la astucia de una madre experimentada, decidió que era hora de poner en marcha su plan maestro.

Si Renato no podía ver lo que tenía frente a sus narices, ella sí. Y ella iba a ayudarlo a abrir los ojos de una forma… digamos, mucho más persuasiva.

De repente, Katya cometió otra torpeza. Estaba tan nerviosa con la máquina de oxígeno que, sin querer, tomó un equipo que no debía. No era para el aseo, sino un aparato de tratamiento intravenoso.

«¡Madre mía!», pensó Claudia. No podía creerlo. «Si dejo que esta mujer siga me va a matar».

La observaba, tan confiada en su torpeza, mientras la máquina emitía un pitido alarmante.

«Vaya, qué nivel de desastre.», pensó Claudia, ocultando su sonrisa bajo las sábanas.

—¡Katya! —la llamó, alzando la voz con firmeza—. ¿De verdad piensas que sabes lo que estás haciendo?

Katya se giró, visiblemente sorprendida. "Buscando de donde provenia la voz.

—¡¿Qué?! —musitó confundida—. ¡Ay, carajo! Debo estar enloqueciendo.

Estaba paralizada, e incrédula de haber escuchado una voz distinta a la suya en esa habitación.

Con gran esfuerzo, Claudia se fue incorporando en la cama. ajustó su postura, como si de un acto heroico se tratara. Su cuerpo ya no respondía bien, pero su mente seguía tan despierta como siempre. Aprovechó para dar su golpe de gracia. Mientras Katya la miraba atónita.

—¿Qué carajos pasa aquí? —inquirió en un susurro y los ojos desorbitados—. Esta señora…

Pero la mujer, la que debía ser un vegetal, abrió la boca. En la mente de Katya se formó un «¡OH!» estridente.

—Sabes, las personas inexpertas no se atreven a tanto... —dijo Claudia, con voz débil pero mordaz—. Tú, mi querida, eres un caso perdido en cuanto a profesionales, pero puedo ayudarte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.