Un Coma De Amor

La jugada de Claudia

Yo no podía creer lo que estaba pasando. O sea, ¿en serio? Estaba allí, mirando a esa mujer que, hasta hace un momento, todos pensaban que no se podía mover, hablar ni siquiera parpadear, y ahora... ¿me estaba hablando como si fuera la jefa de un sindicato de enfermeras?

«¡¿Qué carajo?!», suspiré profundamente. «¡Ay no, me voy a volver loca!» pensé, mientras me daba golpecitos en la cabeza con las manos, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

¿Claudia? ¡Claudia estaba hablando! Y encima, no solo hablaba, sino que me estaba retando, como si fuera yo la que estuviera metida en un buen embrollo!

Miren, soy colombiana, y por lo general, me sé manejar en cualquier situación, pero esto... ¡esto era un completo caos!

—No, no, no. Aquí quien hace las preguntas soy yo, doña… —le dije señalando con el dedo mientras intentaba despejar mi mente de la confusión e intentaba sonar lo más tranquila posible, pero por dentro, todo en mi ser gritaba:

«¿Por qué me está pasando esto?».

La mujer que Mara me dijo había estado en coma por mucho tiempo (o eso creía ella) me estaba mirando como si fuera un chicle en la suela de su zapato.

Ella, como si no le importara lo más mínimo lo que yo pensaba, sonrió de una manera tan maliciosa que me heló la sangre.

—No tengo tiempo para responder nada más que resolver el problema que tenemos. Querida ten la certeza que te voy a ayudar —respondió, con esa sonrisa de quien acaba de ganar una batalla sin ni siquiera mover un dedo—. Pero no pienses que es solo por tu bien. No, no. También es por el mío.

«¡¿Qué?!»

A ver, yo no soy tonta, pero tampoco soy un robot, ¿me explico? Estaba atrapada en una especie de película de terror... solo que sin los gritos, porque aquí la única que estaba gritando por dentro era yo.

—¿A qué se refiere con eso? —le pregunté sorprendida, jugando a hacerme la que no entendía, pero, en realidad, no entendía nada.

Claudia se acomodó un poco en la cama, como si estuviera a punto de dar una conferencia sobre el fin del mundo.

—Mira, Katya —empezó, con un tono de voz ahora algo más bajo pero lleno de autoridad—, sé muy bien lo que pasa aquí. La otra no vino, pero debió mandar a otra más competente. Tu no me vas a matar con tus torpezas.

«Lo que pasa aquí...» pensé, y me entró una risa nerviosa. ¿Lo que pasa aquí? ¡Si yo ni siquiera sé qué está pasando en mi propia vida!

—Después hablamos de tú y esa chica irresponsable… Tú y mi hijo, Renato... —continuó, haciendo énfasis en esas palabras como si estuviera hablando de algo importante, pero yo no podía evitar pensar que todo esto sonaba demasiado raro—. Sé muy bien lo que está pasando entre ustedes dos.

«¿Lo que pasa entre nosotros dos?!», repetí en mi mente. «¿Qué carajos piensa esta mujer?»

Yo ni siquiera sabía qué estaba pasando algo entre Renato y yo. ¡Esto era un lío total! ¡Yo estaba aquí porque, supuestamente, tenía que cuidar a su madre, por cierto una mujer moribunda… y… y... y ahora ya no sabía si estaba en una telenovela o en un circo!

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunté, frunciendo el ceño y cruzando los brazos, tratando de ponerme seria, pero realmente, mi cabeza daba vueltas como una licuadora.

Claudia, como si me estuviera dando una clase magistral de control mental, hizo una pausa antes de seguir:

—Mira, Renato tiene un... dolor muy grande, ¿cierto? —dijo, mirándome fijamente, como si de un momento a otro fuera a sacar un láser de sus ojos y destruirme—. ¿Y sabes por qué? Porque esa Amelia —y dijo el nombre con un tono de veneno que podría haber derretido hierro—, lo engañó. Y ahora, ese tonto de mi hijo está buscando consuelo en... bueno, en ti.

«¡Ay, Dios! ¿Consuelo en mí? ¡Qué locura es esta? Apenas lo conozco», pensé. ¿Y qué quieres que haga yo? ¿Me va a reprochar o quiere otra cosa esta señora?

—¿Y qué? —le respondí con una risa nerviosa—. Que yo sepa apenas acabo de conocer a su hijo ¿Qué papel juego yo en esa historia mal contada? ùle pregunté inclinándome como si la reverenciara pero lo que tenía era confusión—. No soy terapeuta para sanar esos traumas, señora.

Claudia se rió por lo bajo, y esa risa fue peor que mil cuchillos en mi pecho.

—Tampoco eres enfermera, Katya. De que no estudiaste nada que tenga que ver con la salud es una realidad, sino no procuraras tirar todo lo que te consigues arriesgando tu vida y la del resto —dijo con una calma espeluznante. Hizo una pausa y me miró fijamente—. No voy a dejar que esa chica le robe a mi hijo, no lo permitiré. Y tú serás la clave.

«¿QUÉ? ¿YO? ¿La clave de qué? ¿¡Qué me estás diciendo, señora!? ¡Yo no soy ninguna clave, soy una mujer que no sabe ni cómo poner una curita! ¿¡Cómo carajos voy a ser la clave de algo!?», cuestione en mi mente con los ojos desorbitados.

—Y si no me haces caso, si no sigues mi plan... —agregó Claudia, y mi corazón casi se detuvo—, te haré quedar como una usurpadora, una delincuente que ejerce una profesión para la que no tiene título.

«¡¿QUÉ?!»

«¿Está hablando en serio? ¿Esta señora me estaba amenazando, a mí? Yo, Katya, la reina de la torpeza, ¿me estaba amenazando con destruir mi reputación».




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.