1 día desde la caída.
8:20 AM, Viernes 10, agosto del 2192.
La noche fue algo larga para ambos chicos, pero nada que un buen café lo arreglé. Cameron cómo siempre, siguió con su rutina, levantarse, ducharse, vestirse y abrir las ventanas para que entre el aire fresco y playero, su invitado inesperado se despertó por el movimiento mañanero, él había estado durmiendo como tronco cuando sintió la cómoda cama.
Cameron se movía de un lado a otro, con pasos apresurados y diciendo una que otra maldición en el camino, el chico lo miró desde la pieza de invitados, hipnotizado por el casi torbellino que Cameron estaba haciendo por la mañana.
—... Hom... hola?
—... Hmm... lo dijiste bien, aprendes rápido... Buenos días —Cameron en un segundo paró todo lo que estaba haciendo, los esfuerzos de la noche dieron sus frutos, se sintió como profesor de infantes para enseñarle hablar, pero lo logró, y Cameron estaba festejando internamente de poder hacerle preguntas básicas al rucio.
El chico lo miró en silencio por un momento antes de ladear la cabeza, observando el atuendo formal de Cameron, quien solo se frotó la frente.
—Voy a mi trabajo, llegaré a las tres de la tarde... Cuando el Sol este lo más arriba, ¿lo tienes?
—Swm- Sí.
—Perfecto. —Cameron se dió media vuelta para irse antes de volver a darse otra vuelta para ir casi corriendo a la cocina. Con movimientos frenéticos, sacó una botella de agua y dentro de un pequeño armario, unas galletas de vainilla; las dejó en la encimera de la cocina, a la vista del rucio.
—Te dejé comida y agua en la cocina para que desayunes. Yo me voy, ¡no le abras la puerta a nadie! —Con eso y el leve tintineo de las llaves, Cameron salió apresurado de la cabaña, marcando el silencio con un portazo de la prisa.
Por mucha pena que le diera el chico, no podía dejar sus obligaciones y responsabilidades por él, eso lo tenía claro, así que sin perder tiempo, se subió a su auto que estaba atrás de la cabaña, con un ronroneo del motor del auto, condujo a la escuela donde trabaja.
Este sera un día muy largo, y Cameron lo sabe.
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"Todo lo que hay, lo cuidan del Sol,
los dioses dorados con mucho control.
Antes de nacer, ellos ya eran mil,
jugando en las llamas del gran cielo sutil.
Si uno se va, el mundo va mal,
Nos caen las penas, nos gana el final.
Por eso estan lejos, brillando sin fin,
cuidando la vida, de ti y de mí."
Los sonidos de aplausos coordinados y el ritmo melódico llenaron el amplio lugar del salon de clases, ya lleno de niños, cantando una ronda especial que crearon para clases de historia. Empezaron a cantar porque el profesor aún no llegaba.
El sonido de la puerta abrirse de golpe calló la sala, dejando a todos los niños en silencio, Cameron entró con pasos firmes y más relajados, sus alumnos lo miraron con ojos curiosos, no era costumbre que su profesor jefe llegue algo tarde a clases, incluso algunos decian que dormía en la escuela porque siempre estaba presente.
—Buenos días, chicos. —Saludó Cameron con una pequeña sonrisa, los alumnos se pusieron de pie, ya sabiendo las reglas.
—¡Buenos días, profesor Miller!
—¡Asiento!
Cameron dejó su maletín con un golpe seco. Se sacó su chaqueta y lo colgó detrás de la silla. Sus alumnos ya estaban sentados, aunque algunos aún cuchicheaban bajito sobre lo tarde que llegó el profesor más "responsable" de la escuela.
—Escuche la ronda, ¿cómo supieron que tienen un examen mañana?
—¿¡Qué!? —Exclamaron todos, la sorpresa e indignación se volvió notable en las voces y caritas.
—Solo bromeó. Yo no soy de exámenes sorpresa, no soy como la maestra Roy, si los quiero hacer sufrir, les haría preguntas cómo que tipo de sangre tienen los dioses.
—¡Pero eso es imposible de saber!
—Exacto. —Con un click de la tapa del marcador de pizarra, Cameron empezó a escribir en la pizarra, sus alumnos se quedaron callados escribiendo, el único ruido del salón eran las hojas y el roce del lápiz contra la pizarra. Cameron le encantaba ese sonido, para él: Era un signo de respeto, él sabía que aunque ellos se portaran como angeles con él, eran demonios con otros profesores, y como Cameron es muy estricto con esos temas, ninguno quiere ser suspendido.
La clase transcurrió normal, como siempre: Los alumnos escribiendo y aveces haciendo cosas tontas, no tanto ruido, nada grave. Días así como esos, el tiempo pasa rápido y terminó la jornada de clases.
Pero para el rucio fue muy largo.
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El chico había salido de la cama y estaba intentando caminar más derecho, gracias al desayuno que le dejó Cameron, él se sentía con más energía. Sus pasos eran más seguros pero aun torpes, inexperto pero aprendiendo rápido, no paso mucho hasta que él ya estaba caminando más derecho y sin tropezarse mucho.
Tras unos minutos, el joven miró por la ventana, notando que el Sol ya estaba en su punto máximo, brillando como nunca.
—Cam-Cameron... —el chico murmuró, según el mayor antes de irse: iba a volver cuándo el Sol este lo más arriba, pero el Sol ya estaba en su punto más alto y no aparecía.
Él se sentó en el sofá, pensando y más preocupado cada segundo, volvió a observar el Sol para verificar que estaba en los más alto pero estaba en el mismo lugar.
Solto un suspiro de alivio que el rucio no sabia que estaba guardando al escuchar el tintineo de las llaves, su cabello rubio rebotó con la rapidez que se volteó a ver la puerta, después de unos segundos, Cameron apareció, frotandose la frente y claramente cansado.