2 días desde la caída
5:50 PM, Sábado 11, agosto del 2192.
La cabaña estaba más tranquila, parecía tener un aire más estable pero reconfortante, algo que calmó al rucio, quien estaba durmiendo hecho ovillo en el sofá. Cameron estaba con el celular a su lado, mirandolo de vez en cuando para verificar que el joven no se caiga, pero estaba muy tranquilo.
La luz del sol era tenue en el salón, agregando una capa a la paz del momento, el sube y baja del pecho del joven era tranquilo, ya sintiéndose en casa a pesar del poco tiempo de su llegada, cosa que alegra un poco al mayor.
Mientras tanto, Cameron estaba mirando noticias y reportajes del cometa de hace unos días, lo curioso para él era que el chico llego a la orilla unos minutos después de que se registrara el impacto del cometa al mar, no era coincidencia, y si lo era, era una en un billón.
Algo que le confirmo la teoría de que el rucio tenía relación con ese evento era la ubicación de la caída: La Bahía Georgiana, el océano de la playa Wasaga, donde encontró al joven. Por un momento, Cameron pensó que quizás el rucio era alguna otra raza de los exoplanetas habitables, cuando exilian a tal humano y lo expulsan a la tierra, eso explicaría su llegada y los ojos anormales para al menos la tierra, pero esa teoría la descartó porque el cometa salió del sol, no lo orbitaba y venía directo al planeta, como si la fuerza gravitacional de la tierra fuera tan fuerte que lo atrajo directamente.
—Mierda... mi cabeza... —Cameron tiró su celular a la mesa de centro y miró el techo por unos minutos, él era profesor, pero hasta las mentes más brillantes se agobian con tanto misterio, como el intrigante chico que estaba tranquilamente descansando a su lado.
—Despierta ricitos de oro, ya pareces muerto de lo mucho que duermes.
El joven parpadeó lentamente y se despertó con un gran bostezo perezoso, sus ojos se movieron hacia Cameron, aún adormilado.
—¿Q-qué? —Murmuró el joven, su voz estaba somnolienta, pero eso no detuvo a Cameron.
—Estoy aburrido. —Contestó Cameron con tono molesto, pero rucio solo se acomodó más en el sofa.
—¿Y?
—¿Cómo que "y"? ¡que seco! —Cameron frunció el ceño, aunque no estaba realmente molesto, cuando el aburrimiento y el cansancio le ganan, se vuelve molesto.
—Celular, —Sugirió el joven, el mayor solo se encogió entre hombros.
—Me aburri,
—Playa.
—Ya fuí a caminar. —Cameron contestó, el rucio soltó un gruñido somnoliento y enterró la cara en el sofa, no queriendo levantarse. —No...
El mayor dejó caer su cabeza al respaldo del sofá, antes de volver hablar. —¿Te gusta que te llame ricitos de oro? —el chico negó con la cabeza, Cameron se quedó en silencio por unos segundos antes de que una idea se le venga al cerebro.
—Dame un momento. —Dicho eso, Cameron se levantó y fue a su dormitorio, el rucio lo observó confundido pero no se levantó, se escucharon sonidos leves similares a papel o hoja, luego Cameron volvió de su cuarto, trayendo una libreta y un bolígrafo en las manos.
—Hagamos algo: Yo escribiré el abecedario y tú apuntaras a las letras que quieras, si suena bien, sera tu nombre, ¿vale? —el chico asintió, recomponiendose de inmediato a la idea de un apodo, el mayor no pudo evitar contener una pequeña sonrisa ante el nuevo entusiasmo del rucio.
El suave sonido del bolígrafo contra el papel llenó el lugar durante unos momentos, el joven entrecerró los ojos al ver las letras, un destello de reconocimiento paso por sus ojos pero no mencionó nada.
—Listo, ahora elige.
El chico observó el papel con atención, entonando los ojos antes de apuntar, lentamente y con la mano temblorosa, letra por letra ciertas letras del abecedario.
—M.. y.. a.. l.. o... —Cameron fue pronunciación en voz baja cada letra que el joven apuntaba, cuando él se detuvo, Cameron volvió hablar, un poco curioso, después de todo él había pensado que el rucio haría una frase sin sentido o pronunciación, como las palabras que el chico decía en el primer día que lo encontró.
—¿Te quieres llamar "Myalo"? —Preguntó Cameron, al escuchar el nombre, el rucio sintió una punzada en el pecho y se le dilataron las pupilas sutilmente, un eco de su nombre resono docenas de veces en su mente, cada vez se hacia más familiar.
—Familiar... Myaló... —el chico miró a las letras que eligió, como si él estuviera hipnotizado por cada una, sus ojos parecían brillar, no como ese brillo en la comisaría: era más intenso. Cameron podía llegar a ver los engranajes moverse en su cerebro, luego se puso más serio al notar la mirada perdida del rucio, parecía perplejo, casi nostalgico.— ¿Recordaste algo?
—... Creo que... mi nombre era Myaló... —Él tartamudeó, Cameron alzó las cejas a sus palabras, dejando con un ruido suave el cuaderno en la mesa.
—Tal vez sea de verdad tu nombre.
Hubo un silencio ahora más denso en el salon, Cameron observó al joven con atención, notando como su cuerpo se puso rigido y fruncía el ceño.
—No te esfuerces demasiado, solo te cerrará más, de a poco vas a recordar... Tal cuál como recordaste ahora —Susurró Cameron, lentamente reposó su mano en el hombro del joven, un intento de consuelo que el rucio notó, pero no subió su mirada. El silencio volvió a reinar el salon por unos momentos antes de que Cameron forzará una sonrisa, tratando de aliviar el ambiente.
—Asi que, ricitos de oro, ¿quieres bautizarte como "Myaló"? —Notó como el rucio levantó su mirada y volvió su atención hacía él, no dijo nada pero asintió lentamente, saliendo de su trance.
—Entonces ahora te llamaras "Myaló", aunque ricitos de oro te queda mejor... —Respondió Cameron, el chico apretó los labios a su último comentario.— Solo bromeó, no te declare la guerra. —Cameron no pudo evitar revolverle el cabello al rucio al notar su cara, pero igualmente vió que él seguía pensando en su nuevo nombre.