Un contrato de amor

Capitulo 3

= Julián Palacios =
La mujer me ignora y me deja con la mano estirada. Esto es nuevo para mí, se ve hermosa; ese vestido no deja nada a la imaginación.
—Podemos solucionar… —niego acomodando mi costoso traje y miro de reojo a la mujer que se está poniendo el cinturón de seguridad.
—Me aseguraste que se iba a comportar.
- Solo dame un minuto.
—Me haré cargo —sacó el cheque—. Es la primera parte; la otra la tendrás cuando sea mi esposa.
—Claro—entra a casa y cierra la puerta.
Esta noche será interesante.
El espacio dentro de mi lujoso auto es reducido y si está mujer tuviera un cuchillo en su mano, ya me lo hubiera clavado. Tiene la vista en el caminó, pero su mirada está perdida en algún lugar. Me permito mirarla; es realmente hermosa, su cabello rojo manzana, sus labios perfectamente delineados y carnosos, un cuerpo perfecto hecho a mi medida.
—Puede ir más lento —su tono de voz demandante es tan sexy —mire el camino.
Ruedo los ojos volviendo a mirar el camino, no puedo verla con otros ojos; esta mujer solo es un recurso para un fin.
Estaciono el auto y no espero ni un segundo. Bajo y camino hasta abrir la puerta del copiloto. - ¿Acaso eres sorda?
- Baja- estiró mi mano Ella la mira pero no la toma; sale ignorando totalmente mi presencia. Miro su perfecto culo, la boca se me hace agua y mi amigo se pone duro. Esta mujer será mía.
Mi Esposa.

# Samantha #
Bajo del auto, sin tomar su mano nuevamente, no me interesa el contacto con un hombre como el que solo me compro. Entramos al restaurante elegante pero sutil; la camarera nos guía mientras lo mira demasiado, cuando se retira toma la carta de menú.
— Eres muy callada.
—Solo cuando la persona no es de mi agrado —medio que sonríe, pero se vuelve a poner serio —¿Es político?
—Pensé que no era de tu agrado —ruedo los ojos, volviendo a mirar la carta—. Lo soy —levanto la cabeza, y él está mirando la carta también.
—Entonces, tuvo que comprarse una mujer —cierra la carta y apoya sus codos en la mesa.
—Una que no necesite mi atención, ni mucho menos una relación de marido y mujer —sonrío sutilmente—. ¿Qué?
—Quiere una muñeca que no lo opaque —cierro la carta y la dejo donde él dejó la suya; me cruzo de brazos—. Le tengo que decir que hizo el peor negocio de su vida.
—¿Por qué?
La mesera llega con una gran sonrisa, aunque ahora viene más despechugada que cuando llegamos.
—¿Listos para ordenar? —le sonríe coquetamente.
—Para mí tráigame el corte de carne —asiente anotando— y para mi marido... la ensalada —sonrió falsamente mirándola fijamente y ella retrocede un paso. - ¿ Vino?- le pregunto mirándolo y asiente – Perfecto una bote del mejor vino y jugo de limón.
—Claro, permiso —se va prácticamente corriendo.
Las perras despechugadas no me gustan
—Celos —lo miro fijamente y él a mí— no es muy pronto para sacar las garras.
—Puede ir sabiendo que no soy un adorno. Todavía puede buscarse a otra más fácil.
La cena se vuelve aburrida y silenciosa; comemos mirándonos fijamente cada tanto; no parece molestarlo, sino más bien gustarle por su expresión y que no está para nada incómodo.




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