Un Corazón de vapor

Un accidente trágico

Aquella tarde al medio día las aves dejaron de cantar, los animales se ocultaron mientras el cielo se oscureció y las nubes negras opacaban la luz del sol que se encontraba en su punto más alto aquel día, por esa zona las ascuas de fuego y cenizas cayeron sobre los árboles y el estruendo parecía sacudir la tierra.

Pero entre todo ese caos se podía oír algo distinto a las estrepitosas explosiones; en un claro del bosque yacía un hombre en el suelo, aquel hombre con gemidos, alaridos y gritos pedía por su vida, el caballero se encontraba atrapado entre unos escombros que seguían ardiendo, el humo lo asfixiaba lentamente pero el hombre no cesó de gritar.

— ¡Por favor, alguien ayúdeme!—dijo con desesperación

El humo le impedía respirar y podía sentir el calor del fuego expandiéndose por los escombros, cuando pensó que era el fin alguien acudió a su auxilio.

A lo lejos había un encapuchado con un abrigo largo, su rostro, sus manos, todo estaba cubierto y sus prendas eran de color negro, como si de un mal presagio se tratase.

ya sin fuerzas y con la voz rota exclamó. —Diantres, ¿es acaso la parca?, así que así es como termina todo— su vista se nublaba y cuando se encontraba a punto de perder la conciencia escuchó una voz que le decía "ya estás a salvo" ; luego de esas palabras no pudo ver nada, no pudo oír nada, solo había oscuridad.

Luego, aquel hombre despertó exaltado, con mucho dolor y ardor en las extremidades pero parecía estar bien y completo, el lugar donde se encontraba era extraño, muy diferente a cualquier lugar donde hubiera estado pero aun así, era mucho mejor comparado con el infierno de desesperación que sentía estando atrapado, en lugar de calor y escombros en llamas yacía en una cama del lado derecho una desgastada mesita de madera, observando un poco más, pudo notar mas muebles que aparentaban ser muy viejos y unos utensilios médicos desgastados. Pero en esa habitación había algo que llamó mucho su atención, mejor dicho, alguien.

Frente al lecho donde se encontraba a unos cuantos metros había una puerta, al lado de la puerta había una mujer de apariencia joven sentada en una silla, esta mujer lo miraba con impresión y asombro pero entre todo eso su expresión era un tanto nerviosa la joven no hacía nada más que limitarse a observar en silencio, con sus ojos fijamente puestos en el caballero.

—Disculpe señorita, ¿puede decirme donde estoy?— pero su pregunta fue respondida con un silencio frío.

—oiga, enfermera— siguió insistiendo.

Pero su conversación se vio interrumpida por el rechinar oxidado de aquella puerta, que abriéndose reveló esa oscura figura que como si de una aparición de un viejo recuerdo se tratase intervino en su final, esa persona era la razón por la que se encontraba ahí ahora.

— ¡gracias al cielo!— exclamó mientras iba presuroso a estrechar la mano del paciente.—Estoy tan contento de que esté consciente— dijo al hombre mostrando un gesto de amabilidad.

aún desconcertado el hombre le preguntó —Disculpe caballero, ¿puede decirme donde estoy y quién es usted?.

—Por supuesto que sí, yo soy el doctor Edward Maskin, y le recomendaría que no se mueva mucho porque tiene varias quemaduras y cortes en el cuerpo.

—espere, ¿que sucedió con el resto de la tripulación?, ¿que paso con la aeronave?, ¿Donde están todos?—exaltado se levantó de la cama y se dirigió a la puerta.

—Oiga, que hace, ¿a dónde va?—dijo el doctor.

— Leonardo, Michael, no puedo dejarlos ahí solos.

—¡señor no se valla!

pero un fuerte azote a la puerta confirmaba la ausencia de aquel caballero, una vez estando afuera pudo darse cuenta, el lugar donde se encontraba no era su ciudad, de hecho, no se parecía a ningún otro lugar en el que hubiera estado, el aspecto de esta ciudad era extrañamente distinto, con un tono más lúgubre y pesimista. Los grandes edificios, el estruendo de las locomotoras, el metal resonando, las aeronaves, las nubes de vapor, las fábricas, todo había desaparecido, en su lugar las calles eran adornadas con polvo y tierra, casas pequeñas y rústicas, cielos despejados, ya no eran las grandes maquinas de vapor las que movían los objetos pesados o los que producían los recursos, todo se hacía a mano y eran los caballos quienes tiraban de las carretas.

Definitivamente este era un lugar que jamás había visto en la vida , los ciudadanos observaban al caballero con desdén, casi con asco extrañados de ver a alguien como él en su ciudad. El caballero se acercó a un pequeño establecimiento cercano y fue recibido por un hombre lampiño con la mirada perdida que con una sonrisa burlona de oreja a oreja daba la bienvenida.

—Buenas tardes distinguido señor, Don olivo a su servicio.

— Buenas tardes-respondió el caballero—¿podría usted decirme dónde estoy?

—Usted está en Ansatt del sur, bellísima ¿verdad?, espere —empezando a reír dijo— ya lo reconozco, usted no es de aquí.

— No señor, yo soy de Luntha—dijo orgulloso el caballero.

—vaya, pero si eres uno de esos pillos traga humo.

—¿De qué está hablando? ¿porque me llama así?.

—¡ah! ¿no sabes?, porque no en vez de traer excusas estúpidas me traes una botella de buen vino y te vas un poco a la.....

—Buenas tardes señor Olivo— interrumpió la enfermera.

—Buenas tardes Katie ¿el doctor necesita algo?.

—Nada por ahora, el doctor me envió a traer de regreso a este caballero para una revisión.

—ah, entonces ¡hasta luego traga humo, pásala bien, buena charla!.

Despidiéndose Katie guió al caballero de regreso con el doctor.

—sabe, Don olivo puede parecer un hombre singular, pero es una buena persona, como todos aquí, quisiera creer que usted también lo es.

—Seguro que sí, así que usted es Katie, ¿verdad?, mi nombre es Merchant.

—El gusto es mío señor Merchant— dijo la enfermera con un gesto.



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En el texto hay: aventura, steampunk, retrofuturismo

Editado: 14.05.2023

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