Un corazón enfermo

2. Comienzo

16 años

Estaba harto de la falsa esperanza. De tener que sonreír y fingir que todo estaba bien cuando mi realidad era muy diferente. Ahora que había empeorado lo sabía muy bien. No tenía ninguna forma de curarme, mi corazón estaba destinado a pararse en cualquier momento, preso de la enfermedad. Ya no podía correr, ni jugar al fútbol. Todo con el propósito de poder arañar segundos a una muerte que me acechaba cada día de mi vida desde que nací. Era mi destino fatal y quién más lo sufría era mi madre. Lloró diciendo que yo no me lo merecía, y aunque así fuera no iba a cambiar el hecho de que me estaba muriendo, lenta o rápidamente. Chequeos médicos todas las semanas simplemente para pronosticar si me quedaban meses o años.

-Lo más importante es que intente vivir una vida normal lo que le quede- Había dicho el médico.

¿Qué vida normal iba a vivir si no me daba tiempo a disfrutarla?

La ficticia creencia de que todo iba a cambiar me asfixiaba, junto a esas sonrisas y pensamientos hipócritas del resto. Quién se estaba muriendo era yo, y ya lo tenía asimilado entonces, ¿por qué el resto no era capaz de hacerlo?

No podía seguir viendo a mi madre cada día más delgada, más rota. Con los ojos hinchados y la lluvia proveniente de ellos que intentaba ocultar.

Lo siento, mamá, siento que no puedas ver a tú hijo crecer lo suficiente como para verte envejecer y enterrarte él mismo. Pero la vida aveces no es la fantasía que esperamos, y la muerte te espera en cualquier esquina, más cerca de lo que crees.

Sólo te pido que no te derrumbes, que sepas seguir hacía delante como has estado haciendo hasta ahora. Conocerás a otro hombre, mucho mejor que mi padre, y tendrás otro hijo, o hijos, de los que puedas disfrutar más años y décadas. A los que verás crecer, cumplir sus sueños, y te cuiden cuando las canas tiñan tu cabello y las arrugas surquen tu rostro, que para entonces, será alegre.

Gracias por dejar que siga yendo al instituto, que me intente graduar y vaya al cine con mis amigos. En estos momentos se me olvida mi triste destino y puedo sentirme alguien normal.

Alguien.... Vivo.

Mañana empiezo las clases y tú te has dedicado a prepararme la mochila mientras yo veo la televisión comiendo un bol de frutas varias.

Eres una madre genial, nunca dejaré de repetírtelo. Espero que nunca te olvides de ello, y de lo mucho que te quiero. Cuando me vaya, quiero que mi recuerdo sea feliz, y te sientas orgullosa del niño, quizá hombrecito ya, que has creado.




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