Decidí alejarme de Vanessa, aunque cada paso que daba en esa dirección me dolía más de lo que había imaginado. Evitaba sus miradas, truncaba las conversaciones y encontraba excusas para no coincidir con ella, incluso había pedido un cambiado de mesa. Mi corazón latía con dolor, sintiendo el peso de la distancia que yo mismo estaba imponiendo.
"Es lo mejor para ella" me repetía una y otra vez.
Vanessa, sin embargo, no se rindió. A pesar de mi evidente esfuerzo por mantenerla alejada, ella persistía, tratando de comprender, tratando de estar ahí a pesar de todo, pero yo no dí mi brazo a torcer.
Una tarde, después de clases, mientras caminaba solo hacia casa, Vanessa me siguió en silencio. No pude evitar sentir su penetrante mirada a mi espalda, y me giré con la determinación de gritarla que me dejara en paz.
—Espera, por favor —Su voz calló mi boca cuando la abrí para hablar.
La miré en silencio mientras aceleraba sus cortos pasos hacía dónde yo estaba.
—Lo siento, no quería presionarte, pero no puedo seguir fingiendo que está todo bien. ¿Estás enfadado conmigo? —Preguntó con una mezcla de confusión y preocupación.
Me giré, dándole la espalda, sintiendo el peso de la culpa por herirla. Quería protegerla, pero no podía explicarle absolutamente nada. Ella no podía saber que estar a mi lado la haría daño cuando mi corazón decidiera pararse.
–Vanessa, no es por ti. Es por mí, por lo que... —Dije con un nudo en la garganta, luchando por encontrar las palabras adecuadas.
Intenté explicarle, sin entrar en detalles sobre mi condición, el por qué era necesario mantenerla alejada. Pero mis palabras fueron en balde, ya que no pude explicar absolutamente nada.
—¿Podemos no alejarnos del todo? Quiero estar ahí para ti, incluso si es solo como amigos —dijo con una voz firme pero cálida, ofreciéndome su apoyo a pesar de todo.
No pude evitar sentir un atisbo de alivio mezclado con alegría por su comprensión. Asentí, agradecido por su disposición a permanecer a mi lado a pesar de mis esfuerzos por apartarla.
Esa noche, mientras observaba el techo de mi habitación intentando dormir, sentí un peso menos en mi pecho. Aunque la incertidumbre y la verdad de mi enfermedad seguían ahí, al menos tenía a alguien dispuesto a quedarse, aunque fuera en la distancia.
No quería eso. No quería tenerla a mi lado. Pero cuando me siguió a la salida y vi de nuevo sus ojos a escasos metros de mí, supe que mi corazón, aunque siguiera latiendo, se moriría si no la podía tener cerca.
Vanessa se convirtió en una presencia constante que, a pesar de la distancia, me permitió aceptar su ayuda sin permitirle acercarse demasiado, manteniéndola a salvo de los vaivenes de mi frágil corazón.
Pero esa distancia impuesta no nos serviría para toda la eternidad. Y te acabé haciendo daño.