Un Corazón para el Presidente

Capítulo 6

Ethan Hamilton observaba desde la ventana del Despacho Oval cómo Ghinger y Sofía jugaban en el jardín. La niñera, con sus jeans ajustados y una camiseta holgada que se movía con el viento, lanzaba un frisbee que Sofía atrapaba entre risas. Pero lo que realmente captó su atención fue la figura imponente de Mack Callahan, quien, en teoría, solo estaba supervisando la seguridad desde la distancia.

—¿Desde cuándo mi jefe de seguridad se convierte en árbitro de juegos infantiles? —murmuró Ethan, viendo cómo Mack señalaba algo en el césped, acercándose a Ghinger más de lo necesario.

El sol de la tarde iluminó la escena como si fuera una pintura: Ghinger riendo, su pelo rebelde escapando del moño, y Mack, el hombre que nunca soltaba una sonrisa, con las comisuras de los labios ligeramente levantadas.

Ethan apretó los puños sin darse cuenta.

—¿Desde cuándo Mack permitía que alguien lo tocara así?

Al día siguiente Ethan decidió ir personalmente a la cocina en busca de café. No porque su asistente no pudiera llevárselo, sino porque sabía que a esa hora, Ghinger estaría allí preparando el desayuno de Sofía.

Lo que no esperaba era encontrarse con Mack sentado en la isla de la cocina, mirando a Ghinger con una expresión que jamás había dirigido a nadie.

—¿Azúcar? —preguntó Ghinger, con voz suave, casi íntima.

—Como siempre —respondió Mack, con un tono que Ethan nunca le había escuchado. ¿Era eso… ternura?

Ghinger le pasó la taza, sus dedos rozando los de Mack un segundo más de lo necesario.

—Gracias —murmuró él, como si fuera un secreto entre ellos.

Ethan apretó la mandíbula. Eso ya no era profesional.

—Buenos días —dijo bruscamente, haciendo que ambos se volvieran sorprendidos.

—Señor presidente —saludó Mack, recuperando al instante su compostura militar.

Ghinger, en cambio, no pareció intimidarse.

—Café, señor presidente —le ofreció, sirviéndole una taza sin preguntar. Lo conocía lo suficiente como para saber cómo lo tomaba.

Ethan la miró fijamente.

—¿No tienes miedo de que explote? —preguntó, con un dejo de ironía.

Ghinger sonrió, desafiante.

—Solo si usted lo ordena.

Mack tosió, como si intentara ocultar una risa. Ethan no podía dejar pasar eso. Así que cuando salía se la cocina llamo a Mark, y caminaron por el pasillo.

—Mack, un momento —le dijo el presidente.

—¿Señor?

—¿Qué está pasando entre tú y la niñera? —preguntó Ethan, sin rodeos.

Mack mantuvo su expresión impasible, pero algo en sus ojos se endureció.

—Nada que interfiera con mi trabajo, señor presidente.

—¿Ah, no? —Ethan se acercó, bajando la voz—. Porque juraría que estás más pendiente de sus sonrisas que de las cámaras de seguridad.

Mack no se inmutó.

—Si el presidente considera que mi desempeño no es adecuado, puede solicitar mi reemplazo.

Ethan lo estudió. Era la primera vez que Mack lo desafiaba así.

—No quiero tu reemplazo —dijo finalmente—. Quiero que recuerdes tu lugar.

—Siempre lo recuerdo, señor. ¿Y usted?

El desafío en su voz era innegable. Pero esa tarde, Ethan encontró a Ghinger sola en la sala de mapas.

—¿No deberías estar con Sofía? —preguntó, cruzando los brazos.

—Está en su clase de piano —respondió ella, sin levantar la vista de los documentos que revisaba—. Usted debería saberlo.

Ethan se acercó, molesto por su tono.

—¿Qué intentas probar, Ghinger?

Ella finalmente lo miró, con esos ojos verdes que parecían verlo todo.

—¿Probar? Nada. Solo hago mi trabajo. A diferencia de otros.

—¿A qué te refieres?

—Que usted, señor presidente, está demasiado ocupado observándonos a Mack y a mí como para darse cuenta de que tal vez esta celosos.

Ethan se quedó sin palabras.

—¿Qué?

Ghinger le pasó un informe.

—Por favor señor presidente, es que no se ha dado de cuenta que nos mira a Mark a mi todo el tiempo.

Ethan palideció. ¿Cómo no lo había visto antes?

—Mack puede ser mi padre, pero no lo es, así que no se cuál es su punto señor presidente o siente algo —agregó Ghinger—. Por eso ha estado revisando los protocolos de seguridad para ver si Mark y yo hacemos algo indebido. Y no está distraído, por mi señor presidente.

Esa noche, Ethan llamó a Mack a su oficina privada.

—¿Por qué no me dijiste que eres amigo íntimo de la niñera?

Mack respiró hondo.

—Señor presidente, íntimo no somos, que le ocurre.

Ethan lo miró, viendo por primera vez la lealtad detrás de sus acciones.




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