El helicóptero Marine One cortó el cielo crepuscular de Washington como un ave de presa, sus aspas generando ondas de choque que hicieron temblar los cristales del ala oeste. En el jardín sur, un escuadrón de agentes del Servicio Secreto formó un perímetro de seguridad, sus rostros impasibles bajo las gafas de sol a pesar del polvo que levantaba el aparato.
Ghinger esperaba junto a la columnata, el corazón latiéndole como un tambor de guerra. Las uñas se le clavaban en las palmas, pero el dolor era nada comparado con el nudo de terror y esperanza que le estrangulaba la garganta. Dos médicos de la unidad presidencial descendieron primero, seguidos por una figura frágil envuelta en una bata hospitalaria, el pelo canoso alborotado por el viento de las aspas.
*Su madre.*
Pálida como la cera, los ojos hundidos pero brillantes con vida. Llevaba una manta térmica sobre los hombros, pero incluso desde la distancia, Ghinger reconoció el modo en que se aferraba al brazo del médico, testaruda como siempre.
—¡Mamá!
Ghinger rompió el protocolo, corriendo a través del césped antes de que los agentes pudieran detenerla. Las lágrimas le nublaban la visión, pero no necesitaba ver para saber que Ethan la observaba desde las escaleras, con Sofía a su lado, la niña saltando emocionada.
—Mija... —La voz de su madre era un susurro áspero, pero su sonrisa, Dios, esa sonrisa que olía a café recién hecho y a las tardes de lluvia en su apartamento de Brooklyn, estaba intacta—. ¿Este es tu trabajo? —Miró alrededor, los ojos dilatados al ver los mármoles, los jardines, los agentes armados—. ¿La Casa Blanca?
Ghinger se rió entre lágrimas, abrazándola con cuidado, como si temiera que fuera a desintegrarse.
—Sí, mamá. Bienvenida a mi locura.
Ethan se acercó entonces, con esa elegancia de depredador que solo se suavizaba cuando estaba cerca de ella. Los agentes se tensaron, pero él los calmó con un gesto.
—Señora Donovan —dijo, inclinándose con un respeto que hizo arquear las cejas incluso al jefe de seguridad—. Su hija es extraordinaria. Un honor tenerla aquí.
La madre de Ghinger lo escrutó de arriba abajo, y luego lanzó a su hija esa mirada. La que decía ¿En serio, muchacha? ¿El Presidente? sin necesidad de palabras.
Ghinger enrojeció hasta la raíz del cabello.
—Vamos, mamá —musitó, tomándola del brazo—. Necesitas descansar.
Mientras los médicos la guiaban hacia el ala médica un área reacondicionada con equipos de hospital de última generación, Ethan se quedó atrás, su silueta recortada contra el cielo morado del atardecer.
—Gracias —susurró Ghinger, sin atreverse a mirarlo. Sabía que si lo hacía, se derrumbaría.
—No tienes que agradecerme nada —respondió él, pero la voz le falló en la última palabra.
Fue entonces cuando Mack irrumpió, su rostro tan tenso que parecía tallado en granito.
—Señor Presidente —murmuró al oído de Ethan—. Tenemos un problema.
Ethan cerró los ojos, como si ya supiera lo que venía.
—¿Victoria?
Mack asintió, pasándole una tableta. En la pantalla, un titular de CNN brillaba como una herida abierta:
**PRESIDENTE HAMILTON USA HELICÓPTERO OFICIAL PARA TRASLADAR A FAMILIAR DE EMPLEADA: ¿ABUSO DE PODER?**
Ghinger sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
—Ethan…
Pero él ya se había transformado. Los hombros se cuadraron, la mandíbula se tensó, y de pronto no estaba el hombre que le susurraba promesas en la oscuridad, sino el líder del mundo el presidente.
—Reúne a mi equipo de comunicaciones —ordenó, la voz como acero templado—. Y Mack…
—¿Señor?
—Prepara mi discurso. Si Victoria quiere guerra, que la tenga.
Ghinger lo miró, y por primera vez, vio más allá del poder, más allá del cargo. Vio al hombre dispuesto a incendiar su legado por proteger lo que amaba. Y eso la aterrorizó más que cualquier amenaza.
El aire en la Sala de Situación era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Ethan, de pie frente a las pantallas gigantes, observaba los titulares que se multiplicaban como hongos venenosos:
"¿ROMANCE EN LA CASA BLANCA? LA MADRE DE LA NIÑERA VIAJA EN MARINE ONE"
"VICTORIA GRAYSON ACUSA: EL PRESIDENTE HA PERDIDO EL JUICIO"
"COMITÉ DE ÉTICA EXIGE EXPLICACIONES POR USO DE RECURSOS FEDERALES"
Ghinger, apoyada contra la pared junto a Mack, apretó los puños hasta sentir el dolor de sus propias uñas.
—Esto es mi culpa —susurró, el remordimiento corroyéndole las entrañas.
Ethan giró hacia ella, los ojos ardiendo con una intensidad que hizo que todos los presentes contuvieran el aliento.
—Nada de esto es tu culpa —declaró, cada palabra cargada de una ferocidad que electrizó la habitación—. Es mía. Por no haber previsto esto.
La puerta se abrió de golpe.
Victoria entró como una tormenta vestida de Versace, su traje rojo escarlata brillando bajo las luces fluorescentes. Detrás de ella, dos senadores republicanos parecían hienas olfateando sangre.
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Editado: 23.04.2025