Escuché el sonido del metal chocando rítmicamente contra el cristal, y alcé la vista para encontrar una copa de vino siendo golpeada con una cucharilla, para que todos en la mesa prestáramos atención.
—Vamos a empezar con los agradecimientos. Espero no olvidar ninguno. Bien, este es el tercer año que falta la abuela Jacinta, y es en su memoria que seguimos comiendo tortilla de patata en Noche Buena. Damos gracias por haberla tenido con nosotros tantos años, y haber disfrutado de su particular sentido del humor. –
—Y de su tortilla de patata. – gritaron desde el otro extremo de la mesa.
—Tú siempre pensando en la comida, Ricardo. – le acusaron.
—Mami, yo quiero sentarme contigo. – la voz del pequeño no se elevó mucho, parecía suplicar más que pedir, aun así, todos volvimos la vista hacia el lugar en que él se encontraba. Miraba con anhelo el rostro cansado y marcado con unas profundas ojeras de su madre, la cual le sonreía con dulzura.
—Cariño, sabes que mami está cansada. ¿Por qué no te sientas conmigo? ¿Qué dices campeón? ¿te sientas con papá? – los ojos de su padre suplicaban para que el pequeño entendiera que no era un rechazo.
—Déjale Felipe, estoy bien. – ella sonrió dulcemente, a lo que su marido se rindió sin luchar.
—De acuerdo, campeón. – Alzó al pequeño, y lo acomodó con cuidado en el regazo de su mamá. – Pero solo un ratito, ¿vale Dany? – el pequeño asintió hacia su padre con seriedad, como si fuese un adulto asumiendo la responsabilidad de sus actos. Su madre pasó el brazo detrás de su espalda, para sostenerle en su lugar.
—Bien. También agradecemos que aquí Silvia, por fin se dignara a hacerme un abuelo feliz, y traer a la que será la nueva niña de la familia. – un teléfono interrumpió las felicitaciones de los comensales a la embarazada que sonreía mientras acariciaba su abultado vientre, mientras Ricardo, sentado a su lado, sonreía como orgulloso padre de la criatura.
—Ya voy yo a contestar. – Felipe se levantó de la mesa para tomar la llamada. El abuelo aprovechó la interrupción para hacer una broma.
—Seguro que Santa Claus, que llama para preguntar la dirección de la casa de Dany. Apuesto a que tiene un montón de regalos que dejar esta noche debajo del árbol para ti. – se inclinó hacia el niño, y golpeó suavemente su naricilla. El niño sonrió, pero se giró hacia su madre para contestar con seriedad, algo que chocaba con su aspecto casi de bebé. No tendría más de 5 años, pero parecía cargar con la responsabilidad de un adulto en aquel momento.
—Yo solo le he pedido un regalo, abuelo. –Dany apoyó con cuidado su pequeña mano sobre el pecho de su madre. – Santa Claus va a traerte un corazón nuevo, mami. Para que el doctor lo cambie por este que funciona mal. – los ojos de su madre se llenaron de lágrimas que no quiso derramar, no al menos antes de besar a su hijo, y abrazarle con ternura. No quería que la viera llorar. Y no solo yo era al que se le había encogido el estómago al escuchar las palabras de aquel pequeño. En la mesa se asentó un doloroso silencio, que el abuelo intentó romper.
—Seguro que está buscando uno, cariño. Pero es difícil de encontrar. Además, Santa Claus es especialista en juguetes, no tienes que enfadarte si ves que no ha conseguido traer uno nuevo para mami. – ella besó la cabecita de su pequeño.
—Marta. – llamó Felipe desde la entrada del salón. Ella se giró hacia él, creo que todos los adultos lo hicimos, porque su voz parecía seria, quizás demasiado.
—¿Qué ocurre? – preguntó ella.
—Es del hospital. Tienen... tienen un corazón. – el silencio se apoderó de nuevo en la habitación, creo que nadie siquiera se movió, hasta que Dany comprendió lo que significaban aquellas palabras, o al menos dándoles su propia interpretación.
–¡Mami!, lo ha encontrado. Santa Claus ha encontrado tu corazón y lo ha dejado en el hospital para ti. – Aquellas infantiles palabras eran las que todos necesitaban para creer que era verdad lo que estaba sucediendo.
—¿A qué estáis esperando? – apremió el abuelo. - ¿No tendríais que estar corriendo ya hacia el hospital? – Felipe sonrió feliz, y se permitió tomar aire profundamente, como si fuese eso lo que necesitara para cargarse de energía, y empezar a moverse.
—Sí, tienes razón. Voy a buscar la carpeta con la documentación que guardamos, y los abrigos.... – Felipe desapareció por la puerta, como si el semáforo se hubiese puesto en verde para él.
—Ven cariño con la abuela, que mami se tiene que ir. – el niño dejó que los brazos de su abuela lo cambiaran de lugar, mientras su abuelo ayudaba a Marta a ponerse en pie. Un segundo después, Felipe llegaba con un abrigo en sus brazos, que ayudó a su esposa a ponerse. Todos en la mesa, se levantaron para abrazar y besar a Marta, antes de que ella y Felipe salieran de la casa, rumbo al hospital.
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Editado: 03.12.2018