Un cuento oscuro

El relato

Un cuento oscuro

Sentado ahí, frente a mi cuaderno y con la pluma en la mano, miraba aquellas hojas en blanco que me invitaban a escribir, pero al igual que esas hojas, mi mente estaba vacía. No podía concebir idea alguna. Una historia que fuese digna de ser plasmada. Además, y con cierta vergüenza reconocía que jamás había sido capaz de crear un ambiente oscuro en mis relatos, los cuales, a pesar de mis esfuerzos, carecían de esa esencia plasmada por aquellos grandes maestros de la literatura a los cuales nunca había podido ya no digamos superar o igualar, sino ni siquiera acercarme un poco. Personas a quienes las musas o tal vez seres que se habían atrevido a dejar sus mundos, sus bosques yermos; que incluso habían viajado desde aquellos mares profundos, les inspiraban para escribir. Y con esas voces macabras les habrían susurrados al oído, pensaba yo, esas historias que sólo seres similares a los ángeles e incluso a los demonios podían imaginar. Mi calidad como escritor no podía acercarse, por mucho que me esforzase, a lo expresado por Poe, Machen o Lovecraft, los cuales fueron culpables de muchas de mis pesadillas. No tenía el talento que le fue dado a Bloch y qué decir de al menos intentar describir con mis letras una roca, sí, una simple roca perdida sin la mínima importancia en aquellos mundos descritos por Clark Ashton Smith. No obstante, yo quería escribir. Deseaba crear un relato el cual mantuviera a mis lectores sumergidos en un ambiente siniestro, macabro. Pero no podía imaginar nada. Mi mente, mi imaginación en sí, estaba vacía. Me encontraba bloqueado y ni siquiera las hadas hubiesen sido capaces de ayudarme. Me pasé una mano por la frente y después por el cabello, ya mojados por el sudor. Mi otra mano seguía aferrada a la pluma; mientras tanto, no dejaba de mirar aquel cuaderno que con sus hojas en blanco se burlaba de mí. Se reía, lo sé, de mi inútil intento de escribir un cuento de vampiros.

Fue entonces que mi hija se acercó a mí. A mis espaldas y por encima de mi hombro miró aquel cuaderno, el cual ni siquiera tenía esos garabatos que solía hacer cuando algo no iba bien. Cuando me bloqueaba como escritor. Mi hija vio también, lo sé, las gotas de sudor que seguían mojando mi frente y, pese al desagradable aroma que dicho sudor había generado en mí, me abrazó y me besó en la mejilla. Me giré un poco y vi entonces sus bellos ojos. Me sonrió y sin más me dijo.

- ¿Aún no puedes con eso? Es sólo un cuento de vampiros.

No. Aún no podía con eso. A pesar de haber leído decenas de cuentos de vampiros, no podía escribir uno. A pesar de conocer los poderes, razas, formas, debilidades e incluso las distintas maneras de contagio; en pocas palabras, aun teniendo una extensa información acerca de esos seres, no se me ocurría nada. Sabía que eso era una especie de marca para un escritor. Me sentía triste y por ridículo que pareciera, el estar bloqueado generaba en mí ganas de llorar; a pesar de que mi pequeña hija me abrazaba y besaba mi mejilla, no podía evitar el sentirme frustrado por ni siquiera ser capaz de escribir un cuento de vampiros. Me sentí un escritor sin talento. Como un miserable camaleón que come moscas. No obstante esa miseria moral que sólo un escritor conoce, sonreí a mi hija; porque esa que estaba ahí era mi pequeña hija, a pesar de ser siglos más vieja que yo. Y mientras admiraba sus hermosos ojos muertos, ella también me sonrió con cierta ternura, al ver que yo, su padre, no era capaz de escribir ni siquiera un cuento de vampiros.

Fin



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En el texto hay: frustraciones de un escritor

Editado: 24.07.2020

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