Había una vez un rey llamado Nikolaus Noel.
Vivía en una tierra recóndita y con nieve por doquier.
El rey Noel era el mago más poderoso jamás conocido. Su palacio de nieve era magnifico. Había creado un valle donde crecen dulces de todo tipo. Y en sus establos poseía bellísimos renos mágicos que surcaban los aires más rápido que cualquier ave.
Sólo existía un problema y era que Noel era muy, muy infeliz.
Pese a sus esplendorosos tesoros, con el tiempo todo le supo a serrín.
—¿De qué sirve ser el más poderoso mago si se es un infelice? —decía a su esposa Mary, una dama de corazón dulce.
—¿Por qué no damos un paseo? —propusó ella con una esperanza en su pecho.
Noel accedió y mandó a sus leales duendecillos a que alistasen su rojo trineo.
Mientras Mary oraba por dentro al El Shaddai que siempre la oyó.
«Por favor, por favor, dale alivio a su corazón».
Ya en el cielo los renos Blitzen, Donner, Dancer, Dasher, Vixen, Prancer, Comet y Cupid volaban y sobrevolaban preciosos paisajes. Lástima que no conseguían las espectaculares vistas cambiar a Noel el semblante.
De pronto, una escena extraña apareció bajo su pupila. En un olvidado lugar, un hombre acababa de pintar una figuritas de madera. La pareja bajó a su encuentro. El hombre observaba muy satisfecho su labor y cuando le hablaron, con la más cálida de las sonrisas los recibió.
—Qué bellos animalitos —le felicitó Mary una vez viendo de cerca a las palomitas, gatitos y corderitos. —¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Yeshúa el de Nazereth.
Mary miró su reloj.
—Es tiempo ya de merendar. ¿Le apetece comer con nosotros en nuestro salón?
—Será un placer. Seguro que es muy acogedor.
Volviendo a las alturas, con Yeshúa iban charlando. Era un carpintero, adoptado por un carpintero. Y tuvo la vida más humilde que un hombre podía poseer pero era diferente a todos los demás hombres a la vez. Como carpintero hacía bellos muebles y artesanías pero en su cumpleaños que se aproximaba sólo un regalo pedía: amar, amar, y amar. No escatimaba esfuerzos para su amor obsequiar pues en su corazón eso era lo mejor que a su prójimo podía dar. Fascinado por la luz de sus ojos y la pasión de su voz, Noel le preguntó: —Eres tan talentoso. ¿Acaso no te interesan la fama o las riquezas? ¿Por que ganas tan poco?
Yeshúa amablemente negó: —No necesito dinero, lo que me basta gano y hago lo que quiero.
En el salón del castillo de nieve nunca se oyeron tantas risas ni hubo tan buen ambiente. Yeshúa los tenía anonadados con sus modales. Noel reía con un "hohoho" sonoro, que daba gusto oírlo.
Al fin, al fin pudo entenderlo. Pudo entender lo que buscaba.
En los siguientes días sucedió un milagro, Noel no se sentía así desde yacía años. Empezó a seguir el ejemplo de su nuevo amigo Yeshúa y todo su reino le aplaudió. Con sus poderes hizo miles de millones de juguetes y los metió en un saco sin fondo. Mary no se quedó atrás; con golosinas del valle de dulces horneó galletitas y chocolatitos para los pequeñitos, ayudó a sus duendecillos a envolver los regalos y hasta confeccionó un traje de un primoroso rojo para su marido.
En su trineo jalado por los veloces renos mágicos salió pitando y llevó alegría en una sola noche a donde llegó.
Y cuando Noel exhausto cayó en su cama, esperaba dormir después del beso de su Mary amada, pero apareció un inesperado visitante.
—¡Yeshúa! ¡Gran amigo! ¡Acércate para darte un abrazo! Lo que has hecho en mí nunca nadie lo ha logrado.
Algo en Yeshúa estaba diferente. No llevaba las viejas ropas de un carpintero sino vestidos de un elegante rey arameo. Lo único que no cambiaba era su sonrisa cálida que tanto encandilaba.
—Noel has hecho muchas cosas buenas por tu gente y también las has hecho para otras gentes. Se te dará un enorme honor. Vengo aquí para darte la grande primicia.
—Dímela, confío en ti. Sé que será una maravilla.
—Por mí, el Príncipe de Paz, serás llamado San Nicolás. Desde ahora en adelante, en esta misma noche y por la Eternidad, irás a llevar alegrías a cada infante.
—¿Por qué me das esta bendición?
—Porque en mi cumpleaños que es hoy, no necesito más que todos se demuestren amor. —Y en un haz de luz se despidió saliendo por la ventana frente a la pareja que lo siguió hasta apretujarse contra el marco. —Nos vemos en la próxima, les deseo amor y felicidad.
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Editado: 04.01.2020