Caminábamos por las calles concurridas de río de Janeiro. El ambiente era muy animado y las calles estaban repletas de personas.
—Está todo más hermoso de lo que recordaba. La variedad de razas de aquí es un contraste comparada con mi ciudad natal de España. Las personas negras no son comunes allá. Siento que le dan más color a todo y embellecen el lugar. Son más abiertas y muy coloridas sus vestimentas.
Expresó mi tío contemplativo y con sincera admiración.
—Sí tío. Estoy totalmente de acuerdo. Cada cultura tiene su encanto pero los brasileños si fueran una parte de un platillo serían el picante. Los carnavales son espectaculares aquí y el sonido del tambor es irresistible. Son puro sabor.
—Tienes toda la razón.—concordó pensativo. Quizás recordando viejos tiempos—¿Cuando me vas a presentar a tus amigos?
La pregunta me tomó por sorpresa. Y me dejó sin palabras.
—Hablas tan bonito de las personas de aquí que debes de tener muchos amigos.—continuó hablando él, seguramente porque yo me quedé muda.
—Pues...—dudé sí debía o no hablar con franqueza—No, no tengo ningún amigo en especial.—admití. De nada servía mentir, la mentira tiene patas cortas. Más tarde o más temprano siempre sale a la luz.
El detuvo su andar y me tomó de la mano haciendo que me detuviera también y quedáramos frente a frente. Lo miré a la cara asombrada por la sorpresa pero enseguida aparté la vista y agaché la cabeza.
—¿Porqué no tienes amigos?— inquirió.
«Porque soy un nicho raro» Quería gritar pero me contuve y en cabio dije lo más tranquila que pude:
—Porque soy una una antisocial. No sé cómo hacer amigos y porque prefiero estar sola, así que no me tengas lástima.
Mi explicación se endureció. No me gustaba para nada la forma en la que me estaba mirando. Preferiría mil veces su indiferencia que causarle lástima.
—Te he hecho mucho daño pequeña.
El dolor en su frase era palpable.
—Tú no me has hecho nada, ni siquiera estabas aquí.
No entendía su actitud. Sus cambios repartimos me tenían confundida. «¿Era bipolar mi tío?»
—Antes solía ser tu amigo...
Me tragué la rabia que me dió recordar que lo fuimos y que a pesar de eso él se alejó sin ninguna explicación. Sin ningún motivo. Mis padres y yo no cambiamos, el único que lo hizo fue él.
—Ya lo olvidé.—hablé con indiferencia.
—Si de verdad es así me alegro, me atormentaba que mi ausencia te haya hecho sufrir.
Su mirada se entristeció, parecía que recordara algo que quisiera olvidar. O quizás solo eran imaginaciones mías.
Sacó su teléfono y buscó en el mapa GPS una dirección. En la posición en que lo tenía podía ver todo lo que hacía. Al parecer el tampoco quería seguir hablando. Ya éramos dos. Una vez fuimos tan cercanos y ahora nos costaba tanto interactuar. Ambos habíamos cambiado mucho. Él era un hombre sofisticado e independiente y yo una adolescente introvertida y cobarde. Dominick era como un acertijo y yo era incapaz de descifrarlo.
—Sigamos, ya estamos cerca del restaurant.
El restaurant resultó ser el favorito de mis padres. Era un lugar refinado y caro pero en verdad valía la pena el gasto. Todo era exquisito. Cuando me dieron la carta miré el menú con detenimiento. Quería encontrar un platillo de carne que se acercara a mi gusto. Me decidí por el bistec de vuelta y vuelta. Los platos típico no era mis favoritos.
Hicimos el pedido y comenzamos con el vino que mi tío pidió.
—¿Puedo beber?
—Es solo para la digestión, no es que te vaya a dejar beber mucho, todavía eres una niña.
—Ya no soy una niña.—refunfuñeé.
—Claro que lo eres.
Le lancé una mirada asesina.
—Está bien, me rindo—hablaba con una sonrisa en sus labios. Estaba molesta pero a pesar de eso no pude dejar de admirar lo sexis que eran sus labios, perfectamente definidos.—eres una adolescente. Aún no eres adulta. Todavía te faltan dos años jovencita.—recalcó.
Lo sabía mejor que nadie, no hacía falta que me lo recordara. Era como si quisiera trazar una línea invisible entre los dos.
—Tú eres como mis padres, aunque sea una mujer siempre me verán como niña.
Suspiré molesta. La verdad no sé porqué me molestaba que Dominick me viera como una niña. El camarero llegó con su bandeja y enseguida se puso a colocar el pedido. Su destreza era admirable. El olor de la carne me traía babeando. Deseaba comer como una leona pero tenía que ser educada. Cada vez se me hacía más difícil controlar el instinto.
Miré la comida de Dominick, él se decidió por una leão veloso y chourrasco acompañado con arroz, patatas fritas y ensalada. Me reí de él en mi interior. Venir a un lujoso restaurante para comer comida popular. A mí también me gustaba el churrasco, me refiero a sus variadas carnes.
Mi tío alzó su copa en señal de un brindis y yo lo imité.
—Salud—su voz me pareció un poco ronca.
—Salud—correspondí, las copas sonaron ligeramente al chocar—¿y cuál fue el motivo del brindis?—quise saber.
—Por el reencuentro.
La sangre mi hirvió de repente, últimamente mis cambios de humor eran más frecuentes. Algo dentro de mí estaba cambiando. Lo sentía aunque no era capaz de saber que era.
—No considero que sea un motivo para celebrar, nunca quisiste volver a vernos. No creo que te cause sincera felicidad estar aquí. No me gusta la hipocresía—comenté mordaz.
—Más respeto mocosa.—me regañó. Su repentina seriedad me intimidó un poco. La última vez vez que lo ví muy serio fue cuando se alejó. Por alguna razón no quería que se volviera a distanciar de nuevo.
—Ahora no puedes irte y dejarme sola. Le prometiste a mis padres que me cuidarías hasta su regreso. No tienes opción.—«Cómo hicistes aquella vez después del funeral de la abuela», esto último lo pensé pero no lo dije. Quizás el tema de la muerte de la abuela aún le afectara. Era mejor no tocarlo por si las dudas.
—Tuve mis razones... ¿Pero ya estoy aquí, no puedes perdonarme?
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Editado: 18.04.2021