Sentí pasos subiendo las escaleras, se detuvieron frente a la puerta, tocaron suavemente con los nudillos.
—Adelante.—dije.
—Hija, baja a almorzar.
Era la voz de mi madre. ¡Todavía me llamaba hija!, aunque podía ser por costumbre, aún así se sintió bien.
—Un momento.
—No demores. Te estamos esperando.—continuó diciendo detrás de la puerta cerrada.
Mi madre no entró en cambio sentí sus pasos de retirada. ¡Almuerzo en familia! Creo que seguía siendo parte de esta familia. Me animé, había estado muy deprimida.
Me lavé la cara. Quería borrar las huellas de mi llanto. Me maquillé un poco, solo para iluminar mi rostro. No quería que me vieran demacrada. Bajé con rapidez. Al llegar al comedor estaban los tres sentados, espérame. Me miraron en silencio. Caminé un poco insegura, estaban sus caras muy serias. Jalé mi silla cabizbaja y me senté.
—Tú tío nos contó que es lo que te gusta comer—habló mi padre algo cohibido.
Miré lo que tenía en frente. Sabía lo que era de antemano. Desde mi cuarto puedo distinguir y diferenciar todos los olores.
—Sí, Dominick me conoce bien.
—No le digas Dominick, es tu tío.
Me regañó mi padre tomándome por sorpresa.
—¡No lo es!—recalque.
Todas las miradas recayeron sobre mí, me sentí intimidada.
—Creo que metiste la pata.
—¡Silencio Leyla, no estoy para tí!
—Okey, me callo.
—Ahora que sabes que no eres nuestra hija biología, ¿no nos consideras tú familia?
Mi madre se veía muy dolida.
—No es eso mamá, ustedes siempre serán mis padres, yo los amo.
Estaba temblorosa, no sabía que decir o hacer.
—Entonces el problema es ¿solo conmigo?
Sí, es contigo Dominick, no te acepto como mi tío porque me gustas. Quise gritar pero me contuve. Ya era más que suficiente con la confesión de esta mañana como para echarle más leña al fuego.
—Es solo que mi tío nos dejó por mucho tiempo y aunque regresó aún estoy resentida.—dije en cambio.
No era del todo una mentira. Estaba resentida aún por su larga ausencia. Eso justificaba un poco mis duras palabras o eso creía.
—Tú tío tuvo demasiado trabajo, se encargó solo de su vida, no es justo que lo trates así—lo defendió mi padre.
—Está bien, lo siento—respondí conciliadora.
Creo que era lo más oportuno. Dominick me miraba con un gesto de dolor. No podía entenderlo. Por un lado me ignoraba y por otro parecía demasiado sensible a mis palabras.
—Comamos—ordenó mi padre.
¿Cómo me iba a comer esta carne sin agarrarla fuerte y meterle los dientes? Tomé un cuchillo y me dispuse a cortarla pero no calculé mi fuerza y el plato se abrió en dos mitades.
Alcé mi vista cohibida y me encontré tres pares de ojos mirándome fijamente.
—Lo siento, está muy dura.—me disculpé apenada.
Parece que hoy iba a ser el día de mis disculpas. A pesar de que ellos se estaban esforzando por aceptarme, yo simplemente no encajaba.
—Come como gustes, no somos extraños para que conserves tus modales.—sonrío mi madre alentadora.
—No quiero que me vean como si fuera un animal.—admití.
—Somos tu familia, no pensaremos mal de ti hija.—aseguró mi padre.
—Come como ya te he visto antes.—me animó Dominick.
Con tanta comprensión de parte de todos me entró ganas de llorar. Los ojos me picaban, no me pude contener y me rajé en llanto. Metí mi cabeza entre mis manos para ocultarme de sus miradas y la recosté a la mesa. Sentí que arrastraron una silla y luego unos pasos acercándose a mí. De pronto unas fuertes manos me tomaron por los hombros, me incorporaron y sin saber ni cómo sucedió, estaba mi cabeza descansando en un pecho sólido. Mientras unos cálidos brazos me envolvían.
—No llores así pequeña, estoy aquí para tí. Siempre estaré, lo prometo. Jamás me volveré a marchar.
Escuchar a Dominick decir esas conmovedoras palabras mientras me abrazaba, parecía increíble. ¡Me sostenía sin ningún temor! Esto era más de lo que podía soñar.
Poco a poco me calmé, me sentía tan reconfortada. Saber que le importaba hasta el punto de consolarme con su cuerpo y sus palabras era demasiado adictivo.
—Ya pequeña, no llores más, vamos a comer en familia.—expresó mi madre con cariño.
Dominick me apartó con delicadeza y me guió de vuelta a mi puesto. Pese a todo estaba feliz. Seguía teniendo una familia.
***
Llegué a la escuela, el bullicio matutino siempre me molestaba, aún cuando los lunes era menos intenso que el resto de la semana. Era evidente que el comienzo de la semana de clases, después de dos días de descanso, era pesado para todos y la mayoría estaban desanimados.
Entre el ruido fui capaz de distinguir una voz muy especial para mí.
—¡No! No más, ya basta por favor.
Era la voz de mi amiga Jandiara. Nadie más podía escuchar su súplica pero yo sí.
—Esto te lo buscaste tu misma por ser amiga de ese fenómeno, te lo advertí y no escuchaste. Tenías que alejarte pero eres testaruda, espero que ya lo hayas entendido, no quiero tener que volver a enseñarte a obedecer...
Corrí a toda velocidad en dirección de las voces. Podía escuchar la respuesta burlona de Katerine, también las risas y vitoreos de sus compañeras.
—¡Son unas malditas. Me las voy a comer vivas!
Leyla estaba ciega de irá, nunca la había sentido así.
Llegué al lugar y la escena que ví me nubló la razón. Tenían arrinconada a mi amiga contra la pared y quemaban su piel canela con cigarrillos. Por su actual estado había sido muy golpeada antes.
Me abalencé sobre ellas sin previo aviso. Una mano impidió que mordiera mi objetivo. Quería devorar a Katerine. Una chica se atravesó y mordí su brazo. El sabor metálico de la sangre me tomó por sorpresa. El grito de horror generalizado me devolvió a la cordura. Abrí mi boca y dejé escapar a la víctima. ¡Me había transformado por completo!, me lo confirmó la sombra de un lobo gigante reflejada en la pared. Las chicas salieron corriendo como almas que llevan el diablo.
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Editado: 18.04.2021