No habría celebrado su cumpleaños si lo hubiera sabido. De eso está segura.
Cuando despertó esa mañana, rodeada de sus amigos de toda la vida, no podría haber imaginado lo que pasaría ese día. Y cómo eso cambiaría su vida para siempre.
Holly siente un peso hundirse en su cama y se revuelve incomoda. Es demasiado temprano, quiere seguir durmiendo.
Una mano pasa por su cabello enredado y eso la despierta. Se aparta del toque sobresaltada, su corazón late con fuerza y su vista se nubla. Siente el aire escapar de sus pulmones en bocanadas.
Está alterada. Necesita relajarse. Está a salvo. Debe estarlo.
La persona en su cama se levanta y eso hace que su vista se enfoque. Entonces la ve. Es Peggy. Solo Peggy.
Suelta un suspiro de alivio mientras cierra los ojos y se fuerza a sí misma a calmar su respiración.
—Lo siento —escucha decir a Peggy—. No quería asustarte.
Se toma un tiempo antes de responder. Aún necesita tranquilizarse.
Cuando lo hace ve la culpa en los ojos de Peggy. Es consciente a la perfección de que no pretendía asustarla así, Peggy no haría eso. Jed y Milo por otro lado…
—Está bien, no te preocupes —dice Holly frotándose los ojos, aún tiene sueño—. ¿Sabes qué hora es?
—Las siete de la mañana —responde Peggy apartando la mirada, sabe muy bien lo que se viene.
—¡¿Las siete?! ¿Estás bromeando? Es demasiado temprano —se queja Holly entre gritos.
—Sí. Eso fue lo que le dije a Jed pero siguió insistiendo en que esto era una gran idea y no podíamos retrasarlo más —pone los ojos en blanco.
—¡Son las siete de la mañana! Y estamos hablando de Jed, él no tiene buenas ideas —Peggy suelta una risa por su comentario.
—Tienes razón, pero parece que esta vez pudo conectar dos neuronas. Vístete, ¿sí? Los chicos y yo te estaremos esperando abajo.
—Bien —acepta a regañadientes—. Pero más vale que valga la pena —agrega y la señala con el índice en un gesto que pretende ser amenazador.
—Lo será. Estoy segura de que te encantará —sin más Peggy sale de su habitación, dejándola sola.
Holly se vuelve a recostar en la cama y cierra los ojos, tomándose un momento antes de vestirse.
Es hoy. Hoy, veintisiete de enero, cumple diecinueve años.
No es que no esté emocionada, por supuesto que lo está. Su madre de seguro le hizo esos bocadillos que tanto le gustan y Jed adora robarle. Y lo que sea que estén planeando su grupo de idiotas favorito le encantará. Incluso si fue idea de Jed.
Aún así siente un retorcijón en el estómago. Como en cada uno de sus cumpleaños desde que tenía siete. La idea de que está en peligro.
Su madre ya le ha demostrado una y otra vez que no hay nada de lo que deba preocuparse. Desde que se mudaron a Iris Valley y conoció a los que ahora son sus mejores amigos las cosas han ido de maravilla.
En realidad no hay nada por lo que sentirse asustada. Ni siquiera sabe por qué le dan miedo sus cumpleaños, así que debe ser solo algo irracional, como Josie con las polillas.
Se apresura a vestirse, no quiere hacer esperar a sus amigos. Se medio arregla el cabello y se pone el collar que le regaló su madre el primer día que llegaron a Iris Valley. Es una cadena bañada en oro con un dije de sol. Venía junto a otra con un dije de luna, ese se lo quedó su madre para tener collares a juego.
Baja al primer piso, donde, tal como indicó Peggy, está el resto del grupo junto a su mamá, que habla con Josie.
—Buenos días a todos menos a Jed —saluda Holly.
—Buenos días a ti también, dormilona —responde Jed.
—Son las siete de la mañana —le recuerda Holly cortante—. Más te vale que esto sea bueno. Si no me comeré a tu perro.
—¿Y qué culpa tiene Pulgas? —interviene Milo—. No es su culpa que su dueño sea un loco.
—Sí, deberíamos internarlo en un psiquiátrico —agrega Selene—. Mira que tenernos despiertos a esta hora.
—Oh, por favor, si lo planeamos todos juntos —protesta Jed.
—El plan no incluía despertarnos a las seis de la mañana, Jed —se queja Selene—. Y en vacaciones, además.
—Sí, bueno, como sea —mueve la mano como restándole importancia—. En fin, Holly, supongo que te preguntarás por qué estás aquí.
—Ciertamente me estoy preguntando por qué no estoy en la cama.
—Pues verás, te tenemos una pequeña sorpresa.
—Pequeña no es la palabra que yo usaría.
—Cállate, Milo, estoy hablando —silencia Jed, a lo que el otro chico pone los ojos en blanco pero no dice nada más—. Como iba diciendo antes de que este grosero me interrumpiera, hemos planeado algo especial para ti.
—¿Sí?
—Es un juego —dice Josie, ganándose una mirada indignada de Jed.
—No spoilees. Bueno, sí, es un juego.
—Para encontrar tus regalos, como una búsqueda del tesoro. Notas, acertijos y todo eso —continúa Josie.
Holly sonríe. Ama los acertijos. Les agarró cariño en el colegio, una de sus profesoras solía usarlos mucho. Parece que Jed sí tuvo una buena idea.
—¡Josie! —se queja Jed y hace una mueca de la que Holly se burla. Deja escapar un suspiro de exasperación—. Bien, ya que —mete la mano en el bolsillo de los pantalones y saca un pedazo de papel—. Primera nota, primer acertijo. La escribí yo, así que no creas que va a estar fácil.
—Sí, no vas a poder entender su letra —se burla Milo.
—Bueno, si lo escribiste tú —empieza Holly ignorando el comentario de Milo—, estoy segura de que hasta un niño de preescolar podría resolverlo.
Holly toma el papel y lo lee. Milo tenía razón. No puede entender lo que está escrito. Entrecierra los ojos como si eso pudiera ayudar de alguna manera. El resto del grupo la está viendo. Se rinde.
—¿Podrías leerlo por mí, Jed?
—¿Qué insinúas? —frunce el ceño, ya algo molesto por las burlas.
—Que no sabes escribir, claramente —responde Milo por ella.
—Solo léelo, ¿sí? —interviene Selene.
—Cada uno escribió una nota —dice Peggy— con el acertijo que guía a su regalo respectivo, así que podrás leer las demás.