Holly vuelve a leer la nota. Siente que el aire se le queda atrapado en la garganta.
—¿Qué es? —pregunta Peggy, acercándose a Holly. Lee el papel por sobre su hombro. Sus ojos se abren por la sorpresa—. ¿Jed? —llama—. ¿Milo?
—Tiene que ser una broma —murmura Holly—. Chicos, esto no es gracioso. No jueguen conmigo.
—¿De qué hablas? ¿Qué dice? —pregunta Jed.
Holly traga saliva, mantiene los ojos clavados en el papel. La idea de que lo que dice pueda ser real le aterra. Una de sus manos vuelve al dije de su collar, apretando el sol bañado en oro con fuerza.
Peggy apoya una mano en el hombro de Holly para estabilizarse, siente que el mundo se derrumba bajo sus pies.
—Alguien tiene a Josie —su voz suena monótona, como sin alma—. Alguien ha secuestrado a Josie —se aferra con más fuerza a Holly después de su última declaración.
Todo queda en silencio entonces, el resto del grupo procesando la información.
Hasta que una risa rompe el silencio, casi histérica. Holly se dobla sobre sí misma, agarrándose el estómago. Su risa resuena en el silencio absoluto del bosque, espantando a algunas aves que emprenden vuelo para alejarse.
Peggy da unos pasos atrás, mirando asustada a Holly, que parece haber descendido a la locura.
—Buen intento, chicos —dice entre risas—. Así que de esto se trataba todo, ¿eh?
—¿Por qué demonios te ríes? ¡Esto es serio! —Jed le grita—. ¡Han secuestrado a Josie, maldita sea! ¿Es qué no lo entiendes?
—Nadie ha secuestrado a Josie —dice Holly, totalmente convencida de sus palabras—. Ustedes planearon esto, quieren asustarme. Por eso Josie dijo que tenía que ir al baño, era parte del plan —ríe un poco más—. Casi me lo creo, chicos. Así que este jueguito era solo para hacerme una broma, ¿por qué no me sorprende?
—¿Qué? —pregunta Milo escandalizado—. No, Holly. Esto no es una broma. Nosotros no hicimos esto.
—Vamos, chicos, no soy tonta —pone los ojos en blanco—. ¡Josie! —grita—. ¡Ya puedes salir!
No hay respuesta. Josie no aparece. El pánico empieza a inundar a Holly.
—¿Josie?
—Holly, escucha —empieza Jed—. Nosotros no hicimos esto. No tenemos idea de qué está pasando. Si esto es real, alguien tiene a Josie. Alguien le ha hecho algo —su voz empieza a temblar. Milo le toma la mano y entrelaza sus dedos en un intento de calmar sus nervios.
—¡Josie, no es gracioso! —grita Holly, aun negada.
Selene se acerca al grupo con grandes zancadas, se para frente a Holly y le arranca el papel de las manos.
—Cabellos dorados como el sol, pecas como estrellas en el silencio —lee en voz alta—. He tomado algo que amas, si lo quieres de vuelta sigue el camino. De lo contrario, terminará en el mundo de los muertos —hace una pausa y se pasa una mano por el cabello—. Siguiente punto: cuadros y esculturas, vidrieras coloridas. Santos, ángeles y devotos. Reza y encontrarás. R —se relame los labios—. Posdata: te he dejado un regalo. Feliz cumpleaños.
—¿Quién es R? —pregunta Peggy.
—Quien se llevó a Josie —responde Milo—. De momento sería mejor concentrarnos en lo importante: el acertijo.
—Es obvio, ¿no? —dice Jed—. La iglesia.
—Iremos, ¿no? —pregunta Peggy.
—¿Tenemos alguna otra opción? —cuestiona Selene. Nadie responde.
Milo empieza a caminar en dirección del auto. Jed lo sigue. Peggy y Selene comparten una mirada y van detrás de los chicos. Holly es la única que se queda atrás. Aprieta el gorro de Josie en sus manos y lo presiona contra su pecho. Te salvaremos. Un rezo silencioso. Solo entonces empieza a seguirlos.
El camino transcurre en silencio, la tensión flotando en el aire. Selene juguetea con su anillo, Holly aprieta el gorro de Josie en su regazo y Peggy estruja el papel en sus manos, releyéndolo en su mente.
Milo estaciona el auto frente a la iglesia. No hay nadie alrededor, ni una sola alma, lo que hace que la tensión crezca.
Al bajar, Holly centra su atención en una escultura a la entrada de la iglesia. Es un ángel que se alza sobre ellos. Siempre le había causado paz; esta vez, sin embargo, se impone sobre ella como una especie de Cerbero, custodiando algo más allá de las paredes.
Piensa en ese primer día en Iris Valley. Lo primero que hicieron después de dejar las maletas fue ir a la iglesia. A rezar. Recuerda haberse postrado a los pies de la escultura, juntar las manos, cerrar los ojos y pedir por una vida plena. Rezó por su madre, por su felicidad.
Ahora está aquí otra vez, en una especie de juego cruel del destino. Lo que alguna vez fue un lugar seguro para ella ahora será el inicio de sus pesadillas. Un cielo convertido en infierno.
—Voy a entrar —la voz de Jed la devuelve al presente.
—Todos entraremos —dice Selene con firmeza.
—No. Entraré solo. Ustedes esperen acá. Les escribiré por cualquier cosa.
—¿Estás loco? —pregunta Holly asustada—. No puedes entrar solo, es peligroso.
Jed comparte una mirada con Milo, quien lo ve preocupado pero termina asintiendo con la cabeza junto a un suspiro. Se acerca a la maletera y rebusca dentro. Saca algo.
Su bate.
—Estaré armado. Si hay alguien ahí dentro lo golpearé con esto y saldré con Josie.
—No. Jed no puedes hacer esto. ¿Y si te pasa algo? —Holly siente que los ojos se le llenan de lágrimas y le nublan la vista—. No quiero perderte a ti también.
—Estaré bien —le dice con una sonrisa que pretende ser tranquilizadora pero que denota su propio nerviosismo. Apoya la mano libre en su cabeza y le acaricia el pelo—. Saldré con Josie, lo prometo.
Camina en dirección de la puerta de entrada, que debería estar cerrada a esta hora de la mañana pero que se abre con facilidad. Da un último vistazo al grupo, demorándose un poco más cuando sus ojos caen sobre Milo. Con una última respiración profunda, entra, y la puerta de madera se cierra detrás suyo.
Selene cruza los brazos sobre el pecho y empieza a mover la pierna de arriba a abajo de forma frenética. Peggy se para junto a ella, con su celular en mano, esperando por el mensaje de Jed.