Holly repasa las palabras en su mente. En cuanto las leyó supo de inmediato a dónde ir.
Un lugar donde habitan miles de historias. Mundos inimaginables. Vidas infinitas. Donde puedes vivir vidas que no son tuyas y sentirlas como propias. Un lugar mágico.
Libros. La librería.
La librería de Iris Valley lleva cerrada un par de años. Desde que quebró no ha vuelto a abrir y nadie ha comprado el local para hacer de él algo nuevo.
Solía ir con su mamá cuando era pequeña, y con Josie y Peggy unos años antes de que cerraran.
Para Holly siempre fue un lugar mágico, donde habitaban cientos de historias. Ahora, no es más que un recuerdo de lo que alguna vez fue.
Estaciona el auto y baja, con el bate de Jed bien sujeto en la mano. Se acerca a la puerta. Cerrada. Debió imaginarlo.
Una idea loca se le pasa por la cabeza cuando sus ojos se posan sobre el vidrio del escaparate, polvoriento tras los años de desuso.
Da un vistazo alrededor. Hay más luz que cuando estaban en la iglesia pero no hay personas alrededor suyo. La gente debe seguir dormida en casa, aprovechando el fin de semana.
Se acerca al escaparate y aprieta el bate con las manos, se mueve hacia atrás para tomar impulso y…
Crash.
El sonido del vidrio rompiéndose hace que vuelva a revisar que no haya nadie cerca, nadie que la haya visto o escuchado. Suelta un suspiro al comprobar que está sola.
Voltea a ver el auto. Se cuestiona si dejar el bate dentro o llevárselo con ella. Al final, se decide por ir armada. Solo por si acaso.
Tira el bate por el escaparate roto hacia el interior del local, que cae con un ruido sordo. Luego, apoya las manos en el borde de cemento, el cual deja entrever el ladrillo bajo la pintura derruida por el paso del tiempo, y se impulsa con un pequeño salto. Pasa a través del agujero abierto y hace una mueca de dolor cuando su pierna izquierda se corta con un pedazo de vidrio roto. Cae dentro y aterriza de rodillas.
Toma el bate a un lado suyo y se pone de pie. El dolor en su pierna le hace soltar un quejido pero intenta ignorarlo. Hay cosas más importantes de las que preocuparse, como la vida de sus amigos.
El lugar está todo lleno de polvo. Hay algunas estanterías vacías y otras aún con libros. Holly se pregunta por qué no terminaron de vaciarlas.
Recuerda que la dueña se fue poco después de que cerrara. Sus últimos días en Iris Valley habían sido extraños. Llevaba años viviendo ahí, incluso desde antes de que Holly llegara, y era bien conocida entre los habitantes. Tenía un club de lectura con algunas señoras, entre ellas su madre, y se llevaba bastante bien con todos en general.
Por eso, su compartimiento antes de irse había sido tan extraño. No hablaba con nadie, se ponía a la defensiva cada vez que alguien le hacía una pregunta y nadie se explicaba cómo es que había quebrado, no le iba realmente mal a su negocio.
Algunos decían que se había metido en problemas con gente peligrosa y que necesitaba huir; otros, la acusaban de lavado de dinero y que la librería era su fachada; también habían algunos que decían que se mudaba con algún familiar o que había encontrado a un hombre rico que la mantuviera. Sea como fuera, nadie se explicaba qué era lo que había pasado en realidad. Y de todos modos, ya no importaba.
Recorre los estantes con la mirada, deteniéndose para leer los títulos de los libros que más destacan. En el fondo, con el lomo azul brillante, uno en particular llama su atención.
Se acerca al libro en cuestión, arrastrando la pierna herida en un intento de disminuir el esfuerzo y el dolor. El libro está lleno de polvo pero lo reconoce. Pasa sus dedos por el lomo, repasando el título en relieve.
Es un libro de cuentos, uno que conoce muy bien.
Cuando llegó a Iris Valley tenía problemas para dormir, la asaltaban constantes pesadillas en sueños y prefería mantenerse despierta para evitarlas. Su madre, en contramedida, compró un ejemplar de ese libro. Se lo leía antes de dormir y ella caía rendida, las pesadillas no la visitaban esas noches. Con el tiempo dejó de necesitarlo, pero su madre aún conserva el libro, como si se tratase de un tesoro.
Toma el libro y lo saca del estante. Sopla para dispersar el polvo de la portada. Una calidez se instala en su pecho cuando lo ve, recuerdos de una vida mejor, cuando aún era una niña pequeña.
Cuando no estaba en una carrera contra el tiempo.
Lo abre con cuidado para echarle un pequeño vistazo. Algo cae del interior al suelo junto a sus pies. Frunce el ceño y se agacha para ver qué es.
Un jadeo escapa de su garganta cuando lo reconoce. Es el gancho de pelo que usa Peggy. Hay algunos cabellos rubios enredados en él, como si se hubiera quitado a la fuerza.
Y junto a él un pedazo de papel. Otra maldita nota.
Recoge el gancho, le saca los pelos y se lo pone en la muñeca. Mira el papel aún tirado, reticente de tomarlo. Sabe que una vez lo haga, su temor se hará realidad. Confirmará que Peggy está en peligro. Una más a la lista.
En su lugar saca su celular y la llama. El teléfono timbra pero no hay respuesta.
Cambia de plan. Llama a Milo, con la esperanza de que él sí esté a salvo. Después de unos timbres descuelga la llamada.
—¿Holly? ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —su voz del otro lado le resulta reconfortante, el simple hecho de que le haya contestado calma un poco sus nervios.
—Milo, ¿está Peggy contigo? —intenta mantener un tono de voz calmado, no delatar sus preocupaciones.
—No. Se fue a casa. Toda la situación la ha dejado muy asustada, le dije que regresará con su mamá para calmarse un poco. Selene se ofreció a acompañarla pero ella dijo que podía ir sola. ¿Por qué? ¿Pasó algo?
Holly traga saliva. Regresó a casa, debería estar a salvo. Excepto que no lo está.
—¿Estás con Selene? —desvía la pregunta, primero necesita confirmar que se tienen el uno al otro.
—No. Fue a ver a Nigel. Cree que tal vez él haya visto a quien se llevó a Josie. Pensaba ir con ella, pero para ser sincero no me siento con ganas de verlo. Estoy más preocupado por Jed.