Un desastre de papá

Capítulo 4

Jonathan

—Sally, por favor…

—¡No!

—Cariño, pruébalo, por favor.

—¡Dije que no! —Mi hija empieza a lanzar las cosas hacia el suelo.

Les preparé panqueques, mi madre me dio la receta por teléfono, pero ella se niega a comer algo que no sea cereal.

Max se acerca a la repisa y empieza a imitar a su hermana lanzando las cosas al suelo.

—Sally—Trato de hablarle con voz duro y se detiene observándome con ojitos de cachorro.

—¡Papi malo! —Grita y empieza a llorar.

Sus hermanos la siguen.

Pensé que las cosas serían diferentes después de mudarnos y fue así la primera semana y un poco más de la segunda, pero ahora mis hijos quieren estar haciendo berrinches todo el día, especialmente Sally.

Le dije hace unos días que debíamos buscar una guardería para ella y sus hermanos y desde entonces todo se ha vuelto incontrolable.

El departamento es un desastre, cada vez que me pongo a limpiar ella y sus hermanos lo vuelven a desordenar.

En la última llamada que tuve con mis padres, mi madre me dijo que debía empezar a ponerle límites a mis hijos o todo se saldría de control.

Discutimos un poco porque a ningún padre le gusta que le diga cómo criar a sus hijos, pero ahora mismo me doy cuenta de que toda la razón la tenía ella.

—Sally, cálmate, por favor.

—¡No! —Grita a todo pulmón hasta que su rostro se pone rojo.

—Si sigues así nos tendremos que ir y buscar otro lugar—La amenazó y se puso peor.

Tom empieza a llorar y lo cargo mientras voy a la cocina tratando de ignorar a mi hija esperando que se controle.

Por lo menos he conseguido que coman huevos revueltos, así que los preparó haciendo malabares con una mano mientras con la otra sostengo a mi hijo hasta que la puerta es tocada.

Dios, espero que no sea ella.

Tener que convivir en el mismo edificio que Zule ha sido una pesadilla.

Esa mujer me quita el aliento con solo su presencia y lo peor es que ver lo dulce que es con mis hijos es peor.

El fin de semana, mientras estaban mis hijos jugando en el patio trasero, ella ingresó con dos tazas de café y unos pastelillos para mis hijos con jugos. Mis pequeños se acercaron emocionados a comer y volvieron a jugar.

Nos quedamos en silencio y no podía evitar observar de reojo viéndola beber de su taza de café con la mirada sobre mis hijos vi como la comisura de sus labios se levantaba y parecía fascinada con lo que, hacia los niños, reía de vez en cuando y cada vez que sus mejillas mostraban esos hoyuelos me hacía suspirar.

Sé que no debería estar pensando en ella como lo hago, pero no puedo evitarlo. Mi vida cambió drásticamente después de estar con Carmen.

Se embarazó y todos los planes que había construido en mi mente se fueron a la alcantarilla.

Me casé con ella y empecé a trabajar de inmediato y apenas nos veíamos. Como vivíamos en casa de sus padres, trataba de llegar tarde de trabajar, para no tener que lidiar con los reclamos de la señora. Nos dieron un terreno y construí nuestra casa, pero aun así mi mujer le veía siempre algo y decía que debía permanecer donde su familia. Mis hijos fueron naciendo y yo no tenía tiempo para nada más que pasarla con ellos en mi día de descanso mientras su madre aprovechaba para salir y descansar de ser madre y esposa. Según ella, estaba cansada y no entendía el porqué, puesto que la casa se mantenía sucia y yo tenía que llegar del trabajo para organizarla y limpiarla.

Ella se quejaba mucho, decía que le tocaba todo sola y por más que trataba de ayudarla nada era suficiente.

Cuando nació nuestro tercer hijo, empacó sus cosas y se mudó a la casa grande de sus padres y después de recuperarse se fue.

No he salido con alguna mujer, me la he pasado día y noche cuidando de mis hijos.

Pero ahora que estoy al lado de esta bellísima mujer, ha empezado a despertar cosas en mí al que nunca había sentido y estoy empezando a preocuparme.

No estoy para salir con nadie y mucho menos tener aventuras. Mi única preocupación son mis hijos.

Despierto de mis pensamientos al escuchar la puerta ser tocada. Suelto un suspiro y camino hasta abrirla encontrándome con un hombre de unos treinta y tantos.

—¿Puedes callar a tus hijos? —Dice molesto —Es insoportable no poder descansar en tu propia casa.

—Yo… lo siento—Muevo a Tomás tratando de que deje de llorar.

—Rayos, deberías largarte—Gruñe.

—¿Qué es lo que pasa? —Me tensiono al escuchar su dulce voz.

—¡Ya no aguanto más esos llantos! — Me señala haciendo que mi hijo llore más—Es insoportable, deberías pedir que se vayan—Mi corazón se acelera y puedo ver la mirada de decepción de Zule.

—Lo siento, pero no podemos seguir así—Mi rostro se apaga y mi mirada baja hacia el suelo, tratando que las lágrimas no salgan—Te voy a pedir que desalojes el departamento.

Cierro los ojos sintiendo que ya no puedo más.

 


 




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