Jonathan
—¿Disculpa? ¿Me estás hablando a mí?
—Eres tú el que no el que se está quejando, si no te gusta, te puedes ir cuando quieras.
—Yo llevo más tiempo que él.
—No me interesa, el contrato estipula que si el inquilino o el arrendatario no está conforme, puede cancelar cualquier acuerdo, así que puedes irte cuando quieras.
Abro los ojos y observo que no es a mí quien ha pedido que desocupe, sino al hombre que tengo frente de mí que claramente no está muy feliz que digamos.
—No puedes estar hablando en serio.
—Lo hago—Cruza sus brazos —Y la próxima vez que vuelvas a gritar y asustar a los niños, no te va a gustar lo que haré.
—¿Me estás amenazando?
—Te estoy advirtiendo—Da un paso hacia él haciendo que retroceda—No vuelvas a gritar cerca de ellos, asustándolos, no sabes lo que cuesta controlar a un niño.
—Pues si él no puede controlar a sus hijos, no debería tenerlos y haberse puesto condón—Mi cuerpo arde de la rabia deseando darle un puñetazo, pero recuerdo que tengo a mi hijo en mis brazos.
—Una semana.
—¿Qué?
—Te doy una semana para que me desocupes o sacaré tus cosas a la calle—el hombre abre los ojos y aprieta la mandíbula. Me da una mala mirada antes de darse la vuelta y entrar a su departamento azotando la puerta.
Estoy en shock tratando de asimilar lo que acaba de pasar.
—¿Están bien? —Pregunta Zule y parpadeo tratando de ver que no es un sueño.
—Sí, yo…
—Papi, la cocina se incendia.
—¡¿Qué?!— Entro al departamento y veo que hay humo que viene de la estufa.
Me acerco cogiendo el trapo que se está quemando y lo dejo en el lavavajillas abriendo la llave, dejando que el agua lo apague. Cuando no veo llamas, cojo la escoba y ventilo la alarma de incendios antes de que se active.
Cuando observo mis manos en el palo de escoba, me doy cuenta de que no tengo a mi hijo en brazos y entro en pánico dándome la vuelta y encontrando a Zule cargando a Tomás y mis dos hijos a su lado.
¿En qué momento llegó Tomás a sus brazos?
—Me diste a tu hijo antes de salir corriendo—Responde Zule leyendo mis pensamientos.
Lo que más me sorprende es que Tomás no está llorando, sino que nos mira entre asustado y sorprendido.
Parece que mi hijo también está preguntándose lo mismo del porqué está en sus brazos.
Me tensiono cuando Zule empieza a mirar el alrededor viendo el desastre en que tenemos el departamento.
Rayos.
—Yo…—Empiezo a tratar de pensar en alguna escusa y es cuando Tomás se retuerce en sus brazos queriendo que lo baje.
Zule lo deja en su sillita y se acerca viendo que la cocina está peor.
No he tenido tiempo de limpiar, cuando trato de hacerlo mis hijos quieren atención.
—¿Qué estabas preparando? —Pregunta tomando la sartén con cuidado dejándolo en el lavado.
—Unos huevos.
—Bueno, hay que volverlos a hacer—Sonríe como si no le importara el desastre.
—Yo no quiero huevos, quiero cereal—Gruñe Sally.
—Sally—Le advierto.
—¡Queremos cereal! — Empieza a gritar sin importar hacerlo delante de Zule, quien la mira sorprendida por un momento.
—Lo siento, no te entiendo—Dice Zule.
—¡Queremos cereal! —Grita más fuerte, quedando casi sin aire.
—Sigo sin entender—Responde Zule con voz calma—Mientras sigas gritando, no podrán entenderte.
La miro sorprendido, mi hija respira con fuerza mirándola con rabia y poco a poco se va calmando.
—Queremos cereal— Murmura mi hija sin gritar.
—Oh, ahora si podemos escucharte perfectamente—Le sonríe —Es que cuando gritas y lloras es difícil de entender—Se acerca agachándose hasta la altura de mi hija—Tú entenderías si empezara a gritar ¡Quiero cereal! —Grita asustando a mis hijos—¡Quiñaor ñeal!— Ni siquiera se entiende cuando empieza hacer que llora balbuceando cosas haciendo que mis hijos se rían por las caras que hace—¿Entiendes lo que digo?—Sally y Max niegan con la cabeza —¿Ven que hablando civilizadamente se puede hablar?—Mi hija asiente haciendo que su hermano lo haga—Bien, porque no vas y se limpia esa carita que está sucia por las lágrimas mientras que papi y yo le preparamos cereal—Mi hija abre la boca para replicar y ella le da un toque a su nariz sorprendiéndola—Las princesas no lloran.
—¿Soy princesa? —Pregunta mi pequeña y Zule asiente con una sonrisa en su rostro.
—Claro que sí.
—¿Y yo? —Pregunta Max señalándose.
—Tú eres un príncipe.
—¿Y Tom?
—También es un príncipe, por eso deben de estar limpio en la mesa antes de comer alimentos.
Mis hijos asienten con entusiasmo y correr hacia el baño.
Me quedo atónico, en shock, viendo cómo mis hijos le han hecho caso sin ningún problema.
Sin gritos.
Sin insultos.
Sin golpes como suelen hacer algunos padres para que sus hijos obedezcan.
Y lo más increíble de todo es que mis pequeños obedecieron.
Esta mujer no sé si será mi salvación o mi perdición.