Un desastre de papá

Capítulo 8

Jonathan

La ansiedad crece y me detengo sin poder dar un paso más.

—¿Qué pasa?

—No quiero alejarme mucho, ¿Qué tal si me necesitan?

—Te llamarán, no te preocupes.

—¿Y si no entra la llamada? —Saco mi viejo teléfono y lo revisó—Mis padres dicen que a veces cuesta comunicarse conmigo—digo un poco agitado.

—Jonathan—Zule se acerca tomando mis manos—Mírame, respira lentamente—Hago lo me pide y me quedo hipnotizado con el iris de sus ojos.

Un color verde esmeralda, parecen una completa joya.

Poco a poco mi corazón se va calmando y mi cuerpo se va relajando.

—¿Mejor?

—Sí, gracias.

—Sé que es difícil lo que estás haciendo y los primeros días son los peores, pero debes de ser fuerte no solo por ti sino por tus hijos. Créeme que esto apenas empieza.

—¿Cómo lo sabes si no tienes hijos? —Puedo ver su mirada llena de tristeza—Lo siento, yo…

—No te preocupes—Me da una sonrisa sincera y empieza a caminar haciendo que vaya detrás de ella—Puede que no tenga hijos, pero tengo muchos sobrinos—Su sonrisa se convierte en orgullo—Mi hermana ya lleva cinco hijos y no creo que se detenga.

—¡Cinco! —Grito —Disculpa, ¿Cinco?

—Sí, son hermosos, adorables e inquietantes demonios—Llegamos hasta nuestro edificio y seguimos por el pasillo hasta llegar al patio de atrás.

—Dios, si con tres me vuelvo loco.

—Cuando te acostumbras a manejar la situación, todo es diferente—Dice sentándose—Mi hermana dice: uno es el que pone las reglas y uno es el que manda, no ellos porque si te dejas manipular, estás perdido.

—Eso es verdad, pero yo ya he perdido el control de la situación.

—No digas eso, aún estás a tiempo de hacer cosas diferentes, sé que no es fácil y menos para un padre soltero. Mira que, aunque mi hermana tiene su esposo y ella es la que se encarga de todo de la casa y no es que maltrate a sus hijos, los grite o golpee, no, ella reacciona con amor, pero con disciplina.

Sus palabras se repiten una y otra vez en mi cabeza.

—Deberías aprovechar para descansar—Dice con una sonrisa—Mi hermana dice que ese momento no hay que desperdiciarlo, cuando ellos duermen o están en la escuela hay que correr.

—Hace mucho que no lo hago realmente—digo.

Desde que me casé con Carmen nunca tuve descanso, si no estaba trabajando, estaba en casa ayudando con los niños y haciendo Cáceres porque mi esposa se la pasaba diciendo que estaba agotada.

—Tienes razón, gracias.

—Como es el primer día solo estarán hasta el mediodía, así que ve y date una ducha y duerme un poco, si quieres puedo acompañarte.

—Gracias.

—Tú puedes Jonathan, eres un padre increíble, ojalá muchos hombres fueran así con sus hijos.

—¿Alcahuetas?

—Que se preocupen por ellos, que hagan todo por ellos, incluso dar la vida por ellos.

­—Moriría por mis hijos.

—Lo es—Se levanta—Ve y descansa, sé que al principio será difícil y sentirás que eres lo peor, pero esto es como cuando uno tiene una adición, que es cuando empieza a sentir culpa, dolor, malestar y sientes que te volverás loco, pero con el pasar de los días vas perdiendo ese miedo y recuerda que no solo tú lo necesitas, ellos más que todo. Un paso a la vez.

—Gracias de nuevo.

—Para lo que necesites.

Me quedo por un momento pensando tratando de procesar todo y después de unos minutos me levanto, Zule tiene razón y debería aprovechar que estoy solo para descansar, pero al abrir la puerta de mi departamento veo el desastre que hay, juguetes, ropa, trastes sucios.

Suspiro y empiezo a limpiar.

Aunque el departamento es pequeño, me tardo dos horas en limpiar y cuando por fin pienso en ir a descansar, no puedo hacerlo porque me inquieto con tanto silencio.

Me recuesto en la cama con la mirada en el techo, cierro los ojos y es imposible sin importar el cansancio y sin importar que hace mucho no duerma más de 4 horas o menos.

Es imposible conciliar el sueño, me levanto una y otra vez y preparo algo rápido para tenerles cuando lleguen de la guardería. Miro el reloj una y otra vez hasta que no lo soporto más y salgo del departamento.

—¿A dónde vas? —Me detengo al encontrarme a Zule en la entrada revisando el correo—Disculpa, no debería preguntar—Baja la mirada.

—Yo… quería pasar por ahí—Me rasco la cabeza nervioso.

—¿No pudiste descansar?

 

—Lo hice, pero sin dormir.

—Bueno, como te dije un paso a la vez—Mira el reloj—Falta media hora, pero si quieres podemos ir despacio dándoles tiempo. Recuerda las reglas, no puedes ir y venir cuando quieras, debes de entrar puntual y llegar puntual por ellos—Asiento ansioso por ver a mis pequeños.

—Tú… hermana, ¿Cómo lo hace? —Pregunto de nuevo —¿Cómo hace para lidiar con cinco hijos? ¿Todos son pequeños?

—Sí, desde los 3 hasta los 10 años—Sonríe con orgullo —El mayor es Justin, tiene 10 años. Que es el mayor, Vicky 9, Antonio 7, Ana 5 y la pequeña Amelia 3—Me mira—Y créeme que no piensa detenerse.

—¿Por qué? Digo, son tantos y complicados.

—No lo es, no cuando te acostumbras, te lo dije—Dice mientras caminamos—Mi hermana y yo fuimos hijas únicas, pero siempre tuvimos deseos de tener bastantes hermanos, pero mis padres ya eran muy adultos y no pudieron tener hijos. Vivimos en una comunidad donde había familias con 13 o 15 hijos.

—¡¿Qué?!

—Sí, recuerda que antes no había televisión ni internet.

—Me muero.

—No lo creo, como te dije, te acostumbras.

—Pero, ¿cómo hace tu hermana?

—Ella les tiene reglas a sus hijos, si no cumplen las reglas no tendrán premios. Por ejemplo, si no arreglan su habitación, no pueden salir a jugar, de lunes a viernes solo tienen televisión 1 o 2 horas al día si han cumplido sus obligaciones. Ellos deben de limpiar su área, hacer las tareas, ayudar con los caseres de la casa y los fines de semana podrán disfrutar de más tiempo de la televisión, de sus videojuegos o salir a jugar a la calle con sus amigos.




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