Un desastre elegido

1

Mi nombre es Sora Kyo, hijo Omega de Itsuki y Rikuya Kyo, mellizo de Ren, estudiante de administración de empresas internacionales y, modestia aparte, alguien que sabe exactamente lo que vale.

Y hoy, precisamente hoy, ese valor parece haber cambiado de manos.

Pero empecemos por el principio.

Acabo de regresar de un día entero de compras. Siete bolsas colgando de mis brazos, cada una más cara que mi dignidad en exámenes finales. Mis zapatos nuevos impecables, mi bufanda de diseñador perfectamente acomodada, mi cabello tan en su lugar que podría servir como infografía para estilistas.

Empujo la puerta principal y el olor a café, vainilla y pino me da la bienvenida. Ese es papá Itsuki, sin duda. A veces jura que solo “puso un difusor”, pero sé que en realidad son sus feromonas suaves mezclándose con el aroma de la casa.

Dejo mis bolsas en el sillón y estoy a punto de anunciar mi llegada cuando escucho voces.

Las voces de mis papás.

No suenan como pelea… pero sí como algo que no querían que oyera.

Mi ceja se alza sola.
Y avanzo.

La puerta del despacho está entreabierta. La voz de papá Rikuya suena baja, tensa.

—No pienso permitirlo.

Papá Itsuki suspira con ese tono que solo usa con él.

—Riku, cálmate. Es una propuesta, no estamos obligados a aceptarla.

“¿Propuesta?”
Ya empezamos mal.

Me acerco un poco más, sin hacer ruido.

—Es una propuesta de mierda —gruñe Rikuya—. No entregaré a ninguno de mis hijos a una empresa por un tratado comercial. No son monedas de intercambio.

Mi estómago se aprieta… no por miedo. No por dolor.
Por intuición.

Algo está mal.

Muy mal.

—Lo sé —dice Itsuki, suave—. Pero esa empresa es grande. Muy grande. Y el tratado sería demasiado beneficioso para Kyo.

Un silencio sigue a sus palabras. Pesado.

—Ni así —responde Rikuya—. No entregaré a Sora, ni a Ren, ni a Ayla. Mucho menos a Sora… él no es—

—No digas eso —lo corta Itsuki—. Sora es fuerte.

Por dentro levanto una ceja.
“¿Mucho menos a Sora”?
¿Mucho menos por qué?
¿Quién demonios quiere algo conmigo?

Rikuya resopla, frustrado.

—Justamente porque es fuerte no quiero que aprovechen eso. Ellos no quieren un acuerdo. Quieren un Omega para matrimonio tradicional: hijos, herederos, estabilidad familiar. ¿Están locos? No pienso obligarlo a nada.

Ah.

Oh.

O h.

¿Matrimonio?

¿Una empresa?

¿Con un Kyo?

Con… ¿migo?

Mi mano aprieta la bolsa más cercana. No sé si por indignación, sorpresa, o la repentina necesidad de un té de manzanilla con triple azúcar.

—La empresa Minato es poderosa —dice Itsuki—. Poderosa al nivel de influir en exportaciones, transporte, bienes raíces…

—Y por eso me huele a trampa —cierra Rikuya.

Siento la sangre subir a mis mejillas. No en vergüenza.
En análisis.

Investigar.
Confirmar datos.
Organizar información.

Es lo que hago.

Me alejo sin hacer ruido, subo a mi cuarto y prendo la laptop. Tecleo:

Corporativo Minato – tratados matrimoniales – tradición – Omega

Y ahí están.

Documentos.
Foros.
Artículos antiguos.
Reportes en PDF.
Entrevistas.
Fotografías de bodas arregladas.

La familia Minato mantiene matrimonios estratégicos desde hace generaciones.

Necesitan Omegas para asegurar descendencia.
Buscan alianzas entre compañías.
Creen en la “armonía jerárquica Alfa–Omega”.
Y valoran la estabilidad por encima del romance.

Trago saliva.

Por un segundo, solo un segundo, me miro al espejo.

Mi reflejo me devuelve la mirada con ojos claros, expresión orgullosa, línea de la mandíbula perfectamente heredada, postura recta, cabello rubio impecable. Parezco un Omega de catálogo… y también un huracán contenido.

Mi respiración se calma.

Puedo hacer esto.
Puedo analizarlo.
Puedo decidir.

Cierro la laptop.

Me siento en la cama.

Y empiezo a pensar.

Amo mi carrera.
Amo mi apellido.
Amo Kyo.
Y amo a mis padres.

No pienso permitir que pierdan una oportunidad masiva solo porque alguien cree que un Omega es débil.

No soy débil.
No soy manipulable.
Y no soy un adorno.

Si ellos quieren un Omega para su teatro tradicional, puedo actuar.
Puedo fingir dulzura.
Puedo bajar la cabeza.
Puedo sonreír como princesa de manual.

Pero no podrán romperme.
No podrán poseerme.
No podrán convertirme en su fantasía prehistórica.
El matrimonio.
Conveniencia.
Negocio.
Responsabilidades de adulto.
Ugh.

Encendí mi laptop y abrí los archivos de la empresa, aunque me tomó dos intentos porque mi dedo resbaló y terminé en mi carpeta de screenshots de outfits. No me juzgo: inspiración es inspiración.

—Concéntrate, Sora —me dije, dándole un golpecito leve a mi cabeza.

Ok. Empresa de construcción. La nuestra no es cualquier empresa: es grande, establecida… pero últimamente los contratos grandes están más competitivos. Demasiadas compañías nuevas, demasiada gente queriendo demostrar que pueden construir un maldito rascacielos solo porque vieron un tutorial en internet. Ridículo.

Respiré hondo, abrí la carpeta de proyectos atrasados y empecé a analizar números. A la gente le sorprende que pueda leer gráficos, pero no es tan difícil, solo es… aburrido. Pero esta vez no podía evitar sentir esa cosquilla rara en el estómago: la sensación de que esto sí era importante.

La familia Kyo necesitaba un contrato grande, uno estatal, uno que nos asegurara cinco años de estabilidad y prestigio. El tipo de contrato que amarraba reputaciones por generaciones.

Y ahí estaba:
El proyecto de renovación urbana del distrito sur.

Gigantesco. Carísimo. Competencia feroz.

Lo abrí.

Lo leí.

Y… ahí estaba la conexión.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.