Un desastre elegido

2

El día de la reunión con los Minato llegó tan rápido que ni siquiera pude terminar de preguntarme si estaba tomando la decisión correcta… o si estaba cometiendo la mayor estupidez de mi vida.

Dormí mal.
Demasiado.
Desperté tres veces pensando que ya era hora, y cuando por fin sonó la alarma, sentí que me habían golpeado con un tablero de construcción cosa irónica considerando de dónde viene el dinero de mi familia.

Me vestí temprano: traje gris claro, camisa blanca, corbata azul muy suave.
Elegante, limpio, tradicional.
Un Omega perfecto.

A primera vista, claro.
La verdadera personalidad viene después.

Bajé antes que mis papás, porque si algo tenía claro era que no quería llegar tarde.
Rikuya apareció primero, imponente como siempre.

Mi padre Alfa llenaba la habitación solo con respirar. Llevaba un traje oscuro que hacía juego con su expresión de “me atrevo a desafiar a cualquiera que respire cerca de mi hijo”.

Detrás llegó papá Itsuki, sereno, amable, con esa sonrisa que siempre aparenta calma pero que no logra esconder la tensión en los ojos cuando está realmente nervioso.

—¿Listo? —preguntó, ajustándome la corbata como si todavía tuviera cinco años.

—Más que ustedes —respondí, tratando de sonar confiado.

Rikuya soltó un resoplido.

—Si ese Alfa intenta siquiera mirarte de forma rara, me lo—

—Papá —lo interrumpí—. No arruines la reunión antes de empezar.

Él bufó, pero se calló.
Lo cual, viniendo de él, ya era un logro.

Subimos al auto. El camino al corporativo Minato fue silencioso.
No por incomodidad.
Era ese tipo de silencio que anuncia un cambio, un antes y un después.
Uno que nadie quiere nombrar por miedo a que se vuelva real.

El edificio Minato era exagerado.

Ridículamente grande.

Frío.

Todo vidrio, acero y elegancia agresiva.
Si tuviera personalidad, sería del tipo que te observa desde arriba antes de decidir si vales la pena.

Subimos en un elevador tan silencioso que podía escuchar mis propios latidos.
Llegamos a una sala privada en el último piso. Amplia. Minimalista. Tan impecable que daba miedo tocar algo.

Los Minato ya estaban ahí.

Kenji Minato, el presidente: postura firme, mirada calculadora, voz de hombre acostumbrado a que lo obedezcan antes de terminar la frase.
Elva Minato, su esposa beta: elegante, analítica, con ojos tan afilados como bisturís.
Y él…
Rinto Minato.

El Alfa con el que querían casarme.

Lo primero que noté fue que… no me estaba viendo.
No me estaba ignorando en plan arrogante.
Simplemente… no podía.

Miraba fijamente su vaso de agua. Tenía las manos entrelazadas, los hombros tensos, y el cabello negro ligeramente desordenado, como si hubiera peleado con el peine antes de rendirse.

No era creído.
No era altanero.
Era tímido.

¿Un Alfa tímido?
¿Eso existía?

Entramos. Rikuya cargó la habitación con su aura de Alfa protector. Itsuki equilibró la energía con su calma impecable. Yo caminaba detrás de ellos con la suavidad medida del Omega perfecto.
Eso que los Minato esperaban ver.

—Bienvenidos —dijo Kenji Minato, estrechando la mano de mi padre Alfa.

—Gracias por recibirnos —respondió Itsuki con su sonrisa educada.

—Esperamos que sea una conversación productiva —añadió Rikuya, que en realidad quería decir “voy a evaluar si merecen siquiera respirar el mismo aire que mi hijo”.

Nos sentamos frente a ellos.
Yo al centro, como atractivo principal de un contrato silencioso disfrazado de compromiso.

Rinto seguía sin mirarme.
No levantaba la cabeza.
Ese Alfa estaba más nervioso que yo.

Casi me dio ternura.
Casi.
Las preguntas empezaron rápido.

—Sora —dijo Elva, cruzando una pierna con elegancia quirúrgica—. ¿Qué esperas de un matrimonio?

—Armonía —respondí con voz suave—. Respeto. Y la voluntad de construir algo en beneficio mutuo.

La verdad era más compleja, pero nadie quería esa versión.
Querían al Omega modelo.

(Y tú sabes actuar.)

—¿Consideras importante la obediencia dentro del vínculo? —preguntó Kenji sin rodeos.

—Creo que cada pareja define sus propias dinámicas —contesté, bajando la mirada de forma perfectamente ensayada—. Pero si se espera docilidad de mí… puedo adaptarme.

(Puro teatro.)
Pero funcionó: Kenji asintió satisfecho.

—Tenemos entendido que tienes un carácter… fuerte —añadió Elva, revisando una tablet—. ¿Crees que podrías ajustarte en un ambiente tradicional?

—Por supuesto —dije, inclinando la cabeza con elegancia Omega—. Sé comportarme como se espera de mí.

Mentira, pero sonó preciosa.

Papá Rikuya apretó la mandíbula.
Itsuki le pasó la mano por el brazo para calmarlo.
Elva deslizó su tablet hacia un lado, como quien se prepara para entrar en un terreno más personal.

—Sora —dijo con una sonrisa perfectamente calculada—, también quisiéramos saber sobre tu carrera. Entendemos que estás estudiando administración y relaciones corporativas.
¿Podrías contarnos por qué elegiste ese camino?

La pregunta era una trampa disfrazada de interés.
Querían saber si tenía ambición propia… o si podía moldearme a la estructura Minato sin causar problemas.

Sonreí con suavidad, exactamente como un Omega ejemplar lo haría.

—Lo elegí pensando en mi futuro marido —respondí sin dudar—. Quiero ser alguien que pueda ayudarlo con sus responsabilidades. No importa si me toca acompañarlo desde atrás o desde un costado.

Sentí, más que vi, a mi papá Rikuya tensarse a mi izquierda.
Como una sombra gigante a punto de levantarse de su silla.

Apreté apenas la punta de sus dedos bajo la mesa, un roce leve, rápido, lo suficiente para decirle estoy bien.
Él exhaló un solo suspiro silencioso, controlándose.

Kenji pareció complacido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.