Un desastre elegido

8

Cuando el timbre suena, apenas estoy terminando de ordenar las muestras de telas, las revistas abiertas y los catálogos que cubren casi toda la sala. Me froto las sienes; llevo una semana entera viendo combinaciones de colores, flores, tipos de arreglos, estilos de centros de mesa… y ya no distingo si estoy eligiendo una boda o un set de película.

Abro la puerta.

—¡Ayla! —prácticamente me lanzo sobre ella.

Mi hermana menor se ríe, colgándose de mí como si todavía tuviera diez años.

—Hola, Soraaa, ¿por qué hueles a estrés? —dice arrugando la nariz.

—Porque tu hermano está a punto de volverse loco —gruño—. Necesito ojos frescos. Y artísticos. Y cruelmente honestos.

Ayla alza la barbilla con orgullo.

—Obvio, para eso me trajiste. La artista oficial de la familia siempre salva el día.

Le revuelvo el cabello mientras la hago entrar.

La sala está hecha un desastre de diseñador.

Ayla abre los ojos como platos.

—Whoa… esto parece la zona cero después de que explotó la creatividad.

—Es exactamente lo que se siente —suspiro.

Ella deja su mochila en el sillón y empieza a caminar entre las muestras como si estuviera en una galería.

—Ok, cuéntame: ¿qué quieres lograr?

—Algo elegante, minimalista, bonito… blanco, porque es boda, pero no quiero que parezca hospital.

—Ajá… —Ayla toma dos muestras— ¿y esto por qué lo tienes aquí? —pregunta levantando una tela blanca casi gris y otra beige apagado— Parece que se están deprimiendo.

—No me juzgues —gimoteo—. Llevo días viendo tonos y ya no sé qué es bonito.

—Tranquilo —dice, poniendo una mano en mi hombro como si fuera una maestra zen—. Vengo a salvarte del mal gusto involuntario.

Nos sentamos en el piso. Ella toma una libreta de su mochila y un lápiz.

—A ver, Sora. Describe la boda en una frase.

Pienso.

—…Quiero que se vea como si la luz natural hubiera decidido casarse.

Ayla lo anota.

—Ok, eso es muy tú. Entonces necesitas blancos luminosos, no apagados. Y detalles suaves, no saturados. Nada beige triste, nada gris deprimido. ¿Puedo tirar este? —alza la tela gris.

—Haz lo que tengas que hacer —respondo dramáticamente.

Ella la avienta al otro lado, sin piedad.

—Perfecto. Ahora, ¿Rinto qué quiere?

—Que yo esté feliz —contesto sin pensar.

Ayla sonríe como si acabara de escuchar algo tierno.

—Aw… eso sí es cute. Pero ¿qué color transmite "feliz Sora"?

Me quedo en silencio. Ella empieza a sacar varias muestras blancas, perladas, marfil, cremosas.

—Este —dice de pronto, sosteniendo una muestra blanco perla con un reflejo cálido—. Esto te queda a ti. Es suave, elegante y se ve caro.

—¿Caro como yo? —pregunto levantando una ceja.

—Carísimo —se ríe.

Mientras seguimos revisando, escucho pasos en la escalera.

Rinto aparece, recién salido de una videollamada, camisa remangada, cabello un poco desordenado.

—Hola, Ayla —dice con esa calma suya—. Qué bueno que viniste.

—¡Rinto! —Ayla corre a abrazarlo— Sora estaba ahogándose en telas feas.

—No todas eran feas —protesto.

—Eran la mitad —responde ella.

Rinto se sienta detrás de mí, apoyando una mano en mi espalda.

—¿Van avanzando? —pregunta.

—Sí —responde Ayla—. Yo diría que en unos veinte minutos ya puedo decirle qué colores usar sin que arruine su boda.

—Perfecto —dice Rinto con una sonrisa leve que sé que solo me dedica a mí.

Ayla empieza a hacer bocetos rápidos.

—Entonces, usaremos un blanco perla como base, con detalles en plata suave. Flores en crema y blanco natural. Nada exagerado. Todo muy elegante. ¿Te gusta?

Miro el dibujo.

Se siente… como yo. Como lo que quiero. Como lo que puedo ver en mis fotos del álbum después.

—Me encanta —susurro.

Ayla sonríe.

—Genial. Porque si escogías esos blancos tristes, iba a intervenir como hermana mayor espiritual.

Le tiro un cojín.

Ella lo esquiva.

—Oye, artista profesional aquí —dice—. No puedes maltratar mis manos.

—Ayla —interviene Rinto, con esa voz suave—, ¿te quedas a comer? Puedo pedir algo que te guste.

—¿Puedo? —pregunta ella encendiendo sus ojos— ¿Pizza?

—Sí —dice Rinto. Luego me mira— Y tú comes también.

—Voy a comer —respondo levantando las manos— No me regañes frente a mi hermana.

Ayla se ríe.

—Son como un matrimonio ya.

—Porque lo somos —responde Rinto, sin dudar.

Mi cara se pone roja. Ayla lo nota y se ríe más.

—Ok, ok, paren, me están dando diabetes —dice.

Sigo revisando las telas elegidas, y por primera vez en toda una semana, todo encaja.

Gracias a Ayla.

Y a que Rinto me mira como si mis colores favoritos fueran importantes.
La pizza apenas llega y Ayla ya está con una pierna cruzada sobre la otra, mirándonos como detective en interrogatorio.

—Muy bien —dice mientras se sirve una rebanada—. Es hora.

—¿Hora de qué? —pregunto, ya temiendo.

—De averiguar si el marido de mi hermano es digno de mi familia.

Rinto parpadea lento, como si no supiera si debe reírse o preocuparse.

—Ayla… —intento intervenir.

—No, Sora. Shhh —me hace señal de silencio con un dedo—. Déjame hacer mi trabajo de hermana menor responsable y protectora.

Yo carraspeo, derrotado.

—Ok… pero sé amable.

—Soy cruel, no mala —corrige.

Rinto junta las manos sobre la mesa y la mira con educación absoluta, como si Ayla fuera un inversionista importante.

Ayla empieza.

—Primera pregunta: ¿cómo piensas tratar a mi hermano cuando se enoje por estupideces?

—No me enojo por estupideces —protesto.

Los dos me ignoran.

Rinto responde sin pensarlo.

—Con calma, como siempre. Él siente muchas cosas a la vez. Solo necesita que lo escuchen.

Me atoro con la bebida.

Ayla levanta ceja.

—Mmm, respuesta aceptable. Ahora… —mira a Rinto como evaluándolo con lupa— ¿lo vas a dejar comprar cosas inútiles?




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