Un Desastre en Nueva York

Capítulo 2. Fracaso en la discoteca

Dos hombres hechos todo un pastel de chocolate miraban a su alrededor para no perder de vista a ningún intruso que quería atravesar la entrada del prestigioso local. Eran dos gorilas que estaban en la puerta de una de las discotecas más famosas de Manhattan. Un hombre tenía la piel morena que contrastaba con sus ojos azules, mientras el otro alumbraba una sonrisa perfecta que parecía que estaba hecha por el mejor dentista del país. Los dos jóvenes que aparentaban más dos dioses griegos que unos simples humanos estaban despreocupados, pues la noche estaba tranquila. Ya eran las tres de la noche, el pico de la diversión

De repente, algo extraño apareció en el inicio del callejón donde se encontraba el local. Una figura apenas viva, se arrastraba hacia ellos.

- Mira Pete, ¿qué cojones es eso?

El otro se dirigió su mirada hacia donde le señalaba su compañero y ¡oh dios! era la protagonista de "The Ring", la película de terror tan conocida mundialmente. Su pelo estaba alisado hasta taparle toda la cara, por el bien de los caballeros, llevaba un camisón manchado de sangre, como si acabara de devorar su última víctima, cayéndose a cada paso, sin poder mantenerse de pie. 

Jessa se acercó a los agentes de seguridad y con un movimiento sensual se quitó el pelo de la cara, dejando al descubierto su maquillaje original. Los dos al verla se estremecieron y se miraron sin endender si lo que veían existía en realidad, pero parecía que no era una alucionación conjunta, por mucho que lo desearan.

- Hola, bebés, ¿me dejan entrar? - pronunció con una voz medio seductora, medio borracha la chica.

- La fiesta de Halloween era en noviembre, señorita, - le contestó uno de ellos.

- Quiero divertirme, deja entrar a la dama, - seguía insistiendo sin parar.

- Ni hablar, vete de aquí o llamaremos al manicomio de donde te has escapado y te llevarán, - le contestó el otro.

- Eres tan guapo que ni entiendo de qué me estás hablando, - le dio la mejor de sus sonrisas enseñándole su perfecta dentadura, manchada de carmín rojo que llevaba por toda la cara.

- No puede ser esa noche, vete a casa, - le contestaron categóricamente.

La chica los miró desconcertada, en vez de los dos hombres veía a los 6, pensando que eran dos pares de trillizos. Mareada hasta no poder, devolvió la cena de esa noche, que consistía en dos bolsas de chips y dos galletas de chocolate, que se esparció por los zapatos de sus interlocutores.

- Ya me has cansado, - pronunció uno de los gorilas. La cogió del brazo a Jessa, alejándola de la entrada para que no espantara a los visitantes del local y dándole un empujón. 

Esta corrió un par de metros por inercia y se golpeó contra algún objeto de metal, cayéndose allí mismo al suelo, dormida como un tronco.

La despertó el sonido de su móvil que no paraba de tintinear al lado de su oreja. Abrió un ojo y divisó que ya era de día, pero no localizaba dónde estaba encontrándose. Se sentía como una basura y olía igual, cabe mencionar que estaba al lado de unas bolsas de despojos que apestaban a podrido y le provocaban esa sensación de impureza. Se miró y vio una mancha de sangre sobre su camisón. "Por dios, me ha bajado la regla" - pensó Jessa, quitándose las braquitas para comprobar el hecho, pero estaba equivocada. Alzó la vista y divisó como un sin techo estaba observando sus movimientos, mientras estaba masticando una manzana.

- ¿Qué miras, mendigo sucio? - chilló irritada la chica, aunque en aquel momento tampoco parecía que ella perteneciera a una clase alta de la sociedad.

El sin techo, reaccionando al insulto, que en realidad, era pura verdad, le tiró la manzana medio mordida en la cabeza y se rompió en una carcajada alegrándose por su perfecta puntería. Jessa ya iba a acercarse a él y demostrarle todo su poder femenino, pero el móvil se atrevió a interrumpir sus actos, pidiendo a su dueña que contestara una llamada.

- A ver quién es este hijo de puta que no para de llamarme toda la mañana. - Pronunció Jessa y enseguida bajó la mirada hacia la pantalla de su dispositivo. Resultó que era su jefe. - Buenos días, señor Smith. - le contestó la chica, cambiándose de humor como por un arte de magia.

- Buenos días, Jessa, tenemos que hablar. Te espero en la oficina.

El hombre colgó. Su voz no mostraba mucha amabilidad y Jessa no sabía el por qué. Administraba las redes sociales de una empresa de finanzas y podía hacerlo desde casa. ¿Por qué de repente quiso verla ahora? La respuesta a esa pregunta se escondía en el móvil que llevaba en su mano y no paraba de soltar notificaciones. 

- ¿Qué más ahora? - pensó Jessa.

Eran las respuestas a su historia de Instagram de ayer. La chica miró la foto y no entendía nada. ¿Qué monstruo es ese? - pensó, al ver la foto desde más cerca. ¿Soy yo? - intentaba forzar su memoria, acordándose de los trozos de acontecimientos ocurridos la noche anterior. ¿Cómo es posible que la foto la han visto más de dos mil personas si solo tengo diez seguidores? - seguía sin comprender. Indagó más y sin contener su horror se dio cuenta de que había subido la selfie de ayer en el perfil de la empresa donde trabajaba, en vez del suyo.

Ahora comprendía el mal humor que aparentemente lo acompañaba a su director, aunque rezaba que él aún no había visto la espantosa foto. Borró la publicación y con los dedos cruzados se dirigió a casa de su novio donde vivían juntos los últimos dos meses para cambiarse de ropa y de allí ir a la oficina.




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