Un Desastre en Nueva York

Capítulo 6. El grandioso plan.

Cuando las dos ya estaban hartas de beber y decidieron comer algo más nutritivo que el alcohol, se dieron cuenta de que en la nevera no había nada comestible y había que ir a comprar algo. Sin embargo, ninguna de las dos damas estaba dispuesta a salir del piso y menos gastar el dinero en algo tan trivial. Las dos tenían mucha hambre que señalaba el ruido semejante con el aullido de un delfino que provenía de los estómagos de las chicas. Así que llegó el momento a decidir quién iba a ser la primera en gastar el resto de su fortuna miserable. 

- Creo que deberías ir a comprar algo de comer, - le anunció a su amiga Lia.

- Te he traído una bolsa llena de bebida, no tengo dinero para más cosas. - Le contestó Jessa.

- Ya, pero quieres vivir en mi piso y yo tengo que pagar las facturas y no me ayudas, - La contraatacó la otra.

- Bebe más, el alcohol tiene muchas calorias.

- Yo me haré una tortilla y tú sigue con tus bebidas.

Lia abrió la nevera, pero no encontró ni rastro de los tres huevos que estaba segura de haber dejado allí esa mañana.

- ¡Te los has comido! Por eso no quieres comer ahora, - le dijo la dueña del piso, indignada.

- No, te lo juro, estaban malos y los tuve que tirar a la basura. Debes estar agradecida porque acabo de salvarte la vida.

Lia suspiró desesperada, volviéndose a sentar en la misma silla. 

- Tenemos que hacer algo con eso, no podemos seguir así, necesitamos encontrar un trabajo, no podemos estar bebiendo toda la vida y creer que el diosito nos va a perdonar todas las deudas antes de que lleguemos al paraíso. - Anunció Lia.

- Tengo una idea mejor, - le lanzó una sonrisa pícara Jessa.

- ¿Qué idea? - la preguntó esperanzada su interlocutora.

- Creo que somos unas damas de clase, somos guapas, inteligentes e irresistiblemente atractivas. No debemos trabajar. ¡Basta! ¡Tenemos que buscarnos unos novios ricos! - hecha todo un Bonapart exclamó Jessa.

- O sea, ¿quieres convertirte en una mantenida?

- No lo llamo así. Es poner un precio justo por lo que te dio la naturaleza. Es valorarte a ti misma y entregar tu cuerpo a alguien quien podría estimarlo por su justo valor. ¿Así te gusta más?

- Me encanta, - le dio su aprobación Lia. - ¿Pero dónde los encontramos a estos especies de la raza humana?

- Bueno, hay una página... - empezó Jessa.

- No me digas que es la misma donde encontraste a Adam.

- Tranquila, no es la misma, vamos a mirar.

Listas a ejercer unos planes maquiavélicos, se dirigieron a la habitación, donde Lia tenía su viejo laptop. Lo abrieron y se metieron en la página de citas, la misma donde Jessa pasaba la mayoría de su tiempo. Cuando esta le enseñó a su amiga los perfiles disponibles en la página, los ojos de Lia se abrieron como platos. No había visto tantos hombres sexys en toda la vida. Todos musculosos pero de apariencias más exóticas, rubios, morenos y pelirrojos, con cualquier color de ojos y tamaño de ... del alma masculina. 

- ¡Pero si parece una página de putos de lujo! - exclamó Lia, hechizada, sin parar de mirar perfil trás perfil.

- Esto es un paraíso femenino, ¿dónde ibas a encontrar tantos bomboncitos en un lugar? - la miró contenta Jessa.

- Vaya, me los quiero comer  a todos, ¿cuál elijo?

- Puedes elegir el que quieras, pero mira también en la parte de actividades, para ver dónde trabajan, en primer lugar necesitamos uno con dinero.

- ¿Podrías estar con un viejo y feo solo por dinero? - la miró incédula Lia.

- No sé, creo que a los viejos ya no les interesa el sexo, sienten algo como instinto paterno, - le contestó pensativa Jessa, - Pero tú tranquila, que aquí hay un montón de jóvenes de veinte pocos que son más ricos que Bill Gates.

Lia siguió revisando los perfiles, babeando como si hubiera visto un cochinillo horneado. Unos simples empleados de banco ya no la interesaban, iba a por unos peces gordos de los sectores más adinerados. Dueños de empresas, pilotos, militares jubilados. No había ni un hombre feo que en el momento de euforia no le parecía raro en absoluto.

- Vamos a hacernos un perfil, - apresuró Lia.

Las dos chicas, no muy sobrias ni muy arregladas, empezaron a asearse con la velocidad de la luz. Cuando pensaron que estaban bastante atrayentes para hacerse una foto conjunta y ponerla en el perfil de las dos, empezaron a hacer selfies. Al tomarse unas mil fotos, finalmente escogieron una que estaba medianamente bien. 

- Espera, soy maestra de Photoshop, - Jessa paró a su amiga, lista de subir la obra de arte al perfil, - voy a retocarla un pelín.

Al cabo de media hora de grandes esfuerzos, la diseñadora autodidacta le enseñó el resultado final a su amiga, que no paraba de morderse las uñas, en una espera asfixiante. 

- ¿Quiénes son? - se acercó Lia hacia la pantalla, examinando la imagen sin reconocer ni un milímetro de su cara proyectada en la foto.

- Somos nosotras, tonta, ¿no lo ves? No he hecho casi nada, solo un par de retoques, pero mira qué pedazo de arte me ha salido.

Lia no estaba segura de que las dos personas de la foto eran realmente ellas. Su cintura era súper finita, mientras el pelo casi negro, parecía castaño claro. Los labios se veían más rellenos y los senos más altos. Su amiga era una bruja de retoques y la fascinó el resultado. Las chicas subieron la foto y en cuanto hicieron clic en Guardar, empezaron a actualizar la página cada segundo, esperando que alguien iba a escribirles. Pero al cabo de una hora, las dos seguían con su monótona tarea, muy aburridas, sin recibir respuesta alguna.

- Voy a por otro trago, - dijo Jessa, empezando a sentir como el dedo que estaba usando para actualizar la página se empezó a insensibilizar.

- Ve y traeme uno también, mientras tanto, intentaré escribirle primera a alguien.

- ¡Ni se te ocurra! - La advertió Jessa, - ¿O quieres quitarte todo el valor? Las damas que se hacen respetar no escriben primeras, apunta.




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